De Principios y Finales

Promesas hechas cuando la vida pende de un hilo.


El que sobreviva, hará que su descendiente se case con el del otro.


Promesas de militares.

Serias como la muerte.
Personas a quienes les toca cumplirlas…


Vidas que se pierden en el desagüe del día a día.


Promesas rotas, viejos amores, soldados, muerte, vida, destrucción y renacer de las cenizas.


Oportunidades perdidas, amores muertos y la vida sigue.
Rendiciones incondicionales, esperanzas truncadas, amores olvidados, tristeza, solo tristeza.


Países extraños, donde morir, donde el amor nace, nada tiene sentido dentro de situaciones que tampoco lo tienen.

Aquí, os dejo unos cuantos capítulos, pues no están para dividir el libro, sino a momentos concretos, espero que os guste tanto como a mi escribirlo.

De Principios y Finales

Pedro Casiano González Cuevas

Capítulo I

-Buenos días.

-Sí, ¿que desea?

Víctor mira el gastado telefonillo, en el botón del cual existe ADN para destrozar un equipo de test, y sonríe con resignación.

– ¿Nieves Arredondo García?

-Sí, ¿que desea?, – ahora la voz está cansada.

– ¿Podría hablar con ella?

-Soy yo, dígame.

-Soy Víctor Hugo Elizalde De Castañeda

Silencio.

– ¿Y? ….

-Era sobre un asunto referente a su abuelo.

– ¿Mi abuelo?

-Sí, señorita.

-Mi abuelo murió hace mucho tiempo.

-El dieciséis de Agosto, hace justo veinte años.

Silencio.

– ¿Y qué?

– ¿Podría salir?

Silencio.

-Un momento.

Nieves se atusa el pelo, ayer sábado fue la leche, y aun no se ha duchado, ¿qué parte de que es domingo a las nueve de la mañana no ha entendido el subnormal del telefonillo?

Chándal, playeras, y goma en el pelo, olor a alcohol, a cansancio, y “todavía no me he duchado”

-Va, va, – grita como queriendo indicarle al del telefonillo que no llame más.

Tropieza con las losetas levantadas del exiguo jardín, que apenas si son dos ramas muertas, y de su boca sale el improperio.

-Me cago en sus muertos.

Abre la puerta.

Y mira.

Grande, muy grande, cara cuadrada, ojos grises, mirada decidida, guapo, pero más masculino que otra cosa, y cuerpo de adonis de gimnasio.

Y encima sonríe.

Víctor mira a la muchacha, descuidada, poco rastro de higiene, olor a alcohol, estudia los pies, las sandalias apenas ocultan unos miembros abandonados, con el esmalte medio descascarillado, cara normal, ojos con unas bolsas importantes, noche de marcha, y sin darse cuenta sonríe, no es guapa, no es fea, es… obligación.

– ¿Que desea?

La voz es fuerte, demasiado, casi masculina.

– ¿Nieves Arredondo García?

-Sí, pesado, ¿vende algo?

Víctor sonríe, ¡las cosas que trae la vida!, y se resigna.

– ¿Nieves Arredondo García?

-Sí, – la mujer agacha la cabeza y se dispone a cerrar la puerta.

-Necesito hablar con usted, ¿puedo pasar?

La mujer lo mira.

-No, no puede.

– ¿Le importaría dedicarme unos minutos?, – se gira y señala un bar -, allí mismo, procuraré ser breve.

-Espere sentado, – la mujer cierra la puerta.

Víctor se sienta en los veladores, aun frescos a esa hora del día, y pide un zumo, que además es de bote, amargo como la tuera.

La casa está medio derruida, las tejas como si fueran las teclas de un piano listo para destruir, humedades por todos lados en un lugar donde no abunda el agua, y de pintura… inexistente, y se pregunta cómo se puede vivir así, se encoge de hombros, y pide un café con la esperanza de que sea algo de mejor sabor que el zumo de polvos, pero vana esperanza, el café glorifica al zumo.

Mira alrededor, pisos de protección oficial, de los antiguos, mil veces reformados, a cada cual peor, gente trabajadora, mezclada con gente que no trabajará nunca, jardines olvidados envueltos en plásticos por descomponer, y papeles que quieren volar, pero que las ramas, secas y duras, se lo impiden agarrándose a ellos.

Un ruido, y una mujer sin arreglar, ni siquiera con la cara lavada, que se sienta, llevando en la mano un café.

-Me dices…

Víctor la mira, y respira hondo, sacrificio es el lema de su familia, algunas veces es difícil de llevar.

-Señorita…

-Nieves, – le interrumpe la mujer.

-Señorita, – repite Víctor.

-Cansino.

-Señorita, ¿me permite continuar?

La mujer lo mira con los labios en la taza, y se encoge de hombros.

-Señorita, – repite por enésima vez -, soy Víctor Hugo Elizalde De Castañeda…

– ¿Y eso que?, – no deja hablar a nadie -, ¿dan algo por tener mucha tontería en los apellidos?

Víctor respira hondo, lo que hay que hacer por… y vuelve a menear la cabeza.

– ¿Puede dejarme hablar unos minutos?

La muchacha lo mira, se encoge de hombros, será gilipollas.

-Como quería decirle, he venido, – se guarda lo de en contra de su voluntad -, a cerciorarme de que se encuentra en buenas condiciones, y de que no le falta nada que necesite.

La chica lo mira y sonríe.

-Que eres, ¿Papá Noel?

-No señorita, pero mi abuelo…

– ¿Un viejo verde?

Víctor se pone serio como la muerte.

-Señorita, con mi abuelo, ni una puta broma.

La mujer se echa hacia atrás, se ha asustado, ¿está loco el canijo largo?

El hombre se tranquiliza.

-Como le decía, mi abuelo, tenía una deuda con el suyo.

-Se ha equivocado, ¿qué coño de deuda?

-Si me dejara terminar, se podría enterar.

-Termine de una vez.

-Bien, como intentaba decirle, su abuelo y el mío lucharon juntos…

-Ahora una de romanos, – sonríe -, siga, siga…

-Y su abuelo salvó la vida del mío.

-Venga ya… ¿Cuándo fue eso?

-Hoy, hace exactamente, veinte años.

La mujer lo mira.

-No me jodas…

-Ni pagando, señorita, – sonríe el largo.

-Que cerdo… – se va a levantar, pero una mano de hierro la sujeta.

-Terminemos de una vez, tengo más ganas de dejarla que usted de no verme.

-No creo.

-No apostemos, señorita, lo último, – Víctor lo silabea en un tono de asco que no deja duda.

La mujer se sienta, pide una cola, el tipo que se acerca mira con cara agresiva a Víctor, que no le presta la más mínima atención.

-Como le comentaba, eso creó una deuda de mi familia hacia la suya, de hecho; por lo que debo de cerciórame que nada falta a la familia de Don Francisco Arredondo Fernández, sargento de infantería.

-Vaya historia.

Lo mira con cara de asco, al fin una sonrisa con sorna.

– ¿Tengo algo que creerme?

-Todo, yo nunca miento.

La muchacha sonríe.

-Señorita no sé en qué mundo se ha criado, pero en el mío, la mentira no es una opción.

Vuelve a sonreír.

-Vaya milonga que me has contado, ¿para ligar hace falta tanta historia?

-Señorita, no me acercaría a usted, ni, aunque estuviera liada en billetes de quinientos euros.

-Hijo de puta.

-No señorita, conozco a mi madre, no es buena gente, pero no se vende por dinero.

Silencio.

-No sé nada de lo que me cuenta.

– ¿Puede llamar a su padre?

Nieves saca el teléfono, su puñetero padre…

Marca el número, y lo pone en manos libres.

-Si…

-Padre, estoy en manos libres con un tipo raro.

– ¿Tipo raro?

Nieves mira a Víctor.

-Buenos días, soy Víctor Hugo Elizalde De Castañeda, ¿Don Francisco Arredondo?

-Sí, ¿qué quiere?

-Soy el nieto del General Elizalde.

Silencio.

-Sí, ¿qué coño quiere?

-Cerciorarme de que viven bien.

– ¿Ahora?, no fueron ni al entierro de mi padre.

-Caballero, mi abuelo estaba en cama, convaleciente de las heridas, mi padre muriendo de cáncer, y yo tenía cinco años.

Silencio.

-Todos los años con mi abuelo, al que recogeré cuando termine de hablar con su hija, iremos a la tumba de su padre, y colocaremos una corona, cosa que hacemos todos los años sin faltar uno solo.

Silencio.

-Durante veinte años, hemos intentado asegurar su estabilidad económica, como bien sabe, pues usted mismo retira las cantidades que estima oportunas, y no nos hemos puesto en contacto con su familia, porque lo ha impedido cada vez que lo hemos intentado.

Silencio.

-Padre, ¿es cierto?

Silencio.

-Sí, si es cierto. Lo del entierro de mi padre, lo desconocía, aparecieron muchos militares, pero por el que murió, no.

– ¿Sabe cuántas veces intentó mi abuelo, contactar con ustedes?

-En ese tiempo me marché a Alemania.

-Hasta allí fue mi abuelo.

-Nieves, fue cuando murió Mamá, una historia de locura.

-Entonces, padre, ¿lo que cuenta el jamelgo este es cierto?

-Sí, Nieves, si, lo que habla el nieto del Coronel es cierto, tu abuelo le salvó la vida al suyo.

Víctor asiente.

– ¿Ahora qué?, – pregunta Nieves -, ¿Me vas a llevar contigo y hacerme una mujer honrada?, – ríe casi en una carcajada.

-Si así lo desea, así será.

La chica lo mira de arriba abajo.

– ¿Tu eres gilipollas?

-No señorita, soy alférez del Grupo de Operaciones Especiales.

– ¿De la GOE?

-Sí, señorita.

– ¿Y qué?

-Nada.

– ¿Te vas a casar conmigo?, – sigue la broma Nieves.

-Si señorita, si es su voluntad.

-Anda, que no eres… – lo mira y sonríe -, que tonto.

Víctor hace tiempo que ha colocado la cara de piedra, la de las guardias, la de los improperios de los mandos, la del tiempo de castigo, la que parece que no le importa nada, pendiente de todo, pero sin mover un solo músculo.

– ¿Y ahora?, – continua la muchacha que lo mira sonriendo.

-Recogeré a mi abuelo, iremos a la tumba del suyo, a presentar nuestros respetos, y si así lo desea, puede acompañarnos.

Nieves lo mira, parece un recortable de soldadito, sonríe, y decide seguirle el juego.

-Vale.

El muchacho se levanta, mira el reloj.

-Señorita, dentro de una hora y media, exactamente, pasaremos a recogerla.

Inclina la cabeza y se marcha, lo que tenía que hacer, se ha hecho, lo que debía de decir, se ha dicho, piensa unos segundos, y cree que es todo lo que tenía que hacer, no mira atrás.

Nieves lo observa, “vaya imbécil”, piensa, ¿quién se cree que es?

Capítulo II

– ¿Cómo es?, Víctor.

– ¿Te cuento la verdad, o te cuento un cuento?, abuelo.

-La verdad, no me seas insolente.

-Basta, burda, sin educación, fea, sucia y con la boca de un camionero.

-Como su abuelo, – sonríe el General -, putos Arredondo, siempre se lo decía, entra en la escuela de oficiales, ¿sabes lo que me respondía?

Víctor niega con la cabeza.

-Coronel, oficiales hay muchos, sargentos Arredondo, solo yo, hijo de puta, – sonríe su abuelo y mira a través de la ventana, Víctor se da cuenta de que se ha perdido en algún lugar.

Capítulo III

Es Coronel en una tierra perdida, los han cazado, los vehículos arden alrededor de la casucha, solo quedan Arredondo y él, es de noche, han hecho daño, y por eso les dan tregua, pero no quedan municiones casi, la pierna le está matando, el costado más.

-Coronel, que tiene más sangre, no me sea nenaza.

-Tus muertos, Arredondo.

Arredondo sonríe, es feo de narices, pero un toro, lleva dos balazos en el cuerpo y metralla como para romper un detector de metales, pero el puñetero sonríe.

-Dos cargadores, mi Coronel, y las pistolas.

– ¿Solo eso?, Arredondo.

-Y cuatro cojones españoles, – y saca el enorme cuchillo de combate, lo mira, tiene sangre por todos lados, como el mismo, no saldrá de allí, seguro.

Mira a las estrellas, la noche es preciosa, ahora que no se oye nada, sería un lugar magnífico, si no se ocultara tras la sangre de los hombres que mueren allí.

-Mi Coronel, ¿ha visto a mi nieta?

-No, Arredondo.

El sargento saca una foto, y la alumbra con la linterna, es una niña gordita y preciosa.

-Gracias a dios no ha salido como tú, sargento.

-Me he preguntado si a mi hijo le han puesto los cuernos, es una monería, y mi hijo tan feo como yo.

-Sácame la cartera del bolsillo, – uno de los brazos no le funciona.

Arredondo con un esfuerzo logra sacarla.

-Ábrela, mira la foto.

Arredondo mira, es un niño, muy guapo.

-Coronel, vaya nabo, y vaya cojones, – sonríe el sargento.

-Es un Elizalde, no tenemos cerebro, pero cojones, como tú, – y tose, escupe sangre, no lo sabe, pero está medio reventado por dentro.

Arredondo sonríe.

-Sargento.

-Sí, mi Coronel.

-Júrame que, si sales de esta y yo no salgo, cuidarás de mi nieto, mejor, que se casen, son descendientes de soldados españoles, algo, – y sonríe -, que cada vez se da menos.

-Yo…

-Mi hijo, el capitán Elizalde, se muere de cáncer de páncreas, de todas las maneras, salga o no salga, morirá.

– ¿Y la madre?

– ¿La austriaca?, con sus putos muertos, – Arredondo se sorprende, el Coronel no es persona de decirlos -, está solo, ni su abuela que en paz descanse.

Arredondo mira la foto.

-Así será, mi Coronel, por mis muertos, lo de que se casen… bueno, que así sea.

-Yo, si salgo, – Elizalde sonríe, escupe sangre -, cosa que no creo, cuidaré de tu nieta, será mi nuera, nada le faltará.

Se oyen disparos.

-Mi Coronel, los moros que se han levantado con cojones.

Él sonríe, queda poco, agarra con fuerza la pistola, el último en la cabeza, un Coronel es una alegría para ellos, no les dará el gusto.

Oye el silbido, sabe que es un RPG, un cohete, están muertos, Arredondo también lo oye, y de un salto se echa sobre él, protegiéndolo con su cuerpo, la explosión es enorme, la luz se pierde, y solo percibe el tenue zumbido de sus oídos, después… nada.

Rescate, un mes en coma, y el viejo Coronel que sale de aquella tragedia, Arredondo no, cuando despierta, nadie le contesta, busca en la casa, en el pueblo de ellos, nada, los Arredondo se han perdido, han ido al extranjero, y busca, pero no encuentra, y nada se dispersa, todo continua en espera, pues su palabra es su palabra.

Capítulo IV

Nieves oye el telefonillo, mira por la ventana, un enorme coche negro, y un guapo muchacho con uniforme militar que sale de él, no es un guapo militar, es el gilipollas de antes, mejor encuadernado, pero un mierda por dentro.

Se ha puesto de caramelo, hacía años que no visitaba la tumba de su abuelo, le apetece, y también conocer la historia del viejo sargento, que no sabe por qué, nadie le ha contado.

Cuando baja, Víctor la mira sorprendido de la bondad de la higiene y de la pulcritud en la vestimenta, parece otra, no es guapa, pero si tiene belleza de mujer, es un conjunto aparente, pero se acuerda de la que le faltó poco tiempo antes, y la cara se colapsa en un rictus de asco, le abre la puerta, y deja que entre en el coche, lo hace sin mirarlo, el también mira al frente, no adonde ella está.

Cierra la puerta y se coloca al lado de Jorge, el ayuda del abuelo.

El coche arranca.

– ¿Tu eres la nieta de Arredondo?

-Supongo, Don…

-Llámame General, – Nieves lo mira, es como el nieto, pero con arrugas, los ojos miran lo mismo, la cara de piedra es igual, si, son familia.

-Tu, zopenco, – golpea el asiento del nieto con su bastón.

-Sí, abuelo.

-Me habías asegurado que era fea como una mona.

-Sí, abuelo, me ratifico en ello.

El General mira a la muchacha, los ojos le echan chispas.

-No le hagas caso, – le sonríe el general -, es mi nieto, pero es gilipollas.

-Ya me había dado cuenta, – contesta Nieves.

Capítulo V

Jorge saca una corona, el abuelo deja el bastón en manos de su ayuda, Víctor lo sujeta, tieso como un palo, con la corona en la mano, la coloca sobre una tumba, después saluda, han quitado la del año pasado, nadie ha visitado la solitaria tumba.

Silencio, el General saluda, y como todos los años, se queda quieto delante de la tumba, como si el tiempo no corriera, después Jorge saca una botella de coñac, la bebida preferida del sargento y del Coronel, y bebe, se sienta en el frio mármol.

-Este era tu abuelo, Paco Arredondo, mi sargento, tenía los huevos que no podía cerrar las piernas.

La muchacha lo mira extrañada, es un mundo irreal, ¿ejército, soldados, honor?, ¿qué coño es eso?

-Siéntate que te cuente, niña, te explicaré quién era el tipo que está aquí dentro, esperándome, para que nos bebamos una botella de coñac entre los dos.

Nieves lo hace, el día es magnífico, hará calor, pero la sombra de los cipreses, y la soledad del cementerio, parecen llevarla a otro lugar, y el general, fácilmente lo consigue.

Capítulo VI

– ¿Le prometió que me casaría con su nieto?

-Prometimos, niña, prometimos, eres mi futura nieta.

Nieves sonríe, mira al soldado de uniforme y vuelve a sonreír.

-Ni loca, primero que no estoy interesada en casarme, segundo que las promesas de mi abuelo, son de él, no mías, y tercero, que tengo novio.

El General toca el frio mármol.

-Ves, Arredondo, tiene los cojones prietos como tú, vamos a tener unos biznietos que serán de exposición, – y el viejo sonríe.

El viejo le coge la mano.

– ¿Eres enfermera?

-Si … General.

El viejo asiente.

-Bien, también sé que no tienes novio, lo dejasteis, ¿hace cuánto?, – y mira a su nieto.

-Ciento treinta y seis días, abuelo.

-Eres mayor que él, que además no ha tenido novia, y lo rondan de todos los colores, pero él solo se dedica a lo suyo, acaba de aprobar el curso de GOE, tiene ya el grado de Teniente, y está adscrito de momento aquí, a la plana mayor regimental, un gran futuro le espera, y a la mujer que esté con él.

Nieves mira a los ojos al General.

-Sí, feo no es, gilipollas, seguro, pero, además, ¿quién le ha dicho que yo quiero venderme por dinero?, ¿le digo en qué lugar se mete a su nieto?

-Víctor, ¿estarías dispuesto a casarte con esta chica?

-Sí, abuelo, con cualquiera, – y resalta la palabra -, es una deuda de honor de la familia, y se pagan, al ciento por ciento.

Mira a la chica.

-Ves, ¿en qué lugar vas a encontrar algo mejor que esto?

-En cualquier agujero, General, en cualquier sitio.

-La juventud, – suspira el viejo -, en ese caso, solo me queda pedirte que, por el recuerdo de tu abuelo, hagas algo por mí.

– ¿El qué?, General.

-Quiero que salgáis, diez veces, solo eso, diez cenas o similares, no te preocupes, el gilipollas del Teniente paga.

-No. – Nieves lo mira a los ojos.

El General coge la mano de la muchacha y la coloca sobre el mármol.

-Díselo a tu abuelo.

La muchacha intenta retirar la mano, pero el viejo la sujeta, es imposible que pueda moverla, el viejo sonríe, es un hijo de puta.

-De acuerdo, – consigue soltarse -, de acuerdo, por mi abuelo.

-Muchas gracias, – le sonríe el viejo, y Nieves observa como el nieto no ha movido un solo músculo.

Se acabó la presentación, queda mucho más, como en cualquier libro, pero este es especial… y como siempre, Amazon.