La Celada a Don Clemente de Cáceres.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.

Corrían los primeros años del siglo XVI, tiempos de aventuras para los jóvenes cordobeses, según las muchas tradiciones llegadas á nosotros. Entre aquellos, distinguíase D. Clemente de Cáceres, de vida novelesca y relajada, entregado á continuos amoríos, sin respeto á la amistad, y arrollando cuanto se oponía al logro de sus deseos. No faltábanle amigos; mas su número era insignificante, comparado con las personas ofendidas por sus liviandades, que profesándole el odio mas encarnizado, aguardaban ocasión de vengar en él las ofensas que les había causado. Según hemos dicho, la antigua capilla del hospital de los Angeles, tenía arcos á la Corredera; por ellos reflejaba la tenue luz de sus vacilantes lámparas, haciendo destacar en la oscuridad de la plaza, la pasajera sombra de los pocos trasnochadores que por allí transitaban. Uno de ellos era D. Clemente de Cáceres, que en dirección á la calleja del Toril, se descubría á la vista del templo, sintiendo en el corazón el peso abrumador de su conciencia. ¡Cuántas noches fijó sus ojos en el rostro angelical de aquella imagen, y cuántas creyó que lo llamaba á sí para apartarlo de sus liviandades! ¡Cuántas veces, también, conociendo sus extravíos, prometía ser aquella la última noche á ellos entregado; mas, con qué facilidad olvidaba estas promesas!

Las dos habia dado el reloj de la ciudad, cuando una noche, al llegar D. Clemente en su regreso á la calleja del Toril, por la plazuela de los Cedaceros, oyó un silbido extraño, presagio de alguna funesta aventura. Los hombres de su temple, no se arredran ante el peligro, y primero sucumben que dar una muestra de cobardía. El tiempo estaba sereno, la luna dejaba divisar los bultos, y bien pronto vio dos hombres á su espalda y otros dos que entraban por el lado opuesto: dio la vuelta hacia la Corredera, y otros cuatro hombres cerraban la salida: eran ocho los que acechaban al valiente joven, que sacando su espada, se dispuso, á vender su vida lo mas caro posible: ocho aceros se preparaban á hundir sus puntas en su pecho: entonces, apoyó su espalda en una puerta que caía á la ermita de los Angeles, y viendo su muerte segura, gritó, acordándose de la imagen: «Madre mía, ven en mi socorro» en esto, cayó desmayado dentro de la iglesia, cerrándose la portezuela, en la que se clavaron las ocho espadas de sus contrarios. El libertino joven D. Clemente de Cáceres, cambió su licenciosa vida por la del hombre honrado, y a poco, lo vemos aparecer como uno de los mas fervorosos cofrades de la hermandad de Ntra. Sra. del Socorro y Benditas Animas, de que se cree ser uno de los fundadores.

Cuadro de Francisco Domínguez Márquez.