Córdoba

Amante fría, distante, que te alejas con el frio, como una diosa de obsidiana, gélida, distante, con apenas las ramas yertas de tus geranios baldíos.

Balcones muertos, callejas frías, de piedra tus caminos, desiguales y malvados, que te invitan a seguir por otros lares, amor mío.

El aire se embravece en las apenas abiertas callejas, haciendo que tu corazón se encoja al sentirlo, ese aire de la sierra, que viene queriendo helar tu alma.

Amante antigua, hembra cerrada a cualquier sentimiento, escarcha, hielo sobre los bordillos.

Esqueletos de árboles en edificios antiguos, casi a caerse decididos, color albero apagado, de su brillante color extinguido.

Imágenes de vírgenes, de santos de blanco sucio, y en las callejas estrechas el susurro del aire que te congela el vahído.

Solo flores de Pascua en algún balcón perdido, el único color, el rojo que ha permanecido.

Queda mirar tras de las ventanas abiertas como pasa rudo el frio, por los cristales de vaho translucidos.

Y mi amante se encierra tras el más triste vestido, perdido cualquier amago de amor, de cualquier mísero sentido.

El agua corre por todos los sitios, y mi alma al verte se ha encogido, de tristeza, de sin sentido, ¿cuánto he de esperar amor mío?

Tu candor ha desaparecido, como si nunca hubiera existido, ¿dónde están tus colores, tu calidez, tu amorío?

San Rafael, allí arriba, en su columna, mecido por los mil vientos, la sonrisa parece haber perdido.

La mezquita, soberana de este sitio, bajo el color de negras nubes, parece triste, abatida, que por el sol nació, y ahora sola se protege de la lluvia, de negro colorido.

Solo el sonar de tacones, de pisadas, cortas, rápidas, del tiempo huidas, hacen resonar tus calles, en otro momento llenas de vida y colores.

Hasta el sol se ha escondido, llora de pena de quitarte el colorido.

Parece que nunca, que no has tenido, lo que conservo en la mente, el color de tu vestido.