Una Sensata Locura

La vieja Rocío esperó, como siempre, con una paciencia infinita en la sucursal del Banco, ya habían pasado, sobre su turno a dos agobiados hombres de negocios, que supuso que no serían como ella, irían a llevar dinero, que no lamentos y quejas.

Miró el viejo reloj, regalo de su fallecido esposo, que aun funcionaba, dos horas ya, ¿Qué tendrían que hacer de nuevo…?

Una de las chicas con mala cara, levantando el brazo con malos modos que le indica que se acerque.

Con respeto, con tranquilidad, lo hace, está nerviosa, como siempre, cansada, como siempre, y esperando que la leyenda, lo que va escuchar, cambie.

– ¿Que deseaba?, -es un soplido de cansancio más que una petición, por supuesto la cordialidad desapareció con la última persona que trajo dinero, los que se lo llevan no existen, y los que piden, la mayoría, morralla.

-Verá es sobre el embargo…

-No me diga.

-Si le digo, me han embargado otra vez los seiscientos euros…

– ¿Y a mí que me cuenta?, demande al banco, a quien sea, yo no puedo hacer nada.

-Pero es la décima vez que os lleváis, que me robáis el dinero…

-No lo robamos, es nuestro, -sonríe con maldad la banquera.

-No, no podéis, hasta el límite de sueldo mínimo…

-Y una mierda, vieja, -sonríe con más maldad aún-, si avalaste al mierda de tu hijo, te jodes y pagas.

-A mi hijo ni mentarlo.

-Pues mira como te ha dejado, -nueva sonrisa, esta disfrutando como lo que es, una puerca lasciva.

-Pero no pueden…

– ¿Qué no?, mira la cuenta, vieja, ni telarañas.

-Pero, ¿de que, como?

– ¿Y a mí, que coño me cuentas?, al juzgado.

-No tengo dinero.

-El siguiente, -grita, Rocío la mira, la mataba.

-No me pienso mover.

La chica se levanta, entra en el despacho del director, no se corta, es algo común.

-La vieja coñera, Javier.

– ¿La vieja de los putos embargos?

Se ve desde fuera como la chica asiente.

-Joder, otra vez, -es lo que se oye del interior del despacho.

             Un hombre que sale, es alto y joven, pero ya no sonríe, a todos los que han entrado les ha dedicado la sonrisa mejor ensayada del mundo, pero ahora no es eso.

Se acerca, coge a Rocío del brazo.

-Abuela, a la puta calle.

-Me robáis todos los meses.

-Pues a Caritas, que para eso está.

-No, ex mi dinero.

-Nos cobramos lo que nos debes, vieja, te jodes, si no comes muérete, ya es hora.

             Nuevo tirón, la vieja se agarra a la mesa que se mueve, la gente se empieza a acercar, y eso que no está llena la sucursal.

-No podéis robarme, -grita Rocío.

-Al juzgado a poner las quejas.

-Me habéis dejado sin dinero, ¿cómo puedo ir a juzgado?

-La gratuita o lo que sea, a mí que me cuentas, puta vieja.

Rocío siente que algo se ha roto, durante un segundo piensa en que le han quitado el piso, que la paga, ni seiscientos euros, se la quita del banco, aunque sea ilegal, que reclame, y a la cola de Caritas, donde las marroquíes tiran lo que no pueden vender, y el alma se le muere, abre el bolso, siente el frio del acero japonés del cuchillo que hace años le regalo su hijo ya muerto, y sin darse cuenta, ve como se mueve con velocidad de rayo, y se clava varias veces en el estómago del director del banco.

-Vieja, me has matado.

-Ya sabes, al juzgado.

-Mi mujer, mis hijas…

-Que sepan lo que es llorar por las esquinas.

-Te joderán, puta vieja.

-No, por fin comeré todos los días, tres comidas calientes, que tengo derecho, muérete, te lo mereces, todos os lo merecéis, la poca alma que tenías te la quitaron hace tiempo, al infierno, -le escupe en la cara, se levanta y se marcha, mientras que se oyen las sirenas.

Rocío sale de la entidad bancaria, nadie se lo ha intentado impedir, un silencio sepulcral, roto por el susurro de una persona, que no sabe quién es.

-Con dos cojones, abuela, si todos fuéramos así…

Y Rocío sonríe, con la medio sonrisa del que sabe que vienen tiempos peores, o quizás no, suspira, una nueva etapa en la vida, algo que agradecer a los bancos, que están para todo, pero en sobremanera, para ayudar a las personas, sobre todo a la tercera edad; se sienta en la gradilla, y espera a que aparezcan los coches patrulla, a los que se les oye la sirena, y también oye los estertores del director del banco; con solo eso, ya es feliz, si encima come tres veces al día, una bicoca, lo tendría que haber hecho antes.