Ese Dormir…

Cuando fui pequeño, nunca tuve terrores nocturnos, es más dormía con el sueño de los justos, caer y desconectar.

Pasó el tiempo, y con él, llegaron las inquietudes y salvo excepción que confirmara la regla, esta era, de dormir menos y más inquieto, pero ese es el sino de la vida, que da y quita…, y quita…, y quita…

Pues desde aquellos momentos, ha pasado aún más tiempo, si, más aún, como venganza con espada ropera en callejón oscuro, y ha sucedido, que ese dormir tan tranquilo, se ha convertido en una quimera, de tal forma, que pensar en la cama, en dormir, hace que un escalofrió recorra mi espalda.

¿Qué ha cambiado?, como he comentado antes, la cantidad de años sobre mi espalda, de tal forma que llegar a la cama es sentir la cercanía de hechos, cuando menos poco lisonjeros.

Me explico, para el que no ha llegado a tan lamentable edad, es necesario ponerle en claro, con todo lujo de detalles, lo que tarde o temprano le va a caer.

Puntualicemos; ese oído, que ya no funciona como debía, que si escucha, pero poco, y que sin embargo, al llegar la noche, en el silencio, emite ese desagradable sonido, el de una perforación de tímpano, además de continua en el tiempo y en el volumen.

Prosigamos, esas piernas, que cansadas por la hipertensión, por problemas de circulación, por mil cosas, comienzan a doler, de una forma continua e importante, que al menos sabemos que solo durará solo unas tres o cuatro horas.

Pero continuemos con el relato, que a fin de cuentas es en lo que estamos, pues bien, nueva dolencia, la espalda, ¿a quién no le duele esa pobre espalda, trabajada hasta la extenuación?, me atrevo a decir que a la mayoría de las personas, excluidas, por supuesto aquellas que no la han movido nunca, que de todo hay, y ¡oh! sorpresa, a esas pobres personas, comienza a dolerles cuando empiezan a descansar, curioso rasgo el de este conjunto de huesos y demás, el caso, es que para evitar ese dolor, nos movemos como si tuviéramos el dengue, al cabo de unos incontables momentos, parecemos un ventilador más que un doliente, vuelta tras vuelta, para al final,… nada de nada, ese dolor persiste, no se calma, continua indiferente a ese movernos continuamente.

Podría estar escribiendo sobre estas dolencias, o sobre otras, y enumerar las doloridas partes de ese cuerpo que parece prestado a nuestro mejor amigo, con las inevitables consecuencias de deterioro, es más, siempre se descubre o descubrimos alguna nueva, lejos de los estudios de aquellos que se dedican a resaltar en letra de imprenta y publicación onerosa, lo obvio.

El caso es que se eternizan esos momentos en los que miramos, a oscuras, esa pared que ya no se ve, que cerramos los cansados ojos con la esperanza de que el reparador sueño llegue y nos calme la vida, pero no, vuelta en la cama, mirando a lo que no es visto, mover el cuello, tensar los músculos, destensarlos, mirar el reloj, la luz de emergencia, si la hay, colocar bien esa almohada perfecta, la camisa que nos molesta si estamos de lado, boca arriba, boca abajo, esos minutos que se convierten en horas, que sabemos que aun en jubilación no nos van a ser devueltos, el conocimiento de que arrastrarás el cuerpo durante el siguiente día, con el cansancio de alguien que arrastra la vida más que la vive, suspiras, pero nada bueno sucede, el diapasón de esos dolores, a los que se une la irritación, que lleva a los nervios, a la desesperación, nos hace sentirnos, con contundencia, amargados por ese sin vivir que nos tiene prisioneros de nosotros mismos.

Al final, con suerte, caes en brazos de Morfeo, ese cabrito que, como buen dios mitológico, aparece cuando le da la gana, y duermes esas pocas horas, que al final siempre saben a poco, y arrastras el diario como si fuera una losa de mil kilos, con dificultades, siempre caldeando y sufriendo, así que cuando llega la noche, no esperas que sea el descanso que mereces, sino la repetición del tormento de la anterior.

Dicho todo esto, es normal que los viejos lleguemos a la cama con el ansia de una virgen ante un salvaje bien dotado, que se hace, pero sin ganas, por lo menos en el primer momento, que después, nos puede sorprender, pero por desgracia, sabemos que no, que será una repetición que nos hará subir el ritmo cardiaco, este la tensión, que a la vez nos hará más proclives a la diabetes, o si la tienes ya, a que suba a niveles más alarmantes aun…, y me pregunto, ¿cómo podemos terminar este relato positivamente?… ni puñetera idea, si alguien lo sabe… pues eso, que es muy listo.

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