
Aquí, en la postrera solución de la noche perdida,
cuando los huesos olvidan su dolida vida,
me veo cansado, triste y desolado,
la vida es soledad nunca compartida.
Se aferra a mí como herida certera,
como si mi alma fuese la única entera,
sudor callado de inercia postrera
del último suspiro en su espera.
Pidiendo casi a gritos la muerte ansiada,
que calme mi pena ya desamparada,
mis gritos callados, mi voz desterrada,
llamo a la muerte, pero ella es burlada.
Quiero morir, mas no me concede
entrar en su reino que nunca se cede;
casi me acompaña, su sombra precede,
pero en su umbral mi paso se pierde.
Maldita huesuda, figura macabra,
que niegas reposo a quien te alaba,
y a seres sin alma la paz les otorgas,
dejando a los vivos sus luchas y sombras.
Sin esperanza nos quieres condenar,
con cementerios distantes para ocultar
a quienes no creen ni en su caminar,
desterrados del mundo, sin recordar.
Malditos hermanos de palabra vana,
que siembran terrores con mano insana,
lejos de humanos, sin alma temprana,
dejad que pasemos la frontera arcana.
Sin daño causado ni ofensa dada,
cruzar ese umbral donde nada aguarda,
aunque tras ello la nada sea eterna
y el olvido profundo se torne en leyenda.