Nací A La Orilla De Un Rio (Rima)

Nací a la orilla de un río,

viejo como la vida misma,

cansado, cansino,

suave y ladino,

a la ribera del río.

De las cañas y los álamos erguidos,

a la sombra de granados en flor,

que bañaba el río en su labor

entre molinos por los siglos vencidos.

Donde las grullas en los campos vivían,

siguiendo los tractores con sus picos,

levantando del suelo los insectos chicos,

y las garcillas y palomas allí se unían.

A la ribera del río, bebederos de agua,

remansos de peces en un camino errante,

entre alerces, juncos, un bosque vibrante,

árboles y troncos que esa lluvia fragua.

El ras del agua crecía con la tormenta,

y nos anclaba a la casa, botas mojadas,

las sillas salían, la noche encantadas,

al compás de historias que el viento sustenta.

De rostros cansados, viejos y arrugados,

al caer la noche con botijos frescos,

medios de vino y recuerdos grotescos,

risas y olores de campos en los prados.

A la misma vida que en las gradillas gira,

llenas de niños en calles empedradas,

historias contadas, memorias olvidadas,

los viejos sabían que la vida conspira.

Ahora olvidados, como si no supiéramos,

que de ellos es la vida que aún vivimos,

suya o nuestra, igual la compartimos,

ellos son la esencia que nunca rompemos.

Faroles viejos, luz ya consumida,

pelar la pava bajo la luna fría,

carabinas al viento, con la melodía

de la exaltación de una vida renacida.

Cuando los niños brotaban sin aviso,

de todos los rincones, llenos de alegría,

la vida reventaba con pura fantasía,

nada era previsto, todo era improviso.

Si venía, venía, y con ellos llegaba

la esperanza, o quizás la maldición,

el pan bajo el brazo, o tal vez la aflicción,

al río de los pobres, donde todo empezaba.

Pobres de comida, de casas vencidas,

de paredes gruesas, casi derribadas,

techos de madera, vidas agotadas,

el domingo vestían con ropas sentidas.

“¿De quién eres hijo?” preguntaba el viento,

“De los muertos de hambre, de los que no claman,

los de siempre, los que nunca se llaman,

aquellos que alzaban el brazo en lamento.”

A la orilla del río que todo ha visto,

tiempos lejanos, hoy tan olvidados,

en la penumbra que dan los acordados,

en callejas y plazas, de recuerdos vividos.

A la sombra de iglesias que el tiempo no cesa,

de colegios de curas, de ira reprimida,

de sexo olvidado, de vida consumida,

donde el hombre se siente solo en su mesa.

Como ahora, algo nimio y suspendido,

y el río corre, viejo como la vida misma,

cansado, cansino, suave en su carisma,

y aquí sigo yo, a la ribera del río mismo.

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