Alcé la vista al cielo, sin saber qué esperar,
pero el cielo, impasible, nada me quiso dar.
Bajé la mirada, en sueños y engaños,
idolatrías vanas, esperanzas de antaño.
Nubes decoran el vasto vacío,
mientras la esperanza se pierde en el frío.
Sigo esperando señales, como flechas ardientes,
pero solo el cielo me mira, insolente y ausente.
Preguntas se amontonan, sin ton ni razón,
el cielo calla, indiferente a mi aflicción.
Otros antes que yo, las mismas preguntas hicieron,
pero sus voces, al igual que las mías, en el viento se perdieron.
Es fácil responder con la fe en la mano,
creer que hay algo más, en este mundo insano.
Pensar que no estás solo, ni eres la maldad,
que hay algo divino que perdona tu crueldad.
Pero dentro de ti, llevas una espina,
el mal que te rodea, que te aniquila.
Quisieras ser puro, como lo que adoras,
pero te sientes oscuro, entre almas perdedoras.
¿Quién, pudiendo, no detendría esta locura?
Esta maldad que a diario nos tortura.
Por eso al cielo miro, en silencio pregunto,
y el cielo responde, pero siempre con su mudo barrunto.
Con ese maldito silencio, que lo inunda todo,
que a mis preguntas siempre deja un vacío sordo.