La Reina Gitana

La venganza de las bestias. Después de la victoria, la venganza, el mal con los últimos adelantos tecnológicos, la batalla final contra los animales en forma de legión de asesinos, no hay piedad, no hay descanso, solo la vida o la muerte, de Pablo, de Rosa, de todos.

Una épica lucha por sobrevivir a la hidra de la maldad, intentar eliminar la última de las cabezas, luchando en un paraje real, aunque parezca increíble. 

El peligro, la necesidad de proteger a los suyos, hacen de Pablo un héroe sin quererlo; de nuevo, a pesar suyo, la fuerza de la oscuridad lo posee, el exterminio de aquellos que lo amenazan es la única forma de poder volver a la normalidad.

La hidra se vuelve a levantar, amenaza a los mas jóvenes, a los desamparados, ofreciéndolos como carne nueva, y Pablo, debe, tiene, que arriesgar su vida de nuevo, en lugares que nosotros consideramos seguros, el almacén de al lado, el bar de la esquina, cualquiera de ellos puede ser el nido de ratas que hay que exterminar.

Lo más horrible quizá este sucediendo al lado nuestro, sin que nos percatemos de ello, la persona amable, el señor simpático, el que nos sirve el café, el que nos ayuda con la compra, pueden ser durante el día, pero llega la noche, y se transforman en bestias, que ante el Dios dinero hacen sacrificios que no podemos ni imaginar.

No valen las normas, las leyes, lo acordado, solo una lucha sin piedad, de exterminio total, hará que estos animales y sus fechorías desaparezcan de la faz de la tierra. Serán sustituidos por otros, posiblemente, pero habrá que volverlos a erradicar como una enfermedad, como una plaga.

La sociedad da una segunda oportunidad, pero Pablo sabe que esto no sirve sino es para que se mantenga el mal; quien a hierro mata a hierro muere.

Ungido por fuerzas ancestrales, para muchos es la diferencia entre lo terrible y la salvación, y ante eso Pablo no duda ni un solo instante.

Para que el mal triunfe, solo se necesita que nadie haga nada.

Hay crímenes que nadie quiere ni debe perdonar, y el castigo debe de ser proporcional al daño causado.

Si vienes a matar, puedes morir, tenlo claro, que no haya error en el resultado.

Una alimaña, es solo una alimaña, no va a cambiar aunque quisiera. Es su ser.

Ahora un poquito de lectura, si os animáis…

PABLO Y ROSA II

La Reina Gitana

Pedro Casiano González Cuevas

Capítulo I

             La he liado, pensó Rosa, ahora, en algún momento tendría que soltar a Pablo. Está pletórica porque se ha despertado, pero lleva allí más de media hora, y en algún momento se tiene que bajar a tierra, “Dios mío que vergüenza”

             No quiere ni mirar, seguro que todos están esperando a ver qué hace, y con ello, ver a la gitana que se quiere llevar a su hijo.

             Pablo se ha vuelto a quedar dormido.

             Vamos allá, se decide Rosa.

             Se despega de Pablo, y baja todo lo pequeña que es, agarrándose al barandal de la camilla, lentamente, como si al final le esperara el cadalso.

             Apoya los pies en el suelo, cierra los ojos, y se vuelve, quien sabe lo que pasará ahora, que sea lo que Dios quiera.

             Un abrazo y dos besos.

             Abre los ojos.

             También la madre de Pablo los tiene cerrados, y llora, se tiene que agachar para abrazarla, pero lo hace, puede mirar más allá de su hombro, y ve las caras de alucinadas de Ange y Anita.

             Más alucinada está ella.

             Mueve un poco la cabeza, y ve a Don Pablo, no sabe qué piensa, pero la bruja de la hermana de Pablo la mira como si le quisiera meter un palo por el culo para asarla.

-Rosita, que está bien mi niño, que está bien.

Y no la soltaba.

             Don Pablo, se acerca y quita a su mujer de en medio, ella me escabulle como puede, y se coloca en el otro lado de la camilla, en la del gotero, con cuidado de no hacerle daño, se sienta, y haciendo de tripas corazón, y como Juana de Arco levanta la cabeza, retándolos a todos.

– ¿Con que tú eras las que tenía el novio que le habían pegado algo?

Pregunta su cuñada.

– Yo nunca miento, le han pegado tres tiros, ¿es mentira?

             Vio a Pablo padre sonreír, quizás porque su hijo estaba mejor, quizás por su poca vergüenza, no lo sabía, y además no me importaba.

– Y es mi novio.

Les anunció desafiante.

– Pero criatura, si eres una niña.

Comentó Don Pablo.

– Tengo diecisiete años, y Pablo y yo estamos comprometidos.

– ¿Te ha hecho algo indecoroso mi hijo?

Ladró Pablo Padre.

– Oiga, que yo soy virgen.

             La Irenita, puso cara de incredulidad.

– ¿Quieres un certificado?

Le preguntó con muy mala follá, ya estaba tocándoselo.

-Pero, guapa…

Preguntó Irene.

– ¿Tú estás segura?

Supongo que pensaba que tenía una enfermedad mental.

– Cuando se despierte Pablo, ¿por qué no se lo pregunta?, las gitanas siempre decimos la verdad en estas cosas.

             Al oír la palabra gitana, el padre de Pablo agachó la cabeza, supo que no iba a ser un camino fácil.

             Los policías, que estaban escuchando toda la conversación, alucinaban en estéreo y en colores.

– Cuando se vayan los maderos, les voy a decir porque está su hijo vivo.

– ¿Qué quieres decir?

Preguntó extrañada Irene.

– Una historia que les tengo que contar cuando Pablo esté bien, pero, y se lo pido por favor, déjenme hasta que Pablo despierte, cuando lo haga, si él quiere que me vaya, lo haré.

– Bien.

Le permitió la madre, aunque no las tenía todas consigo.

             Buen rato el que estuvieron como en un duelo del oeste, durante horas ella agarró su mano izquierda y su madre la mano derecha.

             Y así horas, y más horas.

             Cada vez que Rosa miraba al cristal, veía a Ange y Ana que parecían alucinadas, Ange movía las manos como diciendo, ¿qué pasa?

             Las ocho de la tarde, han pasado un montón de médicos, todo está bien, todos sonríen a la familia, a ella no me sonríe nadie, supone que se habrá corrido la voz de la gitana loca de la quinta planta, pero, lo que tenía que decir a todos, es que le sudaba. Eso es lo que hay.

             Pablo que se mueve, queriendo llevarse la camilla ella, respira profundamente, abre los ojos, mira a ambos lados, y comenta con los calmantes, como sentenciando.

– Las dos mujeres que más quiero en el mundo.

Se vuelve a quedar dormido.

             Perrerón en estéreo, su madre, por un lado, y ella por otro.

             Sólo se levanta a hacer pis, vaya a ser que le quiten el sitio, no, cada vez que vuelve está libre y lo vuelve a ocupar.

             Ange y Ana se ven desesperadas, las chiquillas llevan allí una eternidad y no saben lo que pasa.

             Con la mano les hace ademán de que se vayan, se encogen de hombros, y Ange le hace la peseta delante de los policías.

             Está destrozada, se deja caer en la mano de Pablo, y se queda profundamente dormida.

             La despierta Irene que le ofrece un café, le sonríe, quizás ella la entiende, no lo sabe, eso espera. Pero si hay que luchar contra ella, también se lucha, aunque no le gustaría.

             Vienen las enfermeras, y los echan a todos, tienen que cambiar al enfermo.

             Después los médicos. Más tarde los enfermeros.

             Ni una sola palabra cruza con los Maldonado, pero puede hablar con Ana y Ange al fin.

– Que chocho tienes prima.

Ange mueve la cabeza, Ana no abre la boca.

– Te lo avisé, no me voy de aquí hasta que Pablo me lo pida, si me lo pide, y si lo hace, le corto los huevos.

             Ange se ríe.

– Primi, toma ropa nueva, dúchate y cámbiate.

– ¿Dónde?

Pregunta Rosa.

– Toma.

Le ofrece una llave.

-Nos la ha conseguido Dieguito, es la del cuarto de enfermeras, al final del pasillo.

             La coge y aprovecha, porque lo que sí es cierto, es que se siente incómoda, y el período está a punto de venirle, como le venga ahora, se caga en toda su puñetera madre.

             Esto ya es otra cosa, fuera chándal, saca poder gitano que tú puedes. Se ha arreglado el pelo, se he puesto un corpiño blanco palabra de honor, que se vea la cruz que le dejó su madre, y unos pantalones negros.

             Pasa por los policías, que me miran sorprendidos, pero que no comentan nada, se vuelve a colocar en su incómodo sitio, que nadie ha osado tocar, le coge la mano a Pablo.

             Un susto de narices. Esta sola en la habitación y se oye.

– ¿Qué pasa?, meona.

              Es Pablo, sonríe con lágrimas en los ojos y le acaricia la cara.

– ¿Cómo estás?

Le pregunta con cara de asustada.

– Como si me hubieran dado unos cuantos tiros, por lo demás, bien.

Sonríe o lo intenta.

             Ese es su Pablo.

             Hace señas a Doña Irene, y ésta se acerca.

             También viene llorando.

– Ay Pablito, hijo mío, gracias a Dios estás bien.

– No llores mamá. Estoy bien, ya sabes que soy duro como una piedra, no es la primera vez que vienes al Hospital a verme.

– Sí, pero ésta ha sido peor.

Le contesta la madre con lágrimas en los ojos.

– La verdad es que sí.

Asiente Pablo.

             La mira.

– Joyita, ¿cómo estás?

– Ahora bien.

Le sonrío.

-Mamá, ¿conoces a Rosita?

Pablo mira a su madre, después la mira a ella.

– Si Pablo, ¿es tu novia?

Le faltó tiempo para preguntarlo.

– No.

Aseguró secamente.

             El alma se le cayó al suelo, hijo p…, pensó, como la había engañado.

– Es mi prometida.

             Bajón de mala leche, subida de felicidad.

– ¿Prometida?, Pablo.

Cara de incredulidad de su querida suegra.

– Sí, y nos queremos casar, ¿cuándo?, anda, explícaselo Rosa.

– En Octubre, -contestó Rosa.

Y terminaron los dos a dúo.

– Que ni frio ni calor.

             Pablo comenzó a reírse, pero le dolían las heridas, se echó hacia atrás.

– Voy a cerrar los ojos, estoy cansado.

Se acercó la mano de Rosa a la cara y la besó, después se dejó caer y se volvió a quedar dormido.

             Irene la señaló con la mano para que saliera fuera. Ya era el momento del interrogatorio de toda la familia, de las preguntas incómodas y de las situaciones tensas, Rosa sabía que llegaría, pero no tan pronto.

– Rosita.

Le preguntó Irene muy seria nada más salir.

– ¿Qué es eso de que eres la prometida de Pablo, y que os vais casar?

-Pues eso, la verdad.

La cara más seria del mundo.

– Pero, ¿cuánto tiempo hace que os conocéis?

             Se paró un momento a contar.

– Con el de hoy, creo que once días.

La miró a los ojos.

– Estáis locos.

Movió la cabeza, sin poder llegar a creérselo.

– Sí, Doña Irene, ¡que once días!, una vida, o mejor dos.

Puso la cara de una niña pequeña.

– Pero si dices que eres virgen.

Que no le entraba en la cabeza.

– Ustedes lo toman todo por el mismo lado, sigo siéndolo, le juro que él salvó mi vida, y yo salvé la suya, que somos el uno para el otro, que Dios nos perdone, pero eso es lo que hay.

-Pero lleváis poco tiempo, además tú…

             No la dejó terminar.

– Sí, soy gitana, ¿usted se cree que para mí es fácil casarme con un payo y en tan poco tiempo?, no espero que lo entienda, pero, seguro que yo tengo más problemas que su hijo por casarnos.

– ¡Venga ya!

Le salió del alma.

– ¿Venga ya?, el tiempo lo dirá.

Le respondió con una mirada desafiante.

             Don Pablo se acercó e intentó apaciguarlas, estaban subiendo el tono.

– Tranquilidad, que aquí todos queremos lo mismo, que Pablo se cure, ¿no?

             Ambas asintieron con la cabeza.

– Y tú Rosita, ¿por qué no te vas a tu casa?, descansas y mañana vienes.

– ¿Quién yo?, ni muerta.

Puso cara de leona.

             Se dio la vuelta, y se volvió a poner en su sitio, al lado de su Pablo.

Capítulo II

– Vaya con la niña, con lo modosita que parecía, como nos ha engañado, -renegaba la madre.

– Eso será cosa de tontería, cuando se recupere, seguro que se pasa, será un calentamiento, -cara de desafío de su esposa.

             Le puso la mano en el hombro.

– Espero que sea eso, porque la mosquita muerta esa tiene pinta de venir con problemas, -realmente era lo que pensaba.

– No adelantemos acontecimientos, lo que tenga que ser será, mujer, Pablo está bien, y eso es lo que es importante, ¿no?

– Tienes razón, -asintió al fin.

             Tengo un hijo imbécil de solemnidad, yo creía que lo había criado bien y parece idiota, o ¿será que le han dado un golpe en la cabeza? no, porque en el informe no aparece. Que agobio.

             Vaya situación, malo por malo, o quizás no, no, seguro que es un problema, esta gente del sur, la niña ha visto un buen partido, y ancha es Castilla. Pero le va a costar trabajo, somos gente del norte hecha a las vicisitudes y los problemas.

             Mientras tanto Irene madre e hija discutiendo, si son iguales, ¿que se pueden echar en cara?

– Pero la mosquita muerta que se ha creído, ¿qué va enganchar a mi hermano?, no vale ni la mitad que él, ¿de dónde habrá salido?, que ven un uniforme y se ponen como locas, maldita perra.

             Irenita en estado puro.

             Veo que la niña que acompañaba a Rosita se va a por Irenita, le medio chilla.

– Tú, lacia, que para hablar de mí prima lo primero que tienes que hacer es lavarte la boca, que la suerte la tiene tu hermano de llevarse la más bonita y la mejor de las mujeres.

             Irenita, iba a hacer el ataque de verborrea que solía hacer para amedrentar al personal, pero me acerco y me pongo en medio. La otra acompañante, la tétrica, se acerca también, pero con peores intenciones.

             Solo comento serenamente.

– No digamos nada de lo que después nos arrepintamos.

– Pero Papá, ¿tú has visto a la mocosa esta?, -me pregunta mi hija que está más cabreada que una mona.

– Tranquilicémonos.

             La chica morena se marcha, y se sienta junto a la otra muchacha en la esquina más retirada de nosotros. Irenita, da vueltas como un tigre enjaulado.

Rosa mira la situación, y piensa, “ya se ha liado”, la Inspectora de Hacienda y Ange, dos caracteres, pero antes de que tenga que intervenir en nada, llega Don Pablo, y se calman, cada una por su lado.

             Ha pasado lo que no quería, dos facciones, cuando tenían que ser una, pero cabía la posibilidad, una gran posibilidad, ya lo resolverían. Arte no le falta a ella. Y sonrió, pensando que al final los del norte acabarán vestidos de mercadillo.

             Pablo está bien, otro día más. Cada vez tiene mejor color, hoy le han dicho que le van a dar dieta sólida.

             Se despierta, le sonríe atontolinado, está sola, llega la enfermera con filete, supone, de merluza, por cierto, le han dado la más fea del mundo, y un yogur con menos alimento que el tobillo de un canario.

             Le quita la piel a la merluza, el olor tira de espaldas, al vapor, que asco, con el saque que tiene su niño. La sonda se la quitaron esta mañana, espera que acepte la comida, le pone un pedacito en la boca, y lo engulle, otro, y otro, después el yogur, ese es su niño, y le pregunta.

– Vaya mierda, tengo el estómago que pega bocados.

– Espera un momento, espera.

Le pide Rosa.

             Ya se ha hecho amiga de la mitad de las enfermeras de todos los turnos, se acerca a Luisa, una chavala muy apaña, y le pregunta.

– Niña, que mi novio mide dos metros, y le habéis puesto una sardina amerluzá, que me pide más, ¿puede ser?

– No ricura, órdenes del Doctor, mañana comerá más, además con las intravenosas no le falta de nada.

– En el gotero, ¿se le puede meter un bocadillo de Jamón?

             Luisa se ríe.

– Que cosas tienes.

La muchacha continúa con sus menesteres.

             Vuelve a la habitación, se ha quedado dormido.

             Sale un rato, Ange y Ana no están, tampoco Don Pablo e Irenita, solo queda su madre.

             Pasa al lado de ella y se acerca a los ventanales, doblando la espalda que le duele de veras.

             Ninguna de las dos se hablan.

             Se sienta en un sillón enfrente de ella y sube los pies para hacerse un ovillo y poder doblar la espalda.

             Mira al frente sin ver a nadie, está muy cansada y se le nota.

– Doña Irene.

Intenta entablar una conversación, aunque no le apetezca.

             LA mira, pero no le contesta.

– ¿Por qué no se marcha usted a un hotel y descansa algo?, que le va a dar un tabardillo. Además, tanto café y la comida del hospital no ayudan.

             La mira, está muy cansada.

– Con la prisa, ni hemos reservado Hotel.

– Usted no se preocupe.

Rosa vuelve a la habitación de Pablo, han cambiado a los policías que no la conocen, me van a decir algo, cuando ven que coge el móvil y sale, les dedica una sonrisa de las de “Niña guapa” como las llama Ange.

             Se sienta de nuevo al lado de Irene.

             Llama al Ayo.

– Hola Ayo.

– Está bien, Ayo, es fuerte como un roble.

– Yo le daré uno muy grande tu parte, de la de Ester y de la del Tío Ricardo.

– ¿Me puedes hacer un favor?

– Búscame un buen Hotel de cuatro o cinco estrellas, es para los padres y la hermana de Pablo.

– No el oxidao, no, que no me gusta.

– Uno de los de la avenida del Colesterol.

– Vale.

– Manda después a recogerlos a alguien para que los lleve al Hotel.

– Yo estoy bien, yo no me rompo, soy la Joya.

– Un beso, Ayo.

             Le va contestar, y la para con la palma de la mano.

             Vuelve a marcar.

– Dieguito, guapetón.

– ¿Quién va a ser?, la más guapa, la que más te quiere.

– Pues esa, anda hazme un favor tráeme dos cafés.

Rosa le pregunta a Irene.

– ¿Con leche?

             Irene asiente con la cabeza.

– Uno con leche y un cortao.

– Me salvas la vida, pero que apañado eres.

             El Dieguito, es capaz de dejar tirado a un enfermo por traerle el café, la conoce desde que nació, y le debe muchos favores al Ayo.

– ¿Me decía, usted?, Doña Irene.

– Que desparpajo tienes para ser una niña. Gracias por lo del hotel.

– De nada, es mi ciudad, yo la conozco, ustedes no, y sois los padres de Pablo, bueno…

Arrastró las palabras.

-Y su hermana.

             Irene sonrió.

– Me tienes que contar la historia.

Quiere saber, aunque a la vez no, pero la curiosidad…

– Es que es muy larga, doña Irene.

-Tenemos tiempo.

Comenta con razón la madre de Pablo.

– Pues verá usted, doña Irene, nosotros tenemos un puesto en el mercadillo, y vi a su hijo, y me enamoré, pero es que él, que me lo contó después, esa noche no podía dormir ¿qué puedo hacer ante eso? si cuando me dijeron que lo habían matado, me quería morir, si él no está, ¿para qué quiero yo vivir? Me gustaría que se la contara su hijo, no quisiera que creyera que exagero.

– Cuenta, cariño cuenta.

             Dos horas después.

… y apreté el gatillo hasta que sonó un chasquido metálico.

             Irene no abrió la boca en todo el tiempo, ella tenía la boca seca, y el café que había traído Dieguito hacía mucho tiempo que se lo habían bebido.

– Entonces ¿tú salvaste la vida de mi hijo?

No puede creérselo, pregunta con incredulidad.

– No, salvé la de los dos, porque si él se muere, yo me muero.

             La abrazó, y le da dos besos, la apretó con tanta fuerza que Rosa creyó que la iba a romper.

             Sonó el móvil.

– Si Ayo, dime.

– Vale.

– Gracias.

– Doña Irene, los están esperando abajo.

Rosa le pidió el móvil y le dio un toque, ya tenían ambas los números de cada una.

– No se preocupe usted, que, si pasa algo, yo la llamo.

– Y tú, ¿por qué no te vas a casa?

             Solo sonreí.

             Ella sonrió también y se marchó.

             Qué alegría, los dos sillones para ella, puestos uno enfrente a otro eran como una cama.

             Pero aquella noche, Pablo pasó la noche inquieto, dando más por culo que un niño chico, casi no la dejó dormir, y se enteró bien enterada de los que costaba mover a su niño.

Choto camina como él dice, hablando para sí mismo, en sus cosas, que son muchas y diversas.

Desde luego el señor Tomás tiene unas cosas… mandarme a mí a recoger a los padres del Señor Pablo, el apalabrao de la Rosita, con todo lo que dicen de él, como meta la pata me los cortan.

             Los ve.

Ahí están, tienen pinta de finolis.

             Sale del coche, se acerca a un señor que está sudando como un cochino.

– ¿Don Pablo Maldonado?

– Sí, yo soy, ¿qué desea?

             ¡Oh!, ¿qué desea?, que fino…

– Buenas tardes, soy Gonzalo Torres, venía a recogerles de parte de Doña Rosita Valdivia.

– Muchas Gracias.

             Les acerca al coche, el BMW luce impecable, lo acaba de lavar en el elefante azul, tres eurazos, y como nuevo.

             El señor se coloca a su lado, y las señoras detrás.

             Arranca, despacio, se me vayan a enfadar.

– Para mí es un honor conocer a la familia del Señor Pablo.

– ¿Tan famoso es mi hijo?

Pregunta el señor mayor.

– Se va a casar con Rosita Valdivia, que no es poco, además es quién es.

Respondió el Choto con admiración.

– ¿Quién es esa Rosita?

Pregunta una mujer, jaquetona y joven, le daba él, pero cualquiera…

– La nieta del Señor Tomás, la cosa más bonita y buena que ha dado esta tierra.

– Ella nos ha contado una historia…

Refirió Irene madre.

– ¿Historia?, Señora, si se lo ha contado Rosita, es verdad, esa no cuenta una mentira, si lo sabré yo que la he visto nacer. Ella es especial, y su hijo también.

– Eso son historias de viejos.

Con lo buena que estaba y lo mal que largaba la jaquetona.

– Lo que usted opine señorita.

Choto se calló y siguió conduciendo.

             Paró el coche en la entrada del hotel, todos se bajaron, y sacó del maletero las pocas maletas que llevaban. Les indicó que me siguieran y atravesaron el amplio hall acristalado del moderno Hotel.

– Buenos días.

Saludó a la señorita de recepción.

-Una reserva de dos habitaciones a nombre de Don Tomás Valdivia.

– ¿A nombre de quién?

– Tomás Valdivia.

– Sí, señor, ya están preparadas, exteriores, las mejores del hotel.

             Esperó a que les tomaran los datos.

             Cuando terminaron les preguntó.

– ¿Quieren que los lleve a cenar esta noche?

– No muchas gracias.

Contestó el señor mayor.

– A su disposición.

Y sintiendo que le quitaban un peso de encima, Gonzalo Torres conocido como el Choto se marchó sonriendo.

Rosa suspiró al fin se habían marchado los padres de Pablo, que castigo, pero bueno, creyó que no mal del todo, quizás regular.

             Posiblemente mañana le dieran el alta a Pablo, se había recuperado sorprendentemente bien, el hombro, curado, la pierna va bien, la que necesita más cuidado, es la del costado, pero desde que le quitaron la sonda hace días, está perfectamente, anda por el pasillo, con cuidado, y seguido por los dos policías, pero anda paseos cortos. Increíble, es de hierro.

             Ella ha salido a ducharse, y cuando regresa a la habitación, se encuentra con un señor alto y delgado, de traje, impecable, muy guapo, con bigote cano impecablemente cortado, y a una tipa morena súper guapa con un traje de sastre, ¿quiénes serán?, piensa, ¿le tendrá que sacar los ojos a la tipa guapa?, eso lo que se pregunta.

             Rosa se alegra de que al menos viene de ducharse del cuarto de enfermeras, arregladita, no mucho, pero si lo suficiente como para no desmerecer al lado de nadie, que la gente es muy mala.

– ¡Buenos días!

Saluda a los agentes con los ojos, viejos conocidos de un día y otro, y entra en la habitación de Pablo.

             Correctamente los dos personajes, le dan los buenos días, Pablo me ofrece la mano, se la coge y se coloca a su lado.

– Mira, cariño, estos son el Comisario Jefe Delgado, y la Fiscal Lozano.

– Rosita Valdivia, para servirles

Agacha la cabeza como le han enseñado.

– Señor, señora, ella es mi prometida, la nieta de Tomás Valdivia.

– ¿Eran ciertos los rumores Maldonado?

Pregunta sorprendido el Comisario Jefe.

– Para mí nunca han sido rumores

Rosa sonríe, “el Callao ha hablao

– ¿Con que tú eres la famosa Joya?

Pregunta Delgado con cara seria.

             Rosa levanta el pecho con orgullo y le responde.

– Rosa Valdivia, y algunos me llaman la Joya.

– Pues tienes bien puesto el nombre.

Asintió la fiscal.

– Algún día tendrás que responder a algunas preguntas.

– Creo que no será necesario señora fiscal, yo responderé con gusto cualquier pregunta que les ronde la cabeza.

Pablo le contesta con seriedad.

– Bueno, este no es el momento de hablar de ello, venimos, primero para saber de su salud, aunque hemos estado informados en todo momento, queríamos saludarlo. ¿Cómo se encuentra Maldonado?

Pregunta Delgado, intentando cambiar el tercio.

– Bien Señor, gracias a Dios, bien.

– Ambos nos alegramos de ello, y le felicitamos por el compromiso con la Señorita.

– Yo también.

Añade la Fiscal, se ha dado cuenta de que ha mordido en hierro.

– Muchas Gracias.

Contesta Pablo con voz fría, Rosa ya lo va conociendo.

– Muchas Gracias.

Responde Rosita, sabe que todo va con ella. El Comisario Jefe es el que toma la palabra.

– Desde luego, ha saltado a la fama en apenas un momento, de película, Maldonado, esperamos un informe más detallado, pero no hay prisa, la operación ha dejado con la boca abierta a media Europa, los portugueses están encantados, y nosotros más. Todos los días nos llegan las noticias de más decomisos, hay páginas y páginas de agradecimientos, de la DEA, de los servicios secretos israelíes, del gobierno chino, del vietnamita… una locura, nos ha puesto en el mapa, Maldonado.

El jefe sonreía satisfecho.

– Me alegro mucho, Señor.

– Pero a lo que venía.

Continua Delgado hablando.

– Se le ha propuesto para la Cruz al Mérito Policial con Distintivo Blanco, será el Inspector más joven en recibirla, y sabe que de estas medallas no hay muchas.

– Es un honor, señor.

– Pero, lo mejor, quiere entregársela el Presidente del Gobierno.

Una sonrisa tan amplia que parece que se le va romper la cara.

– ¡No me joda señor!, perdón.

– Pues eso, Maldonado.

– ¿Cuándo?

Preguntó Pablo, no le gustan las fiestas de disfraces como las llama.

– Cuando se encuentre recuperado. Falta tiempo, aunque le den el alta, no está en condiciones de soportar un asalto así. Todos los medios quieren declaraciones del Héroe de Sines, aquí lo tenemos en una burbuja, protegido del mundo, pero el Hospital está hasta el gorro, Bravo Maldonado.

– Ya hablaremos más largo, Pablo, acerca de todo este asunto cuando se encuentre mejor.

La Fiscal le sonríe a Rosa se la comen los gatos que tiene en la barriga.

– Recupérese, Maldonado, adiós señorita, encantado.

Se despide Delgado y ambos abandonan la habitación de Pablo.

– Cariño.

Exclama exultante Rosa,

– Te van a condecorar.

– Sí, y la gorda, la más gorda.

             Lo abrazó.

– Y famoso.

– Tú ves, eso ya no me gusta tanto, en mi negocio no es demasiado bueno.

– Tonterías.

Aseguró Rosa sonriendo.

-No seas mal fario.

Rosa sabía de qué estaba hablando Pablo, pero…

– No ha venido nadie de tu familia, ¿por qué?

Le pregunta Pablo.

– Yo les he dicho que no vinieran, por lo mismo que tú has dicho, estás en el ojo del huracán. Y ahora que te dan el alta, ¿dónde vas a ir?

– Supongo que a la Residencia de la Policía.

– Y una mierda.

Contesta Rosa con cara de gata enfadada, a Pablo le encanta.

– Allí voy a estar muy bien cuidado.

– Y más solo que la una. Tú te vienes a casa.

– ¿A casa?, si no tenemos.

– A mi casa, tan grande y tan tonto.

– Rosita…

Pablo se quejó, mirándola con cara de no estar muy de acuerdo.

– Vamos, que el abuelo te ha acondicionado su despacho, al lado del patio, que te han puesto en la entrada una rampa, ¿y ahora vas a tener los santos cojones de decir que no?

– Pero no quiero obligaros.

– Vete a Santander, con tus padres.

– Va a ser que no.

– Entonces, ¿de acuerdo?

– Vale.