Llevo Días Viendo Negro (Rima)

Llevo días viendo negro,

un color aún más negro, tan entero,

que se funde en el fondo de mi alma,

y en sus sombras me envuelve con calma.

Negro, sobre negro, profundo,

es el tono más duro y rotundo,

donde el desamparo, cruel, me llama,

y el desamor me ofrece su cama.

La muerte mora en este rincón,

se me ofrece, abierta en su misión,

como puta altanera y perdida,

me invita a dormir en su guarida.

Y, malvada, cuando al fin descanso,

su risa me despierta con un lazo,

y golpea con fuerza la verdad,

burlándose de mi realidad.

Los sueños se alejan, fugitivos,

y la maldad ronda, suspiros,

el aire no llega a mis pulmones,

y todo se torna en mil prisiones.

El color se ha perdido en el dolor,

en la continuidad del error,

año tras año, sufriendo en vano,

y vivo, aunque es todo tan lejano.

Añoro una paz incondicional,

la que ofrecen los cementerios tal,

callados, vacíos de tanto muerto,

donde el alma ya no siente el puerto.

Avanza, inexorable, el destino,

sin retroceso, ni un desatino,

deseo morir como esos que duermen,

pero a mi valor, siempre me pierde.

Los míos, quizá, me echarán de menos,

aunque poco tenga, y no soy bueno,

pero el pensamiento me carcome,

quizá no aguanten mi enorme desplome.

La pistola, cargada, me espera,

y el cuchillo afilado me altera,

el punto exacto en el corazón,

o una inyección que ponga fin a la prisión.

La cicuta también me saluda,

el arsénico, fiel, me saluda,

y la sirena de la muerte canta,

me enamora, aunque su voz espanta.

Estoy cansado de huir en vano,

de luchar contra este cruel arcano,

que me ata a la vida en mil amarras,

y me hunde en noches de garras.

¿Quién inventó la vida, si no sabía,

que el alma en ella se consumía?

La hizo a conciencia, bien sabiendo,

que un hombre sufría, siempre muriendo.

Y ahora, muerto en vida, me pregunto:

¿Vale la pena, si yo me hundo?

Miro la pistola fría en mi mano,

mi cara desencajada, mi final cercano.

El gesto es seguro, la bala espera,

y en un segundo, la vida entera,

se irá con un seco disparo,

dejándome al fin descansar en lo claro.

Pero sonrío, resignado al destino,

pues aunque lo piense, sigo vivo,

la amiga fría reposa en el cajón,

esperando su turno, con precisión.

Sé que, al final, cuando no lo aguante,

amartillaré la carga, adelante,

y en un estallido, ignorado y cierto,

encontraré la paz en mi último acierto.

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