Restos de Nada (Rima)

Lugares huecos, amaneceres fríos.

Calles mojadas, rocío en la mañana,

Piedras mojadas, la luz temprana.

Pasos vacilantes en piedras ya viejas,

Las losas se mueven, sus ecos se quejan.

Jeringos y humo, vapor que se eleva,

Desayunos de harina sobre la mesa.

Piedras antiguas, algunas en su lugar,

Otras abatidas, huesos al caminar.

Caliza en la ciudad, una muerta ciudad,

Donde el silencio pesa, paró hace tiempo ya.

Soportales vacíos, patios escondidos,

Macetas azules, verdes, sueños perdidos.

Desconchones en las paredes encaladas,

Y el silencio que mora en las almas calladas.

Jardines húmedos, árboles con su historia,

De naranjas agrias, de dátiles en la memoria.

Rosas caídas del cielo ya lejano,

Detrás de la muralla, cuchillo en la mano.

Entre árboles caídos, la corriente se cuela,

Fluye de un lado a otro, tranquila su estela.

Nadie es dueño de ella, quizás todos, quizás,

Y las viejas torres vigilan el río su compás.

Albero que separa calles empedradas,

Azulejos en fachadas, almas olvidadas.

Hospitales viejos, arcos renacidos,

Nadie camina en estos pasajes perdidos.

Abanicos de palmeras, olivos retorcidos,

Álamos que se alzan del río, ya vencidos.

Paseos a la vera, bancos de gastada piedra,

Cruces de calles viejas, que la alegría se llevan.

Nombres cambiados, hombres blancos susurrando,

Idiomas extraños en un eco susurrando.

El olor a café de un desayuno simple,

La cuesta se repite, siempre la misma, firme.

Estatuas llenas de historia, de olvido y de sombra,

Reyes y cardenales, guerreros de otra ronda.

Califas y astrónomos, sabios de soledad,

Se hunden en el silencio de una ciudad mortal.

Ciudad muerta, de raíces profundas y olvidadas,

Murallas de caliza, sus arcos ya cansadas.

Panteones romanos, hijos de la guerra cruel,

Sacrificados todos, en un destino fiel.

Terminales que ignoran su muerte cada día,

La vida se les va, sin ninguna valentía.

¿Por qué arco se irá? No importa su salida,

Lo que importa es que se va, y no vuelve en su vida.

Cada vez menos quedan, hasta que al fin perdamos,

Lo que fuimos, lo que somos, lo que al final dejamos.

Cuando te abandone, ¿qué será de ti, mi amor?

Conmigo se irá el alma de mis amigos, su calor.

Los que aún te aman, aunque enferma estés,

Se irán contigo, y no volverán después.

Se fundirán en los edificios sin alma,

En su vida que fue tuya, se irán con calma.

Y me alegraré de no ver la caída más,

De haberme marchado, de no regresar jamás.

De no ver la muerte de aquello que amé,

De la tierra querida que un día me vio nacer.

Adiós, tierra mía, sin lágrimas en el rostro,

Me marcho sin poder salvar tu viejo pozo.

Moribunda y caída, pero conservada hermosa,

De amaneceres bellos y atardeceres de sol y sombra.

Adiós, tierra mía, te llevo en el corazón,

Me voy ya sin verte, y con ello se va mi razón.

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