Dejados de la Mano de Dios

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Jacinto nunca había sido muy listo, durante toda su vida había trabajado para otros, lo habían explotado, humillado y menospreciado, pero él siempre había hecho lo que le habían mandado de la mejor forma que podía hacerlo, tampoco es que tuviera muchas luces, su sueldo lo había reflejado a la baja siempre.

Ahora en el paro, acabada cualquier tipo de ayuda, harto de mandar currículos, que había perdido la cuenta, se planteó que las cosas no estaban como tenían que ser, así que pensó y pensó, hasta que casi la cabeza le estallaba.

Había leído, de un libro, que los libros los escriben personas muy inteligentes, que la solución era votar a aquellos que podían darle una solución a los problemas de la sociedad, así que ni corto ni perezoso, que nunca lo había sido, decidió que tenía que cambiar las cosas por el camino que ese señor tan inteligente, había escrito todo el libro, decía que debían de hacerse, votando inteligentemente a un partido que se adecuara (lo había buscado en el diccionario), a la concepción (más diccionario) que él tenía de la sociedad.

Y Jacinto pensó, que haya trabajo, que nadie robe, que todos seamos iguales, que a nadie le falte un plato de comida, que todo el mundo tenga un sitio donde cobijarse de los elementos, que nadie se aproveche de nadie, en fin que todo fuera a mejor, porque el pertenecía a un grupo de personas que formaban un país, y ese grupo, haría lo posible y lo imposible porque las cosas fueran mejor para todos los que lo componían. (Algunas veces el mismo se sorprendía de lo que pensaba, solo le había costado dos semanas, pero le había quedado bien).

Más que decidido anduvo lo que le quedaba hasta la sede del partido A, miró la entrada, el color azul le gusto, parecía el mar, le dio sensación de tranquilidad, se sintió esperanzado sin saber porque. Cuando entró vio que todo estaba lleno de personas en actitud sonriente, abrazando niños, rodeados de multitudes, “este me parece que va a ser el partido al que vote”, pensó en su candidez.

-Buenos días estimado, más que estimado, querido votante, un señor con chaqueta y pelo engominado, le tendía la mano.

Jacinto sorprendido de tan calurosa acogida estrechó la mano, el corazón se le hinchió de gozo.

-Muy buenas Señor con chaqueta, dijo Jacinto, que al ver la vestimenta del hombre se sintió más tranquilo, quería hacerle unas preguntas acerca de su partido.

-No hay problema, Señor le dijo el engominado, ¿cuál es su nombre, estimado y posible votante?.

-Jacinto, dijo casi con vergüenza.

-Vengan esas preguntas, nuestro partido va con la verdad por delante.

-¿Van a dar empleo?

-Ni lo dude, de chorrocientos parados que existen en nuestro país, vamos a quitar la mitad.

-¿Pero cómo?

-Políticas de crecimiento, ayudas fiscales, subvenciones, un paquete de medidas inconmensurable. El tipo abrió las manos henchido de satisfacción.

-¿Y de donde saldrá el dinero para todo eso?, volvió a preguntar Jacinto.

-Por supuesto de los impuestos, querido amigo.

-¿Pero su partido no está acusado de desviar el dinero de los impuestos para uso propio?

-Un par de casos, amigo, los Tribunales que la han tomado con nosotros, no lo dude.

-¿Que piensan hacer con la vivienda?, no todo el mundo la tiene.

-Esa es una de las aspiraciones que con más fuerza persigue el partido.

-Entonces los desahucios, ¿qué pasa con ellos?

-Ah… los desahucios, usted comprenderá, el Banco invierte dinero, y tiene que recuperarlo, así que recobra la casa.

-Pero, ¿si esa familia ha pasado un mal trance, no es mejor que pague menos hipoteca, y que cuando este mejor termine de pagarla?

-Si fuera tan fácil, pero comprenderá, la economía no puede funcionar sin bancos, si los bancos caen todo se paraliza.

-Entonces, si ayudan a los Bancos, cada vez habrá más personas en la calle, sin casa, abandonadas, a las cuales tendrá que ayudar el estado, al que si le quitamos lo que se llevan ustedes para usos particulares, no tiene dinero para nada, ¿es correcto lo que digo?

-Estimado Jacinto no comprende las complejidades de la vida económica, las mentes más brillantes dan su luz en nuestro partido. ¿Se va a afiliar al partido?, preguntó ansiosamente el hombre del pelo engominado.

-Seguramente pensó Jacinto, se despidió y salió de la sede del partido A.

Caminó durante un rato, le dolía la cabeza, pero tenía que terminar lo que había comenzado, así que se dirigió a la sede del Partido B, cuando llegó vio que el color predomínate era un rojo sólido, se asustó un poco, le recordó a la sangre, él no era persona belicosa.

Entró en las oficinas del partido, allí carteles de hombres con el puño en alto que amenazaban a cualquiera que levantara la vista hacia él, grupos de personas marchando con belicosas formas a cualquiera que los mirara, Jacinto se sintió acojonado.

-Buenos días Camarada ¿en qué puedo ayudarlo?, eso lo decía un joven muchacho rubio y con ojos claros que lucía una camiseta en la que se podía leer “Todos somos negros”.

-Perdóneme si le ofendo, caballero, pero me gustaría hacerle unas preguntas sobre su partido, sin ánimo de ofender, dijo Jacinto sin levantar la cabeza, estaba asustado, muy asustado.

-Dispare Camarada, dijo sonriendo el chico.

Jacinto esperaba que fuera una broma aunque no las tenía todas consigo, pero le echó bemoles.

-¿Qué piensa hacer su partido con el paro?

-Estatalizar todas las empresas, todo el mundo trabajará, un reparto equitativo de los sueldos, todo el mundo cobrará un salario igual.

Al principio a Jacinto le sonó genial, pero su cabeza, a pesar de lo pesada que era le soltó un interrogante, mejor dicho, dos.

-Entonces, ¿si yo trabajo más que otro va a cobrar lo mismo?

-Aquí no se establecen diferencias, somos camaradas, no se le olvide nunca.

-¿Y cuál será ese sueldo?

-Mínimo camarada, habrá que repartir lo que hay entre todos, pero eso será solo durante un periodo de cien años, arriba o abajo algunos, es lo que nos enseñó Lenin, dijo.

Jacinto pensó que tenía treinta y dos, le quedaba hambre que pasar y el paraíso se quedaría sin conocer, a pesar de ello continuó.

-¿Y la vivienda, los desahucios?

-Los pararemos todos, nadie será echado de su casa y todos tendrán un lugar donde vivir.

-Pero ¿cómo será posible eso?

-Primero las viviendas desocupadas, después las segundas viviendas, más tarde los pisos más grandes acogerán familias enteras, al final la felicidad, la equidad entre todos los seres humanos.

Jacinto pensó en su casa, la había heredado de su abuelo que la construyó con mucho esfuerzo, era grande y se vio viviendo con cuatro familias y pidiendo hora para ir al cuarto de baño, se cagó, porque él tenía el punto flojo, y se vio literalmente cagado.

-¿Y los inmigrantes?

-Acogeremos a todos, millones vendrán a nuestro paraíso, seremos una hermandad de todos los colores.

-¿Y quién pagará eso?, preguntó Jacinto, que le salió directamente del estómago, casi arrepentido de haberla hecho.

-Repartiremos lo que haya, es una lucha social, si hay que pasar hambre decenios la pasaremos, pero el futuro se presenta brillante, aunque lejano, también es cierto.

-¿Y las instituciones?

-Arderán por los cuatro costados, se creará un orden nuevo, como el ave fénix, una sociedad igualitaria surgirá de sus cenizas, el viejo orden morirá, y el chico gritaba casi, Jacinto sintió el miedo en el cuerpo.

-Gracias Señor, le dijo.

-¿Se va a afiliar al partido?

-Creo que sí, lo pensaré, gracias por todo.

Jacinto se levantó y salió del local, caminó unos minutos, y le dio Gracias a Dios por no saber manejar una arma, por ser tan estúpido como para no poder crear una potente bomba, porque si pudiera…

©Pedro Casiano González Cuevas 2.018