
Leías en la atardecida,
cuando el sol se va de la vida,
pendientes de plata, oro blanco,
cara seria, mujer divina en tanto.
Inclinada sobre el libro,
y detrás, gaviotas que chillan al abrigo,
el puerto en la lejanía,
y el malecón defiende tu belleza, en armonía.
Cabello rubio cae en mechón,
sobre tu hombro, una dulce visión,
belleza, amor infinito,
y tus labios, al leer, se mueven, lo admito.
La luz tras de ti, como aureola en juego,
se enreda en tu rubio, dando oro al riego,
belleza y calma a mi alma,
al contemplarte, la serenidad es mi calma.
Con gaviotas, el puerto lejano,
y la sirena del barco, un canto urbano,
belleza, en todo, solo tú permaneces,
leyendo en el malecón, donde tu belleza florece.