
Cuervos, veo cuervos
posados en las ramas
de árboles yertos,
caídos, bajos y desiertos.
Graznan a la soledad de los paseantes,
y al mirarlos, me asustan,
con sus aguzados picos
que al recordar se comen los ojos
de los marineros muertos.
El alma se me viene a los pies,
el día empieza mal,
cuervos, veo cuervos,
vestidos de negro plumaje,
graznando a la vida,
graznando al aire,
destrozando mi suerte
con sus garras que hieren.
Me cambio de acera,
ellos vuelan al mismo sitio,
como si fueran mis hijos.
Les grito obscenidades,
y me responden graznidos.
Levanto la voz,
y callan los malditos,
solo un momento,
después…
más graznidos.
Donde nacen los sueños
y crecen las pesadillas,
oscuras, perversas,
esperando sus propias sombras.
Bosques de maldades
dentro de las ciudades,
noche de todas las edades,
quizás olvidadas en el trasiego,
quizás ocultas tras heridas,
pero en la noche renacidas,
toman vida, la dichosa vida,
y lo que era malo,
ahora su hez destila.
Dime tú, que corres a todos lados,
¿cuándo pediste perdón
por el daño que causaste?
Quizás, no respondas,
o lo hagas con sigilo.
Perdida el alma,
te moverás entre la gente,
pensando que quien pregunta
es el más loco en su mente.
Pasas, huyes, no eres tú
a quien pregunte,
la respuesta,
es que ningún mal has causado.
¿Por qué me miras?
Y una cara,
con la pregunta en la boca,
se diluye y calla.
Pero te esperará en la noche,
cuando el descanso busques,
y te repetirá al oído:
“Hoy, perdón has pedido.
No mientas, te lo digo.”