
Calor, más calor,
como si nunca acabara,
agobio, desolación,
paredes encaladas.
Fulgor, blanco vivo,
de ojos que ya cansados,
queman con ese brillo
que parece eterno y claro.
Calor, tanto calor,
campos secos, tierra herida,
cuellos caen, sin vigor,
la vida parece perdida.
Sequedad en la garganta,
labios rotos, blancos, mudos,
el calor que todo arranca,
nada queda puro.
Tanto calor, que las aves
ni se atreven ya a volar,
se esconden en las ramas suaves
hasta que el sol se quiera marchar.
Piedras brillan bajo el manto
del seco barro de un riachuelo,
y el calor sigue su canto,
como un eco en el desvelo.
¿Quién quiere morir en verano?
¿Quién quiere dejar su hedor,
bajo moscas que en el llano
vigilan un muerto globo hinchador?
Se va el sol, llega la noche,
todos callan con recelo,
nadie confía, que nadie se amolde,
a que se haya ido el rey del cielo.