Crónicas de un Viajero Forzoso 2

Yo tenía un socio Chino, pero Chino de la China, el cual es posiblemente la persona más rácana que he conocido en mi puta vida, se gastaba menos que un palillo de titanio.

Pues uno de mis viajes a China, fui acompañado por un compañero, valga la redundancia, después de tan largo viaje tenia las costumbre, allí está abierto todo abierto veinticuatro horas, de hacer la compra para llenar el apartamento, que lógicamente, en mi estancia fuera, había liquidado mi querido socio, supongo que por cuestiones de “Salud Publica”.

Para que os hagáis un cálculo, yo estaba aproximadamente dos meses en china al año, pues bien, él tenía un apartamento francamente inferior al mío, pues cuando yo no estaba, se iba con la familia al completo y cuando yo llegaba se mudaban rápidamente, lo más inteligente, que él creía que no se notaba. Por supuesto la Empresa lo pagaba todo el año, a pesar de eso salía más barato que un hotel, y eso que el apartamento tenía más de cien metros, nuevo y en el centro de Zhuhai.

Bueno un supermercado chino, de forma es como cualquiera de los europeos, pero si te gustan los caballitos de mar, no vayas, que te los dan resecos, y con olor a Dios sabe que, si te gustan las tortugas, es tu sitio, que te las cogen vivas y te las cortan como tú quieras, y por supuesto, esos olores, nunca podrías olvidarlos, los famosos tufitos chinos que son dignos de los mejores olfatos.

Pues yo le comentaba a mi compañero que el tipo este, era el tío mas rata del Universo conocido, y del por aun descubrir, mi amigo no se lo creía, pero a mí eso no me preocupaba, pues en los dos meses que teníamos que estar allí, seguro que lo descubriría, no me quedaba la menor duda.

Pues bien, vamos, que fuimos a un enorme supermercado a apenas cien metros del apartamento, escogimos lo que quisimos, sobre todo café en lata ya preparado “Mister Brown”, porque en China el café es “rara avis”, imaginaros la cantidad de bolsas que llenamos, era para una estancia prologada, por lo menos ocho.

Recuerdo que la compra era de unos mil cuatrocientos RMB Yuanes, y allí le entregue a la cajera tres billetes de quinientos de los que tienen la cara de Mao, viéndome el panorama, le digo a mi amigo.

-Observa.

Mi amigo se queda mirando. EL chino coge la vuelta, y se la mete en el bolsillo, pero con toda la tranquilidad del mundo como el que te hace el mayor favor.

Mi compañero va a coger las bolsas, le indico que se quede quieto, el chino coge las ocho bolsas, con dos cojones, porque más que pequeño era escaso, el hijo de su madre por no darnos la cara, las coge todas.

Imaginaros los cien metros que nos dio el chino, parecía un burro al que estaba violando un elefante, bandazo para un lado bandazo para el otro lado, la espalda arqueada, y comprimiéndose aún más a cada paso.

Mi amigo intentaba ayudarlo, pero yo se lo impedía, lo conocía de muchos años, y si quería la vuelta tenía que sudarla que tiene menos vergüenza que una perra chica.

Conteníamos la risa ambos, porque el baile del peso, merecía la pena, mi amigo se cortaba, yo que ya lo había padecido, al final me reía como me daba la gana.

Mira, cuando llegamos al apartamento, hacía en la calle un calor de cojones, humedad para bañar a los peces, y el chino que tenía róales de sudor hasta detrás de las orejas, vamos la misma estampa que un tío pasado por la vaporetta.

El chino con cara de invadir España se despide de nosotros, pero de los cien yuanes, en el sudor del bolsillo se le quedaron pegados.

Una vez que se marcha me pregunta mi amigo,

-Niño, cuanto son cien Yuanes.

Esperando que le dijera una cantidad sorprendente, al cambio entonces no llegaba a seis euros.

Mi amigo se me queda mirando, y me dice, la próxima vez, le dejamos el cambio de tres euros más o menos, y le metemos doce bolsas.

Lo hicimos, y el chino hizo lo mismo, hijo de puta.