La Leyenda de la Amada Muerta y el Soldado Viudo.

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(Escrita por mi, sin basarme en nada, ni en nadie)

Cuentan en historia, que nadie sabe si es cierta, que tiempo atrás, existiendo como existía, la “Prima Notte”, es decir, la certeza de que la noche de bodas, la esposa, era para el señor, de que sucedió la historia, que a referiros paso.

En aquestos duros tiempos, vivía en uno de los pueblos de nuestra provincia, una muchacha de tal apostura, que era deseada por todos, pues a su belleza, unía una inteligencia e ingenio de los que pocas podían verse en la faz de la tierra.

Continuemos pues.

Como es ley de vida, la muchacha se enamoró, también ella era humana. Fue de un mozo de galanura, no de haberes, pero si de valentía, vuelto de las guerras, contra cualquiera de los cientos de enemigos de aquellos revueltos tiempos.

Tal fue la cosa, que ambas familias, acordaron el casamiento de ambos, pues eran afines en caudales, y enamorados como pocos.

Fijaron el casamiento para poco tiempo después, pues ambos tenían ganas de unir sus futuros, pero al varón le corroía la idea de que poseyeran a su amada, aunque fuera de admitida costumbre.

Aconteció, que la muchacha viéndolo cariacontecido, le preguntó por sus pesares, el muchacho a pesar de que no era de agrado la conversación, relatole sus pensamientos.

La muchacha caviló un rato, y después le dijo.

-Amado mío, ¿es cierto que me amas, y que me amaras para siempre?

-Bien cierto, es y me extraña que me lo preguntes, tu deberías de saberlo mejor que nadie, y soy hombre que no varía en su carácter, no soy vela que sopla el viento a su capricho.

-Pues si así es, no dejemos el yacimiento para después de las palabras del cura, unámonos, y que el que venga detrás, sea el segundo, pues deseo que tu seas el primero.

– ¿Estás segura de lo que me dices?

-Tan segura, como que esta noche, a nada que caiga, dejare el portón trasero de la casa de padres entreabierta, tú conoces donde duermo, no hagas ruido y seré tuya.

Ambos pasaron el día entre nervios y encelamiento, pues bien es sabido que el amor y el deseo andan de la mano.

La noche llegó, y la que quería dejar de ser doncella, se ofreció al galán que la amaba con locura, pero surgió un problema, pues el muchacho, tenía lo suyo como un caballo, de tal forma que costó un esfuerzo enorme que una cosa acoplara en la otra, pero ya se sabe que el deseo rompe todas las dificultades, de tal manera que el dolor de la muchacha se convirtió en placer y casi locura, a pesar que parecía increíble que tal tamaño, pudiera entrar en su cuerpo.

Con el tiempo y el uso, la sabia naturaleza acomodó una cosa a la otra, de tal forma que, entre los días, y los muchos usos de cada noche, el dolor desapareció por completo, convirtiéndose solo en placer.

Pero como todo en la vida, lo bueno acaba, y llegó el día del casamiento, festejos, alegría, salvo en el corazón de los contrayentes que esperaban la llegada del momento en que un animal tendría que poseer a la recién casada.

El Señor de la Villa no se dignó siquiera en aparecer personalmente, sino que mandó requerimiento de que la llevaran a su palacio.

Allí, como era de costumbre, pues no era la primera vez, lavaron a la muchacha, pues como decían “no hay barragana que sepa asearse”.

La muchacha no dio signos de sentirse amedrentada, y por supuesto ninguna de las criadas sintió penas, pues sus corazones estaban tan endurecidos como los tiempos miserables que corrían.

La dejaron encamisonada, lisa para que el señor de la casa, no perdiera tiempo con lo que estaba acostumbrado hacer, a pesar de que en este caso se relamía, pues la moza era bella y lozana como pocas.

No dio esperanzas al tiempo, y apenas llegar a la doselada cama, se echó sobre ella, penetrándola, esperando producirle el máximo dolor posible, cosa que le causaba gran enervación y placer.

Pero la expresión de asco de la muchacha no cambió, no vio aparecer el miedo ni el dolor en su cara, solo sintió, mas bien, poco sintió, pues fue su verga como gazapo que entra en vereda de jabalíes, que no rozaba ni una rama, pues el camino era más ancho que el que lo hollaba.

La muchacha viendo la cara de sorpresa del violador, sonrió, cosa que enervó a este más, que se movió dentro de ella, pero sin producir nada de lo que esperaba, es más, la muchacha continuó sonriendo.

Apretó como un poseso, pues no imaginaba que era lo que sucedía, pero eso solo conseguía que la sonrisa de la muchacha fuera a más.

Ella por su parte, se fijó en la brillante armadura, que estaba colocada sobre un armazón, bella y fuerte, digna del mejor de los caballeros. Así, que, sin pensarlo dos veces, le dijo, sin que la sonrisa desapareciera de su cara.

“Mucha armadura señor, pero de lanza, andáis corto”

Dicho esto, comenzó a dar carcajadas, como si de loca se tratase.

El caballero, prepotente como pocos, sintió como la furia lo poseía, de tal forma que apretó el cuello de la muchacha, esperando que esta callara, pero a pesar de ello la muchacha seguía riendo, y cuando se dio cuenta, la faz de la muchacha se desproveyó de color, y los ojos se tornaron en blanco y vueltos, la chica había muerto.

Se levantó con cara de espanto, pero a los pocos instantes, sintió asco, y pensó que había hecho lo que tenia que hacer, nadie se reía de él, “maldita barragana”, y escupió sobre el cadáver.

Llamó a los suyos, y ordenó que la echaran a los perros.

A la mañana siguiente, como era de costumbre, se presentó el novio, seguido de la familia de ambos, pero nadie les respondió a sus preguntas, siendo que la puerta continuó cerrada, sin que nadie diera señas de la muchacha.

Así durante una semana.

El marido, cansado, y hombre de arma en mano, arengó a sus amigos, también de la misma profesión, y armados de lo que conservaban de las guerras en las que habían servido, que no eran pocas, ni de mala hechura, asaltaron el palacio, dejando en el camino a varios de los servidores del Señor, muertos o malheridos en el camino de su búsqueda.

Este, sabedor de lo que pasaba, utilizó uno de los muchos recovecos, habilitados en la construcción, para escapar de los sitiadores, de tal forma que cuando estos entraron, no lo pudieron hallar, bien que dieron fuego a cualquier cosa que pudiera arder, de tal forma que hubo que aguar las casas de derredor, para evitar que ardiera media villa.

Al día siguiente se mandaron justicias, hombres del rey, para prender a los insurrectos, pero nadie dijo nada, nadie estuvo allí, y nadie sabia del paradero del joven viudo, de tal forma que concluyeron que era mejor dejar pasar tan aciago acontecer.

Pasaron los meses, y el Señor olvidó lo sucedido, pues para él, solo fue una minucia, de tal forma que volvió a los placeres típicos de los “hombres de bien”, y uno de ellos, el que más estimaba era la cacería.

Pues sucedió, que, en una de sus cabalgadas, sin saber de donde ni como, un virote, una flecha de hierro, hecha para atravesar lorigas y corazas, salió en derecho hacia el Caballero, el cual tuvo la suerte que dio en el caballo, pues iba al galope, pero con la poca fortuna que quedó bajo el animal, lo que dio tiempo a que el furtivo ballestero, le disparara un nuevo virote, que le alcanzó en la pierna.

Sus hombres se colocaron a su alrededor con las armas desenvainadas, pues esperaban que el asaltante quisiera terminar su trabajo, pero nada más se movió, de tal modo, que viendo lo causado por el virote, todos respiraron tranquilos, pues apenas si había ocasionado una herida de unos centímetros, de tal forma que esta fue extraída sin apenas problemas.

Sin embargo, el cirujano al salir, se acercó a la esposa del caballero, diciéndole estas palabras.

-Mal quieren a vuestro esposo, mi señora.

-Pero, cirujano, ha sido una herida pequeña.

-Pues he de amputarle la pierna, lo más rápido posible.

– ¿Por tan pequeña herida?, preguntó ella alarmada.

-Mi señora, el virote, es de alguien ducho en causar muerte, pues ha estado, antes de ser disparado, en el cuerpo de un animal o persona pudriéndose, si el mismo asesino se hubiera hecho el más mínimo corte, también hubiera muerto. Las llaman flechas podridas, y en la guerra al que cogen con ellas, lo torturan hasta morir, pues no hay escapatoria de vida, por pequeña que sea la herida.

Cortáronle la pierna, después la infección se extendió, y durante dos semanas rabió como un perro, hasta morir en hedor y descomposición, medio hombre, medio cadáver, hasta que su entierro fue un alivio para sus allegados.

Se mandaron justicias, y rastreadores, pero nada encontraron, y nadie dijo nada, y la muerte del señor quedó en el aire hasta perderse con el viento.

Poco tiempo después, un joven viudo, antes de partir hacia una guerra, de la cual no importaba el nombre, ni tan siquiera el enemigo, tiró al rio, un haz de flechas que hedían a muerto desde lejos, pensó que habían hecho su trabajo y sonrió, vio la cara de su amada, y solo pensó en que pronto se reuniría con ella.

He aquí, el porque nuestros reyes, no por benevolencia, sino por evitar mayores males, abolieron la Prima notte en toda, la nuestra ciudad, el derecho de pernada, en estas nuestras tierras, que, aun siendo cristianas y viejas, continuaban siendo Reino, el Reino de Córdoba, su gente brava, y sus mujeres libres de encamarse con quien les viniera en gana y tener hijos de quien así quisieran.

Quizás fue leyenda, o vera cosa, quizás parto de mi mente tortuosa, “Qui lo sa”, salva sea la idea, de que esta, u otras similares consiguieron, que en esta nuestra tierra, los hijos sean de sus padres, y que de sus amores nacieron. No de derechos bastardos, hijos del poder mal entendido, eso si alguien puede llegar a comprenderlo.

Relato no Histórico de Pedro Casiano González Cuevas, 2.019.