Crimen sin Perdón

En el reinado de Felipe II, siendo Obispo de Córdoba D. Leopoldo de Austria, había en esta dos hermanos de la familia de los Velascos, uno de los cuales estaba casado con una señora que no era tan igual que mereciera la aprobacion de aquella, si bien era muy buena y cristiana vieja, condicion indispensable para todo, en aquellos tiempos en que el orgullo de los nobles era ilimitado. Tuvieron dos hijos, á quienes, ya hombres, su tio les criticó el modo de cabalgar, por hacerlo mas á la brida que á la gineta, achacándolo á resabio de la familia materna. Irritáronse con esto y otras cosas que ocurrieron, hasta el punto de concebir el propósito de cometer un asesinato en la primera ocasion que se les presentase, para lo cual tenian gente acechando al pobre viejo. Llegó el dia de San Bartolomé, 24 de Agosto : la cofradía de esta advocacion en la iglesia del Alcázar viejo, hizo una gran fiesta, seguida por la tarde con música y toros de cuerda, logrando llevar hacia aquel punto toda la gente aficionada á los espectáculos grátis, entonces, como ahora, muy numerosa. Los hermanos Velascos, supieron que su tio había permanecido en su casa: dirigiéronse á ella, entraron de pronto, y arrojándose sobre él con sus dagas en las manos, diéronle de puñaladas, apesar de su escasa defensa y de los gritos de su esposa demandando socorro á los vecinos. Despues de una accion tan infame, con lo cual corroboraron el dicho de que no eran ni sabían ser caballeros, se escondieron en el convento de la Trinidad, de donde nadie podía sacarlos para sufrir el castigo á que eran tan merecedores. La infeliz viuda, señora de carácter digno, se dirigió en queja á Felipe II, quien mandó un juez para continuar aquel proceso. Llegado á Córdoba, pasó al convento de la Trinidad, y contra la oposicion de los religiosos, sacó á los reos, á quienes puso en la cárcel pública, entonces en la calle llamada de las Comedias; mas, siendo uno de aquellos Comendador de la Orden de San Juan, lo remitió á ella para su castigo, quedándose con el otro, llamado D. Alonso, á quien sentenció á ser degollado en los Marmolejos. La gallarda apostura del sentenciado, su juventud y el pertenecer á una de las mas principales familias de Córdoba, hizo á todos interesarse en su suerte y acudir á implorar de su tia el perdon, que podía librarlo de la muerte; mas dicha señora se negó á todo, mandando á sus criados que nadie entrase en su casa hasta despues de ejecutada la sentencia. En este apuro, recurrieron al Obispo D. Leopoldo de Austria, quien se prestó á ir á rogarle en su nombre y en el de toda la ciudad, perdonase á D. Alonso. Recibiólo, y despues de mil reflecciones y amorosos consejos, sin conseguir su objeto, el venerable Prelado se hincó de rodillas ante la señora, rogándole el perdon tan anhelado; mas todo en vano: la viuda solo decía: «Mientras no me vuelvan á mi esposo, que nada me pidan.» Viendo el Obispo que ni las súplicas ni ofrecimientos alcanzaban la menor compasion en aquella desesperada viuda, se retiró á su palacio, satisfecho de haber obrado como un buen sacerdote, dejando que la justicia ordinaria ejecutase la terrible sentencia. El juez tuvo noticia de que por algunos caballeros cordobeses se trataba de arrebatarle el reo, y publicó un bando mandando que, bajo pena de la vida, ninguno saliese de su casa hasta que estuviese cumplido su fallo. A las ocho de la mañana, montado en una enlutada mula y rodeado de religiosos de todas las órdenes, sacaron á D. Alonso Velasco de la cárcel, llevándolo por las calles del Mesón del Sol, Torrezneros, Platería, Pescadería, Calceteros, Feria, Cuchilleros, Libreros y Marmolejos, donde estaba preparado el cadalzo; le hicieron subir tres gradas, y ante un numeroso concurso le cortaron la cabeza, causando tal impresion, que la gente principió á gritar y correr como si alguien la persiguiese. Pasadas cuatro horas de estar el cadáver sobre el tablado, las familias mas principales pidieron permiso para recogerlo, y lo llevaron á casa de sus padres, cuyo dolor se aumentó horriblemente en aquel momento. Al dia siguiente le hicieron el entierro mas lujoso que habían visto los cordobeses.