Aurelio y el Calor

Aurelio y el calor

Hoy empieza el calor, Aurelio mira al cielo de la mañana, apenas si amanece y saca el viejo cuerpo al patinillo interior, en el que el viejo y retorcido limonero enseña impúdico sus gordos y escasos limones.

-Mala noche, -comenta Aurelio con el árbol, su único compañero-, no he podido ni pegar ojo, bien cierto es que la casa está hecha de humedades en invierno, y de sombras en verano, pero los veranos, son cada día menos verano y más infierno, ¿me escuchas?, amigo, -le pregunta al viejo árbol, que no responde.

Se levanta del banco de piedra, el de siempre, el que no nunca ha cambiado, y se da el lavado del gato, que la cosa no está para hacer virguerías, apenas en posterior el café que sale de la zurrapa que le dan en el bar de al lado, junto con los bocadillos pasados de fecha, que salvo alguna que otra vez, no salen en forma de colitis, pero no saben a cobre.

Nada de móvil, ¿Quién lo va a llamar?, ¿internet?, ¿quién le va a enseñar?, apenas si sabe escribir, leer con dificultades, lo que le enseñó su santa que dios la tenga en su gloria, y sale de la casa, ropa vieja pero limpia, que la santa lo tenía derecho como la vela mayor, cualquiera, menuda era, y piensa que ella tuvo suerte, y le da gracias a dios de nuevo, él ha pasado por lugares malos, como el que vive, ella… lo piensa, también, pero mejor que no.

Toda la vida en el campo, apenas unos euros que regala el estado cuando quiere, que quita más que da, y que hace que los recibos, un mes si, otro también, se amontonen, ¿la suerte?, que llamen lo que quieran, no tiene teléfono, no puede mantenerlo; cuando llega el escaso dinero, es para pagar, lo que aún no han cortado, la luz no volvió, ¿para qué?, ¿qué es mejor que un transistor con pilas de las recargables?, que esas sí que duran, que no es derroche, que las carga en un enchufe en el supermercado.

Nadie que engendrar, nadie a quien cuidar, nadie que te cuide, la casa se cae, un tejado, de dos habitaciones está en el suelo de las mismas, y ahora con el calor, las manchas, enormes quizás desaparezcan.

El calor, el maldito calor, no puede soportarlo, él, que trabajaba de sol a sol, y ahora, como señorita vieja, se asusta de vivirlo, y suerte que en la gradilla del supermercado, cuando abren la puerta sale el frio en forma de bendición, y suspira cuando ve como la gente sale con los carritos cargados, no es envidia, es que le gustaría, por una vez, que no fueran todo latas de atún, de sardinas, de caritas, que muy agradecido, que algunas veces viene con más, con mucho más, el que tiran los que estaban en la fila delante de él, que solo quieren los productos caros, quizás para revenderlos, pero gracias a eso puede comer, algunas veces en condiciones.

Llega la noche, nada corre, amaga, pero no llega, se sienta en el banco de piedra de su pequeño, patio, la botella de agua, un cigarrillo liado, y mirar al limonero, contar los limones, quizás mirar al cielo, y no es infeliz, solo está solo, y lo del dinero, no le importa, ya lo sabía, siempre ha sido así, siempre lo será, el que tiene, nada da, y los que no tienen, ¿Qué más da?, y sonríe mirando unas estrellas que a cada día que pasa, son más borrosas.