Francisco de Jesús

El hermano Francisco de Jesús, á quien podemos dar el título de fundador del Desierto de Belén, puesto que á él principalmente se debe cuanto existe en aquel ameno y religioso lugar. Nació este venerable en Córdoba: hijo de Juan Rodríguez de Murga y María de Torres, vecinos del barrio de San Lorenzo, en cuya parroquia lo bautizaron en 7 de Junio de 1673; muy joven aun sentó plaza de soldado de marina, en la que sirvió con lealtad á Carlos II todo el tiempo de su empeño: cuentan sus historiadores, que estando en un combate al lado de un compañero á quien quería mucho, lo vio ser víctima de una bala de cañón, que, dividiéndolo en dos partes, arrojó una de ellas al agua, inspirando este suceso tal horror á Francisco, que en aquel momento ofreció, si salvaba la vida, dedicarla por entero al silicio y la penitencia. En vista de su honradez y buen comportamiento en el servicio, quisieron sus jefes que continuase en él; mas nada bastó á convencerlo y, tomada su licencia, regresó á su patria, donde trató de llevar á cabo su voto, empezando por ponerse bajo la dirección de su santo paisano el Beato Francisco de Posadas, quien lo mandó á ver al hermano Cristóval de Santa Catalina, permaneciendo con éste hasta que la muerte le privó de tan ejemplar maestro; entonces es cuando Francisco se retiró al desierto de la Albaida, que tanto le debe.
Creemos ocioso y aun innecesario seguir paso á paso la vida de este venerable, hasta que la fama de su santidad lo elevó á la presidencia de sus compañeros. A fines del siglo XVII se aumentaban los desmontes en la parte de la sierra que mira á Córdoba; sus propietarios empezaron á formar las preciosas posesiones que tanto la embellecen en nuestros tiempos, y los ermitaños deseaban huir del trato de las gentes que iban frecuentemente á aquellos parages; retiráronse en dirección al cerro llamado de la Cárcel, hacia el Rodadero de los lobos y demás alrededores, y ya el hermano Francisco de Jesús concibió el pensamiento de reunirlos á todos en un tramo discrecional, con iglesia propia, en que concurriesen á los ejercicios que debieran hacer en comunidad.
No tardó aquel venerable en esponer su idea y pedir licencia para realizarla al Cardenal, Obispo de Córdoba, D. Fr. Pedro de Salazar, quien, no solo le prestó su aprobación, sino su ayuda en cuanto le fué posible; con tan poderoso auxilio, y sabiendo que la cumbre del espresado cerro de la Cárcel pertenecía á la Ciudad, ó sea á sus Propios ó Realengos, pidióle el terreno necesario para las trece ermitas que habían de edificarse, con la conveniente distancia entre ellas, y, concedido, en 28 de Abril de 1703 empezaron á construir la primera, continuando las obras conforme reunían fondos, hasta 1709, en que concluyeron las trece casitas aun existentes en aquel monte; y aquí debemos hacer constar, que el hermano Francisco, que no siempre era el Mayor, alternó y fué admirablemente secundado por los ermitaños Juan Agustín de la Santísima Trinidad, Antonio de la Concepción Carrasco, Manuel de San Juan Bautista y Manuel de San José, que se distinguieron en el siglo XVIII.
En este interregno murió el Cardenal, y el Obispo D. Juan Bonilla, que siguió protegiendo á la congregación, dio permiso para labrar una pequeña capilla que, terminada, se dedicó al culto, diciéndose la primera misa en 11 de Julio de 1709. Los autores de quienes tomamos estas noticias, dicen que parecía providencial que en unos años tan calamitosos como aquellos, se reuniesen fondos para estas obras, compra de efectos para la nueva iglesia y manutención de los ermitaños, y aun para seguir un pleito que una señora les puso sobre propiedad de parte del terreno ocupado, principiando el litigio en 11 de Julio de 1708 y concluyendo á favor de la congregación en 13 de Diciembre de 1714, distinguiéndose mucho en este asunto el hermano Manuel de San José, antes anotado. Entre las limosnas figuró una de doscientos pesos entregados por un caballero de Sevilla, de donde trajeron también el cristal que cubre el lienzo de Ntra. Señora, titular de aquella iglesia, que colocó en ella el hermano Francisco de Jesús, dándola el nombre de Belén, que lleva desde entonces el Desierto, bajo el patronato de San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño.
Los hermanos citados, que tanto ayudaron á nuestro nuevo fundador, murieron, y en 1718 se consideraba como solo para seguir su pensamiento; mas, lejos de desmayar en él, redobló sus esfuerzos, empezando por reformar las reglas, haciéndolas aun mas rigorosas, prohibiendo la entrada de mujeres en el radio del Desierto, bajo pena de excomunión que les impuso el Obispo.
En 1722 logró que el Arcediano de Castro, Dr. Don Juan Antonio del Rosal, le donase unas reliquias de San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño, que colocó en la capilla en 23 de Julio de 1723.