
Buscas con los ojos abiertos,
con las manos, aspavientos,
con el caminar tan pesado
y el ánimo frío, cansado.
Buscas algo que sea diferente,
que te devuelva una vida creciente,
algo que no sientas tan hueco,
que no te consuma en su eco.
Que no esté lleno de seres vacíos,
de silencios amargos y fríos.
Y mientras sigues en la búsqueda,
tu alma se escapa, ya lúgubre, caída.
Buscas fuera… buscas dentro…
pero nada hallas en tu centro.
Y día tras día, más oneroso,
descubres lo que era forzoso.
Te atenaza el alma el sufrimiento,
que es el fuego mismo del tormento.
Te levantas con nueva esperanza,
y llegas llorando, sin bonanza.
Perdida la fe que creíste tener,
quizás un día puedas ver
que el descubrimiento te llama
aunque el dolor, tu alma inflama.
Pero cuidado, pequeño, no es un sueño,
solo será revelación en el empeño:
se te escapa la vida, veloz, sin vivencia,
y ese día será el de la conciencia.