La Marquesa Viuda y el Vuelo del Corregidor

En la plaza del Salvador [esquina norte de Capitulares], entonces como hoy punto de contratación de los operarios, ocurrió una mañana una cuestion entre varios hombres, resultando uno de ellos muerto y dos ó tres heridos; el agresor se escapó, favorecido con la bulla, siendo seguido por dos ó tres alguaciles, que cuando ya iban casi á su alcance, lo vieron guarecerse en la casa del Marqués de Villaverde: éste habia muerto la noche anterior, y su esposa y familia se encontraban sumidos en el mayor quebranto; pasaron recado, y la Marquesa, ignorante de lo ocurrido, contestó que allí nadie habia y que estrañaba mucho se le incomodase en tan tristes momentos. Los alguaciles se retiraron, y quedando uno como centinela frente á la puerta de la casa, los otros se presentaron al Corregidor D. Gerónimo de Mendoza á noticiarle lo ocurrido; afirmáronle estar allí el criminal, protegido, si no por la señora, por los criados y lacayos, quienes se habían burlado de ellos con el pretesto de la muerte del Marqués. Mendoza era un hombre que con su aspecto poco respeto podia infundir, por ser en estremo bajo y delgado; mas con un carácter tan irascible y severo, que con esceso suplia la primer falta en cuantos llegaban á tratarlo: oyó, pues, las palabras de los alguaciles, y faltábale tiempo para ir él mismo á capturar al criminal refugiado en la casa de Villaverde; ya en esta, pasó á la estancia de la noble viuda, á quien demostró su estrañeza á la negativa del registro de la casa, en lo cual daba á entender un empeño formal de que se quedasen burlados las fueros de la justicia: ella negó tal intencion y le hizo mil reflexiones acerca, de su triste situación, traspasada de dolor con la muerte de su adorado esposo, y que él aumentaba queriéndola vejar con semejante registro, cuando estaba segura de que el criminal, si entró un momento en su casa, ya la habría abandonado; mas nada de esto bastó, y entonces trabóse una acalorada disputa entre el irascible Corregidor que mandaba llevar á cabo sus órdenes, y la Marquesa, que con todo el orgullo de un aristócrata de aquella época, corrió al balcón á gritar á sus criados que lo impidiesen: Mendoza siguióla, con el intento de asirla del brazo y entrarla para que no escandalizase; mas ella al sentirse rebajada hasta el estremo de haberla querido sugetar y en su propia casa, valiéndose de su superioridad en fuerzas, pues era muy alta y gruesa, agarró furiosa al Corregidor por la cintura y lo arrojó por el balcón á la calle, donde instantáneamente quedó muerto.
Si grande había sido el escándalo promovido con la resistencia al registro de la casa, mucho mayor fué el nuevo, al ver á la primera autoridad de Córdoba, sufrir una muerte tan violenta y estraña. Acudió multitud de gente, y muy pronto el Alcalde de la Justicia, quien hizo registrar la casa, sin resultado, pues el reo, origen de la cuestión, se había marchado, y constituyó en prisión á la Marquesa en su propia morada y con centinelas de vista. Efectuáronse los entierros del Corregidor y el Marqués, y el Alcalde de la Justicia siguió rápidamente su proceso, y sin oir los ruegos de toda la nobleza de Córdoba á favor de la interesada, la sentenció á muerte, si bien no ejecutándose hasta salir del estado interesante en que se encontraba.
Dos ó tres meses contaban de respiro, todos los interesados en evitar otra nueva desgracia, y bien los aprovecharon, puesto que vino una orden del Rey mandando que la Marquesa fuese trasladada á Madrid en clase de presa: cumplióse, y llevada con las seguridades convenientes, quedó depositada en el palacio del Duque de Osuna, á quien interesó su desgracia y empezó á interponer toda su influencia, tropezando primero con la severidad del Monarca, resuelto á vengar la muerte de su Corregidor, su representante y principal delegado en Córdoba. Ganóse tiempo, y cuando calculaban acercarse el parto de la señora, volvió aquel á palacio pidiendo una audiencia en su nombre; accedió el Rey, y ya en su presencia, le dijo, que no iba á pedirle la vida, porque solo era digna de la muerte; pero sí, que por lo que mas amase en el mundo, sacase de pila y tomase bajo su amparo al ineliz [infeliz] fruto de sus entrañas, que al venir al mundo se encontraba sin padre y á su desgraciada madre en el camino de la eternidad. La triste situacion de esta señora, unida á sus relevantes prendas de hermosura, nobleza y gallardía, conmovieron al Rey, quien le dio palabra de acceder á su demanda. Llegó la ocasión y celebróse el bautismo, teniendo al niño en su nombre el citado Duque de Osuna, que desde aquel dia redobló sus gestiones, en unión de otros muchos individuos de la nobleza, hasta que consiguieron el perdón apetecido, con la condicion de que la Marquesa no tornase á vivir en Córdoba, donde tal escándalo se habia dado, sino en Ecija, en cuya ciudad fijó gustosa su residencia.