
Ladró el perro, atado a la cadena,
no era el viento, era la condena.
No fue el aire quien lanzó la piedra,
fue su amo, el que su vida enreda.
Chillido de dolor, profundo y amargo,
del que guarda la casa, siempre al cargo.
Mas él no puede, aunque la proteja,
entrar en ella, mala moraleja.