Córdoba (Rima)

Amante fría, distante,

te alejas con la helada,

como diosa de obsidiana,

cerrándome tu mañana.

Las ramas yertas de tus geranios,

baldíos en balcones muertos,

callejas frías de piedra,

camino desigual y maldito,

que invita a perderse en otros lugares,

¿quieres que te olvide, amor mío?

El aire brama en tus callejas estrechas,

enfría el alma, encoge el corazón.

Sierra que te hiela hasta el suspiro,

gélida en tu cerrazón.

Eres amante antigua,

hembra sellada al sentimiento,

escarcha sobre bordillos,

hielo que ha extinguido

los colores de tu albero,

y los brillantes recuerdos perdidos.

Árboles esqueléticos y edificios ancianos

se desmoronan, casi rendidos,

imágenes sucias de vírgenes,

santos que el frío ha cubierto.

Solo quedan flores de Pascua

en algún balcón olvidado,

un destello rojo, el último color,

en esta gris escena de invierno helado.

Y detrás de las ventanas empañadas,

se cuela el frío que no cesa,

mientras tras el vidrio, no espesa,

se apaga tu amor,

se disipa en la tristeza.

Tu calidez ha huido,

como si jamás hubiera existido.

¿Dónde quedaron tus colores?

¿Tu fulgor, tu alegría?

La ciudad entera parece dormida.

San Rafael, desde su columna elevada,

parece haberse rendido,

susurra al viento,

con su sonrisa perdida.

La mezquita, soberana del sitio,

bajo negras nubes, abatida,

se resguarda de la lluvia

como guardiana de lo que fue,

bajo un cielo marchito.

Tacones resuenan brevemente,

pisadas rápidas, inconsistentes,

como si huyeran del tiempo.

Y tus calles, antaño llenas de vida,

hoy son solo eco de la soledad en fuga.

Hasta el sol ha huido,

llora por tu vestido.

Y yo, recordándote en mis adentros,

me pregunto, amor mío,

¿Dónde está el calor

que aún conservo en el alma,

el de tu vestido colorido?

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