Verano (Rima)

Verano, playa, vida, moreno,

espeto y los cuerpos, todo de lleno.

De las divinas, las que quiero y no puedo,

y que el calor me enciende sin quererlo.

Aire caliente, como yo mismo entero,

que en las caderas de las mujeres quiero,

es donde quiere perderse el jadeo,

motos, coches, rápidos, en lo que veo.

Húmedos, llenos de más humedad,

entre los cañaverales de esta ciudad,

pieles negras, a ver si sale el color,

que en el preciso lugar, blanca es la flor.

Como ala de paloma se muestra,

en las noches, en la playa abierta.

Garrafón y marcas buenas dan paso,

a entrar dentro, sin pausa, a cada abrazo.

Las crujías de esas que están bien,

noches en la arena, en el vaivén.

Cuerpo que aplastas en lo más húmedo,

y sigues el deseo, tan sucio, tan gozoso.

Morir por la morena, matar por la rubia,

todas las quieres, sin que ninguna huya.

Trabajas mucho, pero en ellas más,

y sobre ellas, el cansancio queda atrás.

Pero ha llegado la pedazo de rubia,

el monstruo de la gran cabeza te acaudilla.

Parece que no acaba, verano, espetos,

pronto el frío invierno borrará esos retos.

En el baño piensas, en ella y su estela,

que no es nada, pero es todo en la vida hueca.

No se olvida la huella de esa dama,

y los lunes, cuando rompe la mañana,

te das cuenta de que la vida no está allí,

donde has vivido sin poder huir de ti.

Y a la vez, comprendes las cadenas,

que romper no serán noticias buenas.

El estómago se encoge en el pensar,

de la vida que allí tendrás que afrontar.

Quizás con la fea vivirás mañana,

que te mira, aunque no enciende la llama.

Menos que una muerta te motiva,

y eres desgraciado, la vida esquiva.

Hijo de desgraciados, padre igual,

le das gracias a un dios tan fatal,

que con maldad te ha dejado aquí,

conociendo el verano que se va de ti.

La fea te sonríe, tú le respondes,

se da cuenta de lo que escondes.

Necesita hembra, no amante fiel,

y miras al cielo, buscando un laurel.

El que está mirando no responde,

se acerca a la fea, y el silencio rompe.

Sonríe, ella responde a tu intento,

te encoges de hombros sin aliento,

y sin darte cuenta, ya está sellado,

te has convertido en un animal domesticado.

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