
Una noche te conocí
cuando nada esperaba,
y vi aparecer tu figura
de diosa, de hada.
Me encomendé al cielo,
yo, pobre mortal,
y desde el suelo
quise conquistarte
con mi loco anhelo.
Me miraste con desprecio,
ese que dan los dineros,
y después te fijaste en el hombre
que, aunque de medio pelo,
te atrajo sin pensarlo,
sin meditarlo entero.
Y antes de darte cuenta
ya te habías enamorado.
¡Qué suerte la mía!, pensé,
creí que te había ganado.
Ahora, treinta años después,
nada queda de esa herida,
solo el desconsuelo
de la experiencia vivida.
Una noche en mi tierra,
bajo su estrellado cielo.