La Fábula De Los Autónomos. Basada En Elucubraciones Totalmente Irreales Y Ficticias

Groth el valiente entró en la gran sala del Consejo de Autónomos, se sintió asombrado ante lo que se mostró antes sus ojos, un gran salón en el cual se extendía un pasillo hasta el altar del sumo sacerdote, a ambos lados se veían los ancianos Autónomos, que exhibían las heridas de su larga vida como Autónomos, mutilados, mancos, cojos, sin un miembro, tuertos, deformados sin fin que llenaban ambas partes de la sala.

              Todo aparecía medio iluminado, una enorme cristalera tras el Sumo Sacerdote, irradiaba una luz que hacía casi irreal el conjunto, solo una palabra para expresarlo, espectacular. Vestía con harapos, el cuerpo cansado y una tez amarillenta en la cual solo se destacaban unos ojos vidriosos que alguna vez tuvieron vida.

              Con reverencia anduvo los metros que le separaban del Sumo Sacerdote, tras de él, el Consejo de los doce Sabios, figuras ajadas, dobladas en sí mismas, como sarmientos de vid, una visión escalofriante.

              Sintió casi náuseas de los nervios, él estaba seguro que triunfaría, pero antes necesitaba el permiso del Consejo, y por supuesto del Sumo Sacerdote, anteriormente no era necesario, pero la gran cantidad de víctimas que ocasionaba tal menester, obligó a que fuera necesario, que el que quisiera ser Autónomo, fuera advertido de todos y cada una de los riesgos que le podían suceder por solo el hecho de serlo, pero el confiaba en que cualesquiera que fueran los riesgos, su idea y su tenacidad, triunfarían por encima de todo.

              Conocía el protocolo de la ceremonia, así que apenas llegó a unos metros de donde se hallaba el Sumo Sacerdote, se postró ante él, dejando que su cabeza cayera sobre su pecho.

-Groth, ¿a qué has venido al Consejo?, preguntó el Sumo sacerdote con una voz que parecía de ultratumba, mientras elevaba sus brazos al cielo.

-He venido Sumo Sacerdote, para que tú me permitas formar parte de la Comunidad de los Autónomos.

-Groth, ¿tú has sopesado los riesgos de esta nuestra profesión, de cuantos de nosotros quedamos por el camino, de cuantas almas rotas, cuerpos destrozados, se agolpan en nuestras filas?

-Sí, Sumo Sacerdote, a Groth el corazón parecía salírsele por la boca.

-Los dioses me obligan a que oiga de tu voz a mis preguntas, la certeza de tu voluntad para este terrible camino.

-Sí, volvió a decir Groth.

-¿Nunca podrás caer enfermo, lucharás día y noche, sean cuales sean tus heridas, y si al final cedes al dolor de tu cuerpo, a la infección de tus heridas, serás proscrito, nadie te ayudará, serás un paria, abandonado por todos como un apestado?

-Lo sé, Sumo Sacerdote.

– ¿Trabajaras día y noche, te levantarás el primero, te acostarás el ultimo, y mientras los demás se divierten tu les servirás con una sonrisa, aunque la ira, el dolor y la pena se coman tus entrañas?

-Así lo haré Sumo Sacerdote.

– ¿Permitirás que el Estado se lleve casi todo lo que ganas, sumiéndote en la ruina, llevarás con calma las continuas inspecciones, el salvaje uso de complementarias y soportarás con entereza la intromisión en toda tu vida para dejarte aun con menos recursos?

-Lo permitiré, Sumo Sacerdote.

– ¿Eres consciente que caerás en el infierno de los Bancos, esos seres sin alma, abyectos y ruines que te darán cuando tienes, y te negaran cuando lo necesites, mientras en el camino, a pequeños bocados se llevaran tu sangre y tu carne?

-Soy consciente, Sumo Sacerdote.

– ¿Sabes que, si tomas familia, esta será mal atendida, tus hijos no verán a su padre, tu mujer olvidada, tus ancianos padres desasistidos, mientras tú no conocerás ni el día en que te hayas?

-Lo sé, Sumo Sacerdote.

– ¿Sabes que pasarás hambre, dolor, miseria, que serás menospreciado por aquellos para los que trabajes, que tendrás cien jefes y ninguno será bueno?

-Lo sé, Sumo Sacerdote.

– ¿Que si tienes trabajadores, ellos serán los bendecidos sobre ti, que serás el culpable de todos los males, el lobo que mata al cordero, que te trataran como un explotador, como un malnacido, mientras ellos trabajaran lo menos posible, depositando sobre ti todo el trabajo posible, para ellos no tener que hacerlo, que sobre ti caerán todas las obligaciones y sobre ellos todos los derechos?

-Lo sé, Sumo Sacerdote.

– ¿Que, si haces bien mil cosas y fallas en una, te verás arruinado, desclasado, sin techo, sin comida, sin medios para seguir en tu lucha, mientras aquellos a los que has ayudado se mofarán de ti?

-Lo sé, Sumo Sacerdote.

-En vista de todas tus respuestas, yo Moul, Sumo Sacerdote de los Autónomos te acojo en nuestra hermandad, Tenacidad y Fuerza, que las necesitarás, dijo el Sumo Sacerdote, mientras le cogía la cabeza, bienvenido, a este nuestro mundo de esclavitud y de desamparo.

              Groth, sintió que el corazón se le henchía de gozo, por fin era un Autónomo.

              Moul, Gran Sacerdote de los Autónomos, se retiró fuera de la cámara, en su cabeza solo un pensamiento.

– ¿Por qué en esta tierra había tantos masoquistas?

Se alegró de tener un sueldo fijo del Estado como Sumo Sacerdote, porque si no a estas alturas, quien sabe dónde estaría.

Relato parte de la obra de ficción “Cuentos de un futuro incierto. Yo también soy Autónomo”, también conocida bajo la denominación de “Como te vende el Estado la moto”, de Pedro Casiano González Cuevas, (Q.N.I.P.) Qui non in pace.