La Estrella Fugaz. (La Derrota)

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Teo se sentó en el banco, pero no como las personas normales, lo hizo apoyándose en el respaldar, y colocando los pies en el lugar donde debería de sentarse, no sabía porque lo hacía, quizás sería moda, quizás… no tenía ni idea, pero lo hizo.

La disco le cansaba, demasiado ruido, los colegas que la cogían buena, las tonterías, y si la cosa se ponía caliente, hostias como panes… a él no le iba eso, quería pillar como todos, mejor novia, o algo similar; “que antiguo soy”, pensó, pero era lo que le pedía el cuerpo, y sonrió para sí mismo, también “un cuerpo”, a un “buen cuerpo” no le hubiera hecho ascos.

Además, la puta prohibición de no fumar, no es que fumara mucho, pero a pesar de todo lo que vendían, él lo hacía, apenas cuatro o cinco diarios, de marcha algunos más, y por eso y por el ruido, y por el hastío, estaba sentado en el banco, solo como la una. Los demás fumadores formaban corrillo a la puerta de la disco, miró hacia ellos, a él quizás no lo dejaran entrar de nuevo, pero tampoco eso sería una tragedia, más bien un descanso.

Miró al cielo, libre de cualquier rastro de nubes, el calor a pesar de la noche despejada apretaba como si cobrara por ello, se notaba sudoroso, quizás sucio, pero no le importaba, tampoco tenía con quien compartir los olores.

Dio una calada al cigarro, las volutas se perdieron ascendiendo hacia el cielo negro y limpio, tachonado de estrellas. Se estaba bien allí, era tarde y solo el rítmico y cansino golpeteo de la machacona música se percibía en el ambiente, sin darse cuenta se quedó mirando las estrellas, eran fascinantes, y lo mejor, aún no cobraban por verlas.

-¿Te importa?

Teo no levantó la cabeza. Sintió como el banco a pesar de estar clavado en el suelo, vibró, volvió la cara descuidadamente para saber quién estaba a su lado, la miró y se quedó casi embobado, volvió a agachar la cabeza, cerró los ojos. No necesitaba más, se había grabado en su mente.

– ¿Te importa darme fuego?

Teo levantó la cabeza y sacó el mechero, puso la mano para evitar que el inexistente viento apagara la llama, y la contempló, se permitió recrearse en el bello rostro, la chica le sonrió.

-Gracias.

Teo volvió a mirar a las estrellas, pero ahora formaban el rostro de la muchacha, perfecto, o quizá solo perfecto para él, no lo sabía, no era importante, pero sudaba más, no se atrevía a mirarla, como si el hacerlo una tercera vez, rompiera el encanto y el bello rostro cambiaria hasta llegar a ser normal. Siguió callado mirando a las estrellas que parecían formar un rostro femenino.

Oyó, tenía el sentido del oído alterado, como la chica tiraba el cigarro lejos de ella, posiblemente lanzándolo con dos dedos.

– ¿Vienes?, le sonrió de nuevo, le tendió la mano.

Teo la miró, era bella, no, mejor, bellísima; rubia, facciones perfectas, una sonrisa digna de un retrato caro, pero lo peor era que la esbelta figura estaba cubierta por ropa de marca, no faltaba ni un detalle, collar a juego, un reloj de pulsera de tela rojo, unas botas que costaban más que su sueldo. Lo sabía.

Segura, perfecta, inalcanzable, maravillosa. Lejos de él.

Increíble, bella, radiante. Supo que no podía ser suya.

-No, gracias, ahora después iré.

La chica se alejó sin insistir, la oyó sonreír con algunos conocidos de la puerta, vio los demás bancos vacíos, y se le vino el alma al suelo. Desde aquel momento supo lo que iba a ser el resto de su vida.

Una estrella fugaz le había sonreído, y él no había sido capaz de seguirla, supo que los sueños solo serían sueños, nada más que eso.

Se levantó del banco, volvió la vista a la discoteca, allí le esperaban sus amigos, pero el cansinamente, derrotado, emprendió el camino a casa, no sabía por qué, pero algo terrible había pasado.

Las estrellas miraron como Teo se perdía entre las callejas de la ciudad, y lloraron, nunca nadie conocería el esfuerzo que les había costado cambiar el rumbo de dos cuerpos celestes para que confluyeran.

Teo levantó la cabeza, las estrellas parecían brillar menos, y por supuesto ninguna de ellas fugaz. Ni tan siquiera la más errante, la más veloz, le concedería ningún deseo.

De todas maneras, él no era digno de ellas.