
Verdes parcelas
entre cemento,
yertas,
oscuras parcelas
de frío cimiento,
yertas.
Ténebres parcelas,
solo tierra,
yertas.
Todas llenas
de almas muertas,
camposantos vacíos de dioses,
sin nada que suba al cielo,
por muchas agujas
que broten del suelo.
Cruces caídas,
otras recién subidas,
sin dicha, solo desconsuelo,
cánticos de despedida.
Soledad en silencio
de los campos yertos,
entre barras de hierro,
esculturas que muestran
sepulturas
con caras serenas,
llenas de seres amorfos
de vidas tan pequeñas
como las que se esconden
sin poder ser leídas,
condes, marqueses, soldados,
todas de igual calado.
Muerto dentro,
con el tiempo olvidado,
camino del infierno
o del dios creado.
Quizás se reencarnen,
quizás solo sean
prodigio de la naturaleza,
esporádicas inteligencias,
que al desmontar las neuronas
pierden lo que llaman alma,
cuando no es otra cosa
que la vida preciada
a la que damos
el nombre de la más amada.