Los Días, Pasan, Irremediables

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Los días, pasan, irremediables, incansables, con la constancia del que no le importa su acontecer, y te arrastran, te llenan de nada, te hacen recorrer el abandonado camino que de polvo todo lo cubre.

La distancia, la vida que se escapa a través de los agujeros del diapasón que marca el eterno reloj que nos mata, que nos hace a cada momento, más inanes, más desvalidos, más indefensos.

La pena, la que nos embarga, corazón compungido que llora tras la masa que parece encogerse sobre sí misma, lamento infinito, que se pierde en la caja de resonancia de los lloros escondidos.

Amores que se pierden en la neblina de lo que fue, de lo que pudo hacer sido, y se desvanecen, como si nunca hubieran existido, entre las lágrimas del olvido, de la desazón del corazón que los anhela, y se escapan como el agua, como la arena, entre los dedos que sollozan al ver su caída.

Lágrimas de poder ser, de no haber sido, de no serlo, y caen en el suelo de naturaleza descompuesta, y te reflejas en ese tirano del reloj, de la naturaleza muerta, del árbol abatido, y piensas al final de todos los pensamientos, que quizás, posiblemente, sea mejor desvanecerse entre la hojarasca de un bosque envuelto en la neblina del olvido.