La Conquista de España (Parte 8)

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Colección De Tradiciones Relativas A La Conquista De España (Octava Parte)

Así que llegó a noticia de los hijos de Ábdo-l-Mélic lo acaecido, consiguieron reunir un ejército de las lejanas comarcas de Narbona, y de beledíes y berberiscos, pues, aunque sus espadas goteaban aún sangre berberisca, consintieron éstos en ayudarles, buscando ocasión de vengarse de los siriacos, para habérselas después con los beledíes, terminado este asunto.

Vinieron Kátan y Omeyya, en union con Ábdo-r-Rahmen ben Habib, que había sido de los de Balch, y al ver lo que habían hecho con Ábdo-l-Mélic, se había separado de él y de la causa siriaca, y con Ábdo-r-Rahmen ben Álkama Al-Lajmí, gobernador de Narbona.

Traían un ejército de cien mil hombres o más contra Balch y sus compañeros, que estaban en Córdoba.

Muchos fugitivos de la expedición siriaca, que habían andado errantes por alquerías y montes y por las comarcas de Ifríkiya, sin medios de volver a Siria, habían venido a reunirse con éste, y constituían un ejército de doce mil hombres, sin contar los muchos esclavos que habían tomado de los beledíes y berberiscos.

Salieron, pues, y llegaron a dos baridi de Córdoba, al lugar llamado Acua Bortora, donde Balch embistió a los enemigos con sus tropas.

No pudieron resistirle ni mantenerse mucho tiempo; pero Ábdo-r-Rahmen ben Álkama Al-Lajmí, tenido por el mejor caballero de España, dijo:

Mostradme a Balch, pues, vive Dios, que he de matarle o morir a sus manos.

Mostráronselo, con efecto, diciéndole:

«Aquel es del caballo blanco.»

Acometió entonces con la caballería aragonesa, y retrocediendo los siriacos hasta dejar en descubierto a Balch, que tenía en su mano la bandera, dióle dos cuchilladas en la cabeza.

Al-Hosain ben Ad-Dachn Al-Ócaili cargó contra Ábdo-r-Rahmen, y le asestó varios golpes, forzándole a que le hiciera frente, por manera que apenas se detenía en algún punto, Al-Hosain le perseguía con la caballería de Kinnesrin, obligándole a desistir de su empeño y a defenderse, y dándole furiosas acometidas, hasta llegar a sus filas y golpearle en medio de ellas.

Mas era Ebn Álkama caballero de grande esfuerzo, bien prevenido, y cubierto además con tan bien templadas armas, que en ellas no hacía mella alguna la espada de Al-Hosain. Emprendieron al fin precipitada fuga (beledíes y berberiscos), y siguiéronles (los siriacos), matando a unos y cautivando a otros.

Volviéronse en seguida, y Balch murió a los pocos días, de las heridas que había recibido de Álkama, según unos, y según otros, porque le llegó su hora. Dios lo sabe.

Eligieron entonces (los siriacos) por walí a Tsaalaba ben Qalama Al-Ámilí, contra el cual se juntaron beledíes, árabes y berberiscos en Mérida, reuniendo un ejército tan considerable, que no tenía aquella, fuerza bastante para resistirle.

Salió, sin embargo, y combatió valerosamente; más no alcanzó ventaja ninguna, y tuvo que encerrarse en la ciudad de Mérida, y mandar un emisario al lugarteniente que había dejado en Córdoba, para que fuese a él con las tropas que allí quedaban, a fin de combatir a los beledíes.

Estando de esta suerte, cercado en Mérida por beledíes y berberiscos, pues éstos eran los más numerosos, llegó la fiesta del Fitr o de Adha, y como observase Tsaalaba que (con tal motivo) se descuidaban y diseminaban, hizo una salida al amanecer del día de la fiesta, los derrotó con gran matanza, y redujo a cautiverio sus mujeres e hijos, cosa que ni el mismo Balch se había atrevido a hacer, tomando el camino con diez mil o más prisioneros, hasta acampar en la almazara de Córdoba.

El Gobernador de Ifríkiya había llegado a saber el estado de las cosas de España; la gente más honrada (de este país) había acudido a él y le habían escrito algunos, rogándole que les mandase un walí a quien todos reconociesen y prestasen obediencia, así como al Califa, a fin de que tanto beledíes como siriacos se sometiesen a su autoridad, pues (de lo contrario) les amenazaba la muerte y temían la desventura de sus familias.

Tsaalaba, en tanto, acampado en la almazara, vendía entre sus soldados los hijos y mujeres de los beledíes, habiéndosenos referido que enajenaba sus xeques al que menos ofrecía por ellos, y que puso a la venta a Ebn Al-Hácari, oriundo de Medina y establecido en España, y a Al-Harets ben Aced, medinense también y de la tribu de Chohaina, con un pregonero que gritaba:

«¿Quién compra a la baja estos dos xeques?»

y contestó otro:

«Diez adinares doy por uno de ellos.»

—El pregonero dijo:

«¿Quién da menos?»

y así continuó, hasta vender uno por un perro y otro por un cabritillo.

En esto se hallaba ocupado Tsaalaba, cuando llegó Abó-l-Jatar Al-Hocam ben Dhirar Alquelbí, nombrado gobernador por Hanthala ben Safwan, a nombre del califa Al-Walid ben Yecid , el cual los encontró aún acampados en la almazara.

Era (Abo-l-Jatar) un noble siriaco, natural de Damasco, y todos le atendieron y prestaron obediencia, siriacos y beledíes.

Dio libertad a los prisioneros y cautivos, llamándose por esta causa su ejército el de la salvación, y aunándose todas las voluntades. Huyeron Tsaalaba ben Calama, Otsmen ben Abi Nica y otros diez personajes siriacos, amnistió a los dos hijos de Ábdo-l-Mélic ben Kátan, y acomodando a los siriacos en las diferentes comarcas, aquietóse el estado de los españoles.

Relación de la entrada de Ábdo-r-Rahmen ben Moawiya en España; de las causas de este suceso y del término que tuvieron sus vicisitudes; lo cual, si así place a Dios excelso, referiré en compendio.

Cuando a Meruan ben Mohammad , Dios se apiade de él, sucedió lo que es sabido, y derrocado el poder de los Benú-Oineyya en Oriente, se apoderaron los Benul-Ábbas del mando, siendo muerto en el año 32 Meruan , cuya cabeza fue remitida a As-Saffah, y después a Abó-l-Ábbas , que estaba acampado en Bagdad, persiguió As-Saffah a los Benú-Omeyya en donde quiera que se encontraban, matándolos y sometiéndolos a ignominiosas penas.

Habiendo aprehendido a Aban ben Moawiya, cortóle una mano y un pie, y fué paseado por las comarcas de Siria, con un pregonero que iba junto a él gritando:

«Éste es Aban ben Moawiya, el mejor caballero de los Benú-Omeyya»,

Hasta que murió.

Mataron las mujeres y los niños, y degollaron a Ábda, hija de Hixem ben Ábdo-l-Mélic , porque habiéndole preguntado por los tesoros y joyas, no quiso contestarles palabra.

Los principales personajes de la familia Benú-Omeyya, que tenían renombre y poder, huyeron y se ocultaron entre las tribus árabes o entre el oscuro vulgo, por manera que no pudieron ser hallados.

De éstos fueron Ábdo-l-Wáhid ben Suleimán, Algamr ben Yecid y algunos otros. Viendo (los Ábbasíes) que de esta suerte no iban a conseguir su propósito, se aseguraron de Suleimán ben Hixem, temiendo que se apercibiese de su perfidia y se fugase, y publicaron que estaban arrepentidos de lo hecho, que concedían amnistía a los que quedaban, y que cesaban las muertes.

Escribiéronles que al emir de los creyentes pesábale lo acaecido con los Benú-Omeyya, que quería dejarlos con vida, y que había mandado (a los gobernadores) que les otorgasen cartas de seguridad, y que nadie los molestase ni se les opusiese, divulgándose esto por toda la Siria y en el ejército que estaba acampado en Cascar.

Luego que cundió la noticia, enviaron legados, y amnistiáronse setenta y tantos individuos, todos de la estirpe Benú-Omeyya, con la sola excepción de un pariente por afinidad, que era de la tribu de Quelb, y un liberto suyo.

Entre ellos estaban Ábdo-l-Wáhid, Algamr, Alasbag ben Mohammad ben Said y otros muchos cuyos nombres ignoro.

Apenas se presentaba uno, le agasajaban y hospedaban, dándole las mayores seguridades, y persuadiéndole a que no hallaría la menor contrariedad para llegar al emir de los creyentes, el cual estaba en ánimo de perdonarlos y no atentar contra su vida.

Un xeque, a quien doy crédito, me ha referido que se expidieron cartas de seguridad para que volviesen todos los fugitivos; más Yahya ben Moawiya ben Hixein , que moraba en un paraje a siete millas del cual acampaba con sus tropas Alih ben Ály , no se movió como los demás (Benú Omeyya) que allí había, antes bien dijo :

«Cuando veamos lo que les pasa, podremos presentarnos al ejército.»

Estaba, en efecto, cerca de él. Esperaron, pues, a ver lo que sucedía, y en esta expectativa estuvieron algún tiempo, hasta que vinieron de Medina, del Irak y de Egipto los Benú Oineyya que habían huido.

Entonces Yahya ben Moawiya envió un emisario para que se enterase de lo que les acontecía, el cual, viendo cómo los soldados los mataban, volvió apresuradamente.

Arrepentido (Yahya), no tuvo tiempo de huir, y llegando la caballería a aquella aldea cercana, fue sorprendido y muerto.

Con él residía en la alquería el emir Ábdo-l-Rahmen ben Moawiya; más se hallaba aquel día de caza, y con noticia que tuvo a media noche de lo ocurrido, huyó, encargando que su hijo Abó Ayob y sus dos hermanas Umm Al Asbag y Arnat-er-Rahmen fuesen despues a unirse con él.

Conforme iban llegando los Benú Omeyya a As-Saffah, éste los iba reteniendo, haciéndolos entrar en su tienda, para mandarlos después, según decía, al emir de los muslimes.

Luégo que estuvieron todos reunidos, separó a Ábdo-í-Wáhid, hízole sentar cerca de su persona, como para manifestar su reconocimiento por los beneficios que le debían (los Abbasíes), y comenzó a hablarle de este asunto y a mostrársele de muy buen ánimo.

En tanto permanecían de pie guardias armados de mazas de hierro, y habiéndoles hecho una señal, dijo: Derribad sus cabezas.

Al momento fueron muertos a golpes de maza. Despues dijo A Ábdo-l-Wáhid : «No es razón que tú sobrevivas a los tuyos y a tu poder; más te concedo que mueras a espada »; y dada la orden, fue decapitado.

Lo mismo hizo con Al-Gamr ben Yecid, mandando sus cabezas a Abó-l-Ábbas, el cual, apenas las recibió, mandó que fuese también decapitado Suleimán ben Hixem.

Los demás Benú Omeyya, al saber el perdón, habían regresado a sus moradas en las más apartadas regiones, donde fueron muertos, completándose con ellos la gran matanza, que sucedió junto al rio Abó Potros, pues eran setenta y tres.

A este acontecimiento alude Hafs ben Annóman (en los versos que dicen) :

«¿Dónde están los dadivosos, los príncipes, los hijos de lo silustres, los nobles?»

Al que pregunte por ellos (decid) que están donde sobre los féretros.»

Perseguidos los Benú Omeyya , huyeron por diferentes países , y sabiendo por tradición que al Occidente se hallaba su lugar de reposo, a Ifríkiya se dirigieron la mayor parte , entre ellos As-Sifyani, el rebelde, los dos hijos de Al-Walid ben Yecid, Al-Ási y Muca. y Habib ben Ábdo-l-Mélic ben Ámr ben Al Walid.

Antes habían huido a este punto, cuando el califa Meruan fue muerto, Chozay ben Ábdo-l-Áziz ben Meruan y Ábdol-Mélic ben Omar ben Meruan; de suerte que en Ifríkiya se reunió gran número de ellos , siendo gobernador de esta región Ábdo-r-Rahmen ben Habib ben Abí Óbaida , de la tribu de Fihr, el cual no mostró repugnancia alguna en que allí se refugiasen.

Uno de los que se acogieron a este país fue Ábdo-r-Rahmenben Moawiya ben Hixem, cuyas primeras aventuras, que referiré brevemente, fueron de esta manera.

Al publicarse la amnistía de los del rio Abó Fotros era mancebo de poca edad, pues contaba, cuando estalló la revolución de los Ábbasíes, 17 años; y regresando a su morada de Dair Hanna, en el distrito de Kinnesrin, permaneció allí con sus hermanos y algunas otras personas de su familia, que se habían reunido.

Ya tenía por aquel tiempo un hijo, llamado Suleimán, y de sobrenombre Abó Ayob, que habia nacido en el año 30, reinando Meruan. Uno que había oído referir a Ábdo-r-Rahmen varios pormenores del principio de su fuga, me ha contado que decía lo siguiente:

«Cuando se divulgó la nueva de nuestra amnistía, monté a caballo para salir de recreo, y ausente me encontraba cuando ocurrieron los asesinatos: volví a mi casa para procurar los medios de salvarme con mi familia, y abandonando aquel lugar, me fui a una alquería, situada a orillas del Eufrates, que tenía mucha arboleda y bosque.

Mi deseo era pasar a Occidente, por la siguiente anécdota que me había ocurrido. Al fallecer mi padre, en vida de mi abuelo, dejándome de pocos años, me llevaron con mis hermanos a la Rusafa, donde mi abuelo se hallaba.

Madama ben Ábdo-l-Mélic aun no había muerto, y estábamos parados en la puerta en nuestras cabalgaduras, cuando Madama preguntó quiénes éramos; dijéronle que los huérfanos de Moawiya, y con los ojos arrasados en lágrimas nos fue llamando dos a dos, hasta que me llegó la vez.

Luego que le fui presentado, me tomó y me besó, y habiendo dicho a nuestro ayo que me bajase de la cabalgadura, me colocó delante de él, y comenzó a besarme y a llorar amargamente, sin llamar a ninguno de mis hermanos más pequeños, preocupado conmigo, y sin querer separarse de mí, que estaba colocado delante de él en la silla de su caballo.

Salió en esto mi abuelo (Hixem), y cuando le vio, dijo:

¿Quién es ése? Abó Said (Maclama)

— Uno de los pequeñuelos de Abó Moguira, que Dios haya perdonado, replicó Maclama; y aproximándose a mi abuelo, le dijo:

El suceso se acerca éste es.

— ¿Es él? preguntó (mi abuelo).

— Sí, por Dios (contestó),

«pues he observado en su rostro y cuello los signos distintivos.»

— Entonces llamaron al ayo y me entregaron a él.

Tenía yo a la sazón 10 años, poco más o menos, y mi abuelo me distinguía, me enviaba regalos y mandaba por mí todos los meses, porque estábamos en el distrito de Kinnesrin , y entre nuestra morada y la suya mediaba una jornada.

De esta manera continuamos hasta que murió. Abú (Said Maclama había muerto dos años antes.

Ésta era una de las cosas que habían quedado fijas en mi memoria.