
Hoy miro a la noche,
preñada de hijos muertos,
me mira, le devuelvo el gesto,
su mirada es tenebrosa, me da miedo.
Comprendo que se acaba,
se acaba la vida porque me da la gana,
no quiero soportar el fruto maduro,
ni la dependencia de seres queridos.
No quiero el dolor que al alba asoma,
sólo quiero pensar en lo vivido,
¿alargar lo malo, cargar la mochila
con recuerdos de la vida que ha sido?
No, no es el momento,
se acabaron, todo está muerto,
mi espíritu cansado, el alma en luto,
la muerte me espera, cuan cerca.
No me escondo, no la espero,
salgo a su encuentro, y sin miedo,
quiero dejar mi dignidad viva,
no ser una pobre pastilla cautiva.
No quiero ver más amaneceres
que traigan nostalgia,
ni uno más de esos atardeceres
que presagian la noche fría.
Quiero descansar de todo,
no quiero saber de nada,
reposar en un agujero
o en el humo de una candela apagada.
Si me he equivocado,
lo pagaré, pues en ello estoy,
desde que nací no me avisaron,
que muero en la calma, es hoy.
No tengo pavor al desencuentro,
de la muerte con la vida,
de la esperanza y el desconsuelo,
dejadme en silencio, es mi duelo.
Si alguien se azora por mi partida,
que lo haga si así lo siente,
pues a mí no me importa,
como a mí no me importó antes.
Así que no me despido de nadie,
no es hoy ni mañana el momento,
aunque dentro guardo las ganas,
creo que lo tengo, cercano y sin lamento.
Entre dolor y amargura,
la muerte es la única cura
para mi desesperanza,
la paz, al fin me alcanza.