Esta Córdoba Defiendo, porque Otra no Querría

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Una persona muy cercana a mí, al leer el ultimo de mis post, me comentó “cada vez tus escritos son más deprimentes”, lo pensé bien, y descubrí que tenía más razón que un santo de los de encima de la chimenea, es un modo de ver Córdoba, pero lo que si es cierto, es que he compartido solo una parte, no pequeña de lo que pienso de mi ciudad.

Por otro lado no me gusta regalar los oídos, pues creo que todos sabemos lo que de bueno tiene esta Córdoba, pero según parece, lo que transmito a fin de cuentas es desesperanza.

Nada mas lejos de mi ánimo, pero lo que está bien, no necesita arreglo, por eso resalto lo que para mí es fundamental ponerle solución. Siendo esto no suficiente como para que mis conciudadanos, aquellos pocos que me leen, se sientan mejor al leerlos.

Venga, voy a regalaros los oídos…

¿Quién tiene en cualquier sitio del mundo, sí del mundo, ese atardecer, cuando el fresquito, después de un tórrido día, en un velador, en la azotea de tu casa, comienza a recorrer las calles como si fuera el bálsamo añorado, cuando al atardecer el horizonte se difumina, y sientes el rumor de las fuentes, cuando Córdoba, por una vez calla, y al oído te susurra su serenidad, su paz?

¿Quién puede presumir de dolor de ojos, de olfato cansado, cuando en la primavera, como si fuera un estallido, todo se llena de color, de aromas increíbles, y crees que el cielo bajó a la tierra en forma de millones de espectaculares flores, de olores que empalagan al más torpe de los olfatos, cuando la más escondida calleja, guarda el regalo de las más bellas flores?

¿Quién puede vivir esos patios, de diario, casi de continuo, bellos en invierno, esplendorosos en primavera, quien puede pasear, de maravilla en maravilla sin tenerse que esforzar, que tanto apabulla, que agachando la cabeza tienes que dejar de mirar?

¿Quién ha vivido la radical explosión de los azahares llenándolo todo de su olor, impregnando la más nimia partícula de aire con su magnificencia?

¿Quién ha disfrutado de la esencia del misticismo de las mil trescientas columnas de la Mezquita, del rumor de las fuentes del Patio de los Naranjos, de los colores exuberantes del Mihrab, de la belleza de los arcos, de almagra, de estuco, dorados, azules, arco iris en suma, que te hace, en apenas unos instantes creer que estas en otro mundo?

¿Quién, cualquier día, puede ir al Alcázar, y creer que un pedazo del paraíso ha caído, y descubrir que existen mas colores de los que conocías, mas aromas que los que puedes percibir, cuando las notas del agua al caer sobre las incontables fuentes, forman una melodía de infinitos tonos?

¿Pasear por la Ciudad Brillante, imaginando como algo que ha podido ser tan increíble, pudiera salir de las manos y de las mentes de hombres como tú?

Esas atardecidas, con los amigos, sobre los bancos de piedras, las columnas caídas, en la Plaza de Jerónimo Páez, la charla animada, rodeado de miles de años de historia, y sentirse embrujado por la luna.

Las lagartijas, esos boquerones en vinagre, salmorejo, gazpacho, y el pata negra, con queso añejo, acompañado por un Moriles, en la sociedad de Plateros, en sus patios con más historia que Roma, padres de historias y confidentes de grandes hechos.

Pasear por los lugares que pisaron, el Gran Capitán, Lucano, Osio, Séneca, Góngora, Lagartijo, Guerrita, incontables cordobeses que han dejado su huella en el alma de nuestra ciudad, de nosotros mismos.

Y los caracoles, motivo de risa de turistas inconscientes, y bocado delicioso donde los haya, porque aquí en Córdoba, no es alimento es pasión.

Y las celosías, guardianes pacientes de los miles de patios escondidos, de las fuentes, de los geranios, de los claveles, maravillas encerradas, a recaudo de miradas ajenas tras encaladas y sobrias paredes.

Esa Semana Santa, quizás aún pura, lejos del aullido de los neófitos, que a pesar de los intentos de matarla, de prostituirla, miles de cordobeses se dejan el alma, sabiendo que no es espectáculo, sino fruto de esa fe, que a pesar de todo, brilla más fuerte cuanto más quieren callarla.

Esos mudos nazarenos, que impresionan por su fe, hombres y mujeres ahora, todos con el mismo sentir, y los más callados y creyentes, los costaleros, que brillando de sudor, con las espaldas cansadas, levantan a ese sagrado paso como si quisieran que llegara a tocar el cielo con su devoción.

Esas iglesias calladas, elevadas hasta las nubes, como queriendo tocarlas, ajenas al paso del tiempo, donde resuenan los pasos, a pesar de los presentes, donde el olor del incienso te impregna como si fuera la promesa de elevar tu alma a Dios.

Esas fuentes escondidas, recoletas y rumorosas, donde a la noche que llega, te posee el embrujo de una ciudad olvidada, que fue capital de un Reino.

Aquellos rincones oscuros, de calles quebradas y vacías, donde robaste el beso, a tu primera ilusión, a tu primer amorío, donde le prometiste ese amor eterno que se fue de la memoria con el incontable paso de los días.

El paseo de la Ribera, el rumor del rio, la grandiosidad de monumentos, a despecho de incrustaciones modernistas, la figura del puente romano, el San Rafael presidiendo, sobre infinitas columnas, la entereza de los millones de piedras que aun soportando unas a otras, dan la belleza que tuvieron hace más de mil años.

La esplendida Albolafia, olvidada, antes consentida, ahora paseo abandonado, excelencia de los Califas, y bella vista al gran rio que se pierde, dejando a Córdoba olvidada.

Me gustan las Avenidas, la comunicación mejorada, los imponentes edificios, los modernismos con mesura, pero que Dios me perdone, que mil veces, prefiero esa Córdoba callada, en sus callejas empedradas, de mil revueltas y una, iluminadas por la luna, al abrigo del gentío.

Esas copitas tomadas en los sitios de costumbre, la ilusión de la exquisita tapa con una buena compañía, esos veladores, que me dan a la Mezquita, esos restaurantes, lejos de las modas, del minimalismo reinante, donde te dan esos churrascos crujientes, alcauciles, berenjenas con miel, exquisita hasta su vista, esos paseos al fresquito, en la silente judería, esos cines de verano, esas charlas animadas en vista de un medio fresquito, lo que quizás algún día, sea un recuerdo lejano, nada de esto quede, arrasados por el mundo moderno, y en ese mismo momento, nos demos cuenta de que languidece el alma de Córdoba, olvidado su recuerdo, en pos de la monotonía.

Es solo mi opinión, sea acertada o no, es lo que pienso. Nada más.