Atemporal

Un mundo futuro, ¿cercano, lejano?


Una civilización en la que es necesario obtener el derecho a voto, merecerlo, en la que se separa a los hijos de sus padres en la infancia y se les asigna un puesto de acuerdo a sus capacidades mentales.


Un mundo guerrero, donde la genética, actúa sobre aquellos que la sociedad designa.


Una batalla, otra, y guerra tras guerra, la civilización devora a todo lo que se le opone, solo los religionistas se les oponen.
¿Podrán revertir este mundo donde el hombre es peor… o mejor?


Una civilización que no conoce la piedad, donde todo tiene que seguir unas estrictas reglas de comportamiento, donde los hombres son partes de una maquinaria mayor, de una máquina bien engrasada.

Os dejo unos capítulos de este libro, espero que os guste, al final, la forma de obtenerlo…, ya sabéis.

ATEMPORAL

Pedro Casiano González Cuevas

CAPÍTULO I

Maxer

Maxer tenía un día complicado, nada parecía salirle bien. A primera hora, bronca de la superioridad, después un par de pesquisas y todo el resto del día, esperando a que saliera de su escondite alguien que no apareció, todo para nada, como el resto de los días. Pidió otro tonificante del número dos, “un día es un día”, pensó, de todas maneras, para qué era el dinero si no, sólo para gastarlo, había llegado a una edad en la que eran esos pequeños placeres los que conseguían que al día siguiente te pudieras levantar.

-Jefe, tengo una información, -era Bauer, un confidente de los que sólo podías aprovechar la peste que exhalaba.

– ¿Otra historia?, Bauer.

-No jefe, es buena, de las de quinientos créditos.

-Sería la primera, nunca le había soltado nada que valiera ni la mitad, – desembucha-, le contestó para quitárselo de encima.

-El muerto del Callejón de los Lobos.

A Maxer se le encendieron las orejas al oírlo, pero nada expresó de lo que sentía al oír hablar del tipo, que había sido despellejado días atrás.

-Jefe, sé de buena tinta qué la Rata, sabe del tipo que lo hizo, ayer me soltó qué lo conoce de los días de trabajos forzados.

– ¿Y quién es ese artista?

-Le llaman René, es francés, un tipo que anda por ahí diciendo que es Ciudadano y artista, pero, ni lo uno ni lo otro.

– ¿Dónde puedo alcanzar al tipo ese? – preguntó Maxer, sin aparentar interés.

-En Burladero 25, en la primera planta piso dos. ¿Vale ese dinero, no Jefe?

-Si es verdad, a lo mejor coges algo, le contestó.

Pagó los dos créditos de la copa, cara como un corazón nuevo, se miró el arma, y salió a la calle, Bauer lo siguió, Maxer se dio la vuelta.

-Desaparece, sé dónde encontrarte.

Bauer paró, sólo esperaba que todo saliera bien, podría estar flotando un buen tiempo si la información era cierta, Maxer pagaba, no mucho, pero pagaba.

Miró el coche, pero pensó que estaba cerca, decidió hacer el trayecto andando, no merecía la pena encontrar aparcamiento en un sitio donde casi no había.

Se volvió a tocar el arma, era deformación la que tenía, demasiados años cargando con cacharros, eso no se olvidaba nunca, miró de nuevo a su alrededor, la polución junto con la suciedad del ambiente, hacían que respirar fuera difícil, aquel era un buen lugar para morir de una afección pulmonar, no para vivir.

Comenzó a caminar, todo sucio, papeles, restos de comida, todo amontonado, apelotonado, nadie se preocupaba de los Auxiliares, sólo valían algo cuando los mataban, y solo porque las noticias no beneficiaban a nadie, si no, nadie se preocuparía de algo como lo que había pasado en el Callejón de Lobo, el tipo colgado como un adorno de un pincho de sujeción, despellejado como un cerdo, sin mota de sangre, sin nada que indicara qué le había pasado, difícil de identificar, pero al final lo  habían hecho, un jefe de Auxiliares en una Planta de Proceso de Residuos Industriales, nada importante, pero la forma de hacerlo, tenía preocupados a los jefes, así que era algo con prioridad, y él sabía por experiencia que los jefes tenían que estar contentos, así lo dejarían en paz.

Llegó al edificio, le echó una mirada, algo feo, abandonado y sucio como el resto de los bloques que lo rodeaban, apenas un cuchitril en el que se multiplicaban los cubículos de cuarenta metros, los famosos pisos de solteros, apenas agujeros para ratas.

Accedió al portal, sacó su identificación maestra, la puerta se abrió, era una de las ventajas de los detectives Ciudadanos, el pase universal. Permitía entrar en cualquier lugar con rango inferior, cualquiera de los habitantes de aquella manzana había firmado la autorización para registro antes de poder hacerse con uno de los pisos.

La entrada estaba llena de grafitis, una pareja detrás del rellano haciendo lo que tuvieran que hacer, que no sería muy bueno, existían lugares para eso, baratos, muy baratos, pero la escoria, ya se sabe. Por veinticinco céntimos de crédito podías conseguir uno, no preguntaban, podías hacer lo que quisieras, así que no sería nada inocente lo que pasaba tras del rellano, pero ese no era su asunto, ese era problema de los de rango inferior.

Era el primero, no cogió el ascensor, así que no tuvo que preguntarse si funcionaba o no, el controlador del bloque estaba en el bajo, pero prefirió no preguntarle, algunas veces tenían una relación “especial” con los inquilinos, algo turbio que no demostraba que fueran gente de fiar a la hora de pedir información.

Olía a humedad, dejadez y suciedad, como todos los lugares de ínfima categoría. Llegó a un largo pasillo en el que las luces que quedaban vivas, apenas si iluminaban alrededor de ellas, dejando largos trozos a oscuras. Sacó la pistola, la puso en modo dos, no quería aturdir, tenía autorización, cuando un caso era de nivel tres, a usar fuerza letal, si pasaba algo, nadie preguntaría nada, nunca lo hacían.

Volvió a colocar la tarjeta maestra en la cerradura, una luz verde le indicó que estaba abierta, sacó la pistola, no tenía obligación de indicar su presencia, en otro caso sería mejor haber llamado, pero no era el caso, nivel tres, volvió a recordar, y agarró la pistola con más fuerza, se podía encontrar con algo que fuera peligroso, no lo creía, posiblemente Bauer le había contado una historia, pero, por si acaso.

Estaba a oscuras, apenas la luz de la calle que entraba por la ventana era la poca luminosidad que existía allí, pocos muebles en muy poco espacio, solo un sillón encarado a la ventana que se mostraba a la luz de los neones de los anuncios de la calle, apenas nada más, la cama no estaba extendida.

-Le esperaba, Ciudadano Detective, -susurró una voz que venía del sillón.

Maxer apuntó al lugar de dónde provenía la voz, el solitario sillón. No contestó.

-Sea bienvenido, demasiado ha tardado, lo esperaba antes, pero ya se sabe, que los hijos del ejercito son Ciudadanos por su combatividad, no por su cerebro.

-No se mueva, Policía del Estado, conminó Maxer a quien fuera que hablara.

-Lo sé, lo sé, – afirmó la voz- no me cuenta nada nuevo, no esperaba menos que un Ciudadano Detective, otra cosa hubiera sido un insulto.

Maxer dio la vuelta al sillón giratorio muy despacio, le impactó el ver un cadáver despellejado como el del callejón. Algo dentro del mismo, posiblemente en su boca, era lo que hablaba, porque el despellejado estaba muerto, muerto como no se podía estar más muerto.

A pesar de ello Maxer lo apuntaba con su arma, no se fiaba de nada, ni de nadie.

– ¿Sorprendido Detective Ciudadano?, algunas veces los muertos tienen cosas que decir, y me temo que éste cadáver, tiene que contarle algo, quizás una desnuda verdad, -la voz sonó a divertida por el macabro chiste- pero no perdamos tiempo, es una conversación corta la que tendremos, o larga, si quiere, tengo tiempo, quizás más que usted, quizás más que ustedes.

-Diga lo que tenga que decir, -Maxer se sintió extraño hablando al cadáver sin piel que se iluminaba a impulsos de las luces de los anuncios, mostrando las hebras de sus músculos, los ojos salidos casi de sus cuencas, y sus dientes que parecían amenazarlo.

-Bien, ¿por dónde empiezo?, -comenzó la voz del cadáver- por supuesto, el que habla, o parece hablar, se merece lo que le ha pasado, a pesar de que piense que el castigo es excesivo, le comento que ha disfrutado de cada momento de su, digamos, “liberación”, murió al poco de que la capa de piel que le protegía desapareciera completamente, su sufrimiento apenas si ha sido un castigo benigno por sus crímenes.

-Ya que te has vuelto tan parlanchín, ¿a qué viene esta moda de matar, y después despellejar?, preguntó Maxer.

-Estás equivocado amigo mío, primero se le quita la piel, después muere, es el resultado o el hecho en sí, no matamos a nadie, solo le quitamos la envoltura.

– ¿Matamos?

-Sí, querido Ciudadano Detective, matamos, en plural, lo que quiere decir…

-Qué no estás solo.

-Bravo Ciudadano Detective, aun te queda algo de cerebro.

– ¿Y por qué?

-Son muchas preguntas, Ciudadano Detective, ahora vamos a ver como andas de matemáticas y de estado físico.

– ¿Qué quieres decir?

-Cinco, cuatro…

Maxer se dio cuenta, y salió corriendo de la habitación, la cuenta atrás de lo que fuera, comenzaba, apenas dejó la habitación, ésta estalló con una llamarada roja y amarilla, salió lanzado varios metros, dando con la espalda en la pared. Trozos de madera, de hierro, de cualquier material le dieron en el cuerpo, algunos se clavaron causándole un dolor agudo, se quedó sin respiración.

Lo siguiente que vio fue a una cara que lo miraba, era una mujer desconocida.

-Ciudadano Detective, ¿se encuentra bien?

-Supongo que sí, pero eso me lo tiene que decir usted, creo.

-Por supuesto, era algo coloquial, cortes superficiales y una pequeña conmoción cerebral, nada que no pase con un poco de descanso, como es normal, se le han repuesto todos los niveles, ningún signo anormal, puede irse cuando quiera, siempre que las personas que quieren hablar con usted, se lo permitan.

Maxer se incorporó, durante un momento sintió como que iba a vomitar, pero en apenas un segundo las ganas se fueron, la cabeza le dolía a pesar de todo, lo que, de seguro, le habían metido.

– ¿Está operativo Ciudadano detective Maxer?, era la voz de la Inspectora Goner, una hija de su madre, guapa pero peligrosa como dormir con una serpiente.

-Sí, Ciudadana Inspectora Goner, estoy operativo.

-Necesitamos sus grabaciones personales, ¿da usted su consentimiento?

Maxer no tenía más remedio que entregarlas, el negarse hubiera causado un problema, puso su mano sobre el lector que le ofrecía la mujer que acompañaba a la CI.

A los Ciudadanos no se les obligaba a entregar todo lo que su cámara corporal hubiera grabado en su tiempo de servicio, no como a los Auxiliares, qué en tiempo real eran controlados por la central, pero al final era lo mismo, lo importante lo pedían, y si no lo dabas…

La CI observó la imagen y el sonido de la conversación de Maxer con el cadáver, pasaron varios minutos.

-Interesante CD Maxer, parece algo importante, algo que se sale de los parámetros normales, se tocó la garganta, el laringófono habló con alguien más allá de su conocimiento.

-CD Maxer se le agregará una Detective Auxiliar, su caso necesita de seguimiento por parte nuestra directamente, el caso parece importante, no puede desechar ninguna ayuda, además es una orden.

Maxer asintió, no podía decir nada, eran órdenes directas, sólo desear que no le tocara alguien con menos cerebro que un mosquito.

CAPÍTULO II

Lur

La CI se marchó sin esperar nada más, Maxer cogió la caja de inyectables que le habían dejado en la mesilla, se colocó una camisa que le habían traído y miró sus pantalones deteriorados por la explosión, de todas maneras, tendría que ir a casa para cambiarse, no podía ir así.

Cogió el enorme ascensor, estaba en el piso treinta y uno, en apenas cinco segundos llegó a la planta baja, le recordaban las misiones, así, que cuando salió tenía el pelo erizado.

Avanzó por el largo corredor de entrada, le dolía un poco la pierna, pero no quería tomarse nada, sabía por experiencia, que las dosis del hospital le quitaban agudeza mental, y no quería andar por ahí medio idiota.

Salió a la húmeda noche, una muchacha salió de un coche y gritó dirigiéndose a él.

– ¿CD Maxer?

Maxer asintió con la cabeza, la chica abrió la puerta del acompañante del coche. Se dirigió hacia él.

-Detective Auxiliar Lur, a sus órdenes, seré su acompañante, según ordenes de la CI.

-De acuerdo, – Maxer se sentó dentro del coche- lléveme a recoger mi vehículo.

– ¿Le han dado la baja, CD?

-No.

-Si no le importa, CD, usaremos éste para la guardia, después le llevaré al suyo, si no hay contraorden.

-Lléveme a mi casa, tengo que cambiarme.

-A sus órdenes, CD.

La chica arrancó el coche, se cogió al carril de tracción y el coche avanzó entre la fila de vehículos, tenía en la memoria la dirección de Maxer.

-Un honor servir a sus órdenes CD Maxer, – la chica le sonrió.

Maxer la miró, joven, demasiado joven, guapa, morena con el pelo recogido y una figura estilizada, posiblemente pesaría menos de la mitad que él, mal asunto, si surgía un problema, sería una carga más que una ayuda, pero órdenes son órdenes, pensó, cualquiera se queja.

– ¿Cuánto de DA?, Lur.

-Tres meses CD, cinco años en el cuerpo.

-Buena carrera, DA, buena carrera, ¿cuándo se examina para Ciudadana?

-Dentro de dos años y medio, si mi carrera es ejemplar, y cuento con el apoyo de mis superiores.

-Haga su trabajo y contará con el mío, falle, y no será Ciudadana nunca, ¿entendido?

-Sí CD, no fallaré.

El coche paró en la verja de seguridad de la Ciudadela, un guardia exigió la documentación. Maxer bajó la ventanilla, enseñó su documento de Ciudanía, el guardia saludó.

-Ciudadano Detective Maxer, con AD Lur, acceso policial.

La verja se abrió, el coche arrancó, libre ya de la tracción de control de la garita.

Lur miraba a los enormes edificios de la Ciudadela, el lugar de los Ciudadanos, algún día ella estaría allí, tendría derechos, podría votar y tomar decisiones que significaran algo, miró al CD, era una mole como todos los Ciudadanos Militares, ¿a saber cómo había llegado a Ciudadano Inspector de Primera antes de los treinta años?, algo insólito, sólo las cicatrices de la cara y la fama indicaban que era un tipo duro.

El coche paró sin que nadie lo indicara. Maxer se bajó, Lur se quedó en su asiento.

-Suba, Lur, tengo que ducharme, y quitarme la suciedad de la explosión.

-CD, es la Ciudadela, no estoy autorizada.

-Cuando viene conmigo, sí, suba, no me haga perder el tiempo.

Maxer arrancó a andar sin preocuparse si Lur lo seguía, ella pensó que no era hombre de repetir las cosas, así que salió y continuó el camino de su jefe.

Lur se quedó asombrada, la entrada era grandiosa, enormes placas de acero, luces de todos los colores, un pequeño jardín con una fuente, y un señor amable que saludo con efusión al CD.

-Bienvenido CD, ¿necesita algo?

-No Eduo, no, gracias.

-He oído lo de la explosión, ¿se encuentra bien CD?

-Perfecto, sólo el golpe, gracias.

-Me alegro CD, si necesita algo CD, o la señorita, llámeme.

-Es la DA Lur, mi compañera, sólo vengo a cambiarme, informe si es necesario.

-No, por favor CD, a su entera disposición.

Maxer siguió su camino, Lur alucinada y asustada, lo siguió hasta el ascensor.

En unos instantes estaban en la planta cuarenta del edificio, anduvieron apenas unos metros por un pasillo que se encendía conforme avanzaban, cuadros enormes, todo de un gusto recargado pero no por ello menos impresionante, apenas unas puertas después del ascensor, una de ella se abrió.

Lur siguió al CD, entraron en una espaciosa habitación, cuatro veces la suya, inmediatamente una música clásica comenzó a sonar, un concierto de Bach, las luces se encendieron y Lur quedó asombrada ante la cantidad y calidad de los muebles que adornaban la habitación.

-Voy a ducharme, comentó Maxer sin volver la cabeza.

Otra cosa que ella no tenía, dormitorio independiente, ella sólo disponía de una cama que se plegaba de día, un pequeño cuarto de baño, y una habitación que cogía en una esquina de la del CD.

Miró las fotografías de la pared, recuerdos de tiempos de campaña, el CD había sido un exterminador, y fue comprobando un historial de muchas misiones. Quizás por eso ascendió tan rápido.

Miró varios marcos llenos de medallas, al Valor, la Roja de sangre, cinco medallas de Supervivencia, la de Ayuda al Camarada, cuatro, y una espada de la Victoria, no conocía a nadie que la tuviera, solo la concedían a título póstumo, pero en la espada figura el nombre del CD, pero con otro cargo “Capitán de Reconocimiento Maxer, II Legión Hispánica”, el CD era o había sido Hispano, algo más que apuntar.

Se caracterizaban por ser buenos soldados, pero duros como las piedras, decían que una medalla de una hispánica, valía por dos de las otras Legiones.

Caían como moscas, pero siempre conseguían llegar o quedarse, les llamaban los erizos, nadie se juntaba con ellos, sólo entre ellos mismos, por eso no había Hispanos en las Legiones Mixtas. Los que sobrevivían, que eran pocos, casi todos eran Ciudadanos en un momento u otro.

 Ellos decían que habían sido Ciudadanos de segunda al final de las guerras de religión, ahora decían que los demás eran Ciudadanos de segunda, típico de los hispanos. Unos auténticos hijos de puta.

Aún estaba absorta viendo las medallas, cuando apareció el CD, vestía incluso el abrigo negro, supuso de piel auténtica, no de polipiel como el suyo. Impresionante, más de un metro noventa, espaldas como las de un toro, y si le quitabas las cicatrices, seria guapo, muy guapo, pero serio como la muerte.

-DA Lur, olvídese de mis batallitas, vamos a trabajar.

Lur Instintivamente se cuadró, Maxer salió de la habitación seguido de la CA, la puerta se cerró tras de ellos.

Maxer se volvió en medio del pasillo.

-Lur, deme su arma.

Sin pensar Lur se la entregó, el CD la descargó, miró el cargador, y sacó una de las pequeñas balas, la volvió a meter dentro del cargador.

-No quiero tonterías, aquí el único que puede matar soy yo, ¿de acuerdo?

-Sí, CD, no se me ocurriría nunca llevar munición letal.

Cabrones de los CD, ellos eran jueces y verdugos, ella sólo podía atontar y detener, nunca hacer uso de fuerza letal. Maxer hizo algo que no esperaba. Sacó su arma, tocó el botón de reconocimiento, este se puso en verde, y se la entregó.

-Si a mí me pasa algo, úsela, mejor viva con problemas, que muerta con un expediente intachable.

Lur cogió el arma, ésta parpadeó unos instantes, a partir de ese momento podría utilizarla, la suya no había problema, un Ciudadano tenía asignado un rango superior, cualquier arma de un inferior, podía ser usada por ellos.

Maxer no dijo nada, se dio la vuelta y cogió el ascensor.

Cuando llegó abajo le comentó a Eduo.

-Menos de quince minutos, anote Auxiliar, le indicó Maxer con voz dura.

-Por supuesto no es necesario, CD, usted tiene privilegios.

Maxer no paró, salió del edificio y entró en el coche.

– ¿Dónde CD?, -preguntó Lur.

– ¿Conoce el “Brillante”?, -uno de los peores tugurios de la ciudad, famoso por la cantidad de gente que desaparecía allí, aparte de los habituales, lo peor de lo peor.

-Sólo de oídas CD.

-Bien pues vamos, -le ordenó Maxer al coche- hoy lo conocerá Lur, vamos a buscar a una perla.

El coche siguió por los carriles, al poco tiempo, pitó indicando que salían de la tracción principal, Lur tomó los mandos del coche, fuera ya del control de las rutas principales.

La pantalla del vehículo le indicó como llegar al Brillante.

Ambos se bajaron del vehículo, Lur apretó el botón de aparcar, el coche salió a la búsqueda de un lugar donde hacerlo.

La calle no desmerecía de la fama del local, apenas un apeadero lleno de suciedad, borrachos e indocumentados que dormían en la calle, fuera de los lugares de control de la policía.

Si eran considerados inútiles, irían a las colonias como mano de obra, y allí se le quitarían las aficiones o morirían intentándolo, pero siempre había más, era una de las lacras del complejo mundo que se había creado tras las guerras de religión.

Maxer llamó a la puerta, una ventanilla se abrió, nada digital, una persona de carne y hueso, ésta le miró, la puerta se abrió.

Maxer seguido de Lur entró.

– ¿Dónde está la Jefa? -preguntó Maxer al vigilante.

El tipo señaló con la cara a una de las esquinas del local, que estaba lleno a rebosar.

Maxer seguido por Lur avanzó con dificultades entre la muchedumbre, que pintada y vestida de todos los colores saltaba y bailaba a un ritmo de una música que para Maxer sólo era un conjunto de berridos de animales y chillidos de moribundos, un par de codazos bien dados, aceleró su paso, si alguien se volvía a protestar, se callaba inmediatamente al ver la envergadura de él.

En una esquina estaba Morticia, la bella dueña del local, peligrosa como una serpiente de cascabel, pero hermosa, aunque se maquillara la cara para parecer pálida casi como una muerta, y siempre vistiera de negro. A pesar de ello, era una mujer deseable, muy deseable.

-Mi CD favorito, ¿qué te trae por aquí?, debe de ser importante, bello Hércules, -le susurró a Maxer con una mirada lasciva.

-Bauer, el imbécil de Bauer, ¿dónde está?

-Ya hemos perdido la educación, -Morticia se acercó a Maxer y lo besó en la boca, un beso largo y húmedo, Maxer ni se inmutó.

La mujer se apoyó sobre la barra.

-Hoy traes a una perrita o a una gatita, qué malo eres, con lo que yo te quiero y vienes con otra. Por lo menos es guapa, no me gustaría saber que me pones los cuernos con alguna fea, te mataría.

-Menos historia Mor, ¿dónde está ese subnormal?

Morticia hizo una señal con la cabeza a uno de los suyos.

-Ya mismo te lo trae mi perro, listo para que lo jodas, ¿algo de beber, guapo?

-Ponme un Tonificante de los tuyos, él sabía que era malo como la muerte, pero colocaba rápido que era lo que buscaban todos, en un bar normal hubiera costado mucho, aquí, apenas medio crédito por una buena borrachera.

– ¿Y la gatita?, -preguntó Morticia.

La DA, negó con la cabeza.

– ¿Será virgen también, no?, -sonrió lúgubremente Morticia- pues ten cuidado pequeña, el CD la tiene como un caballo, -y rió con ganas- pero se prodiga poco, -y le lanzó un beso con la mano a Maxer.

– ¿Algo nuevo?, Mor, -preguntó Maxer.

-Lo de siempre, aunque el gallinero anda revuelto con los crímenes de los despellejados.

-Tenme al día, -le pidió Maxer- sabes que te doy, me das.

-Sí, cariño, lo sé, pero a mí me gustaría que me dieras algo más.

Maxer sonrió, quizás algún día le diera un repaso, pero no era el momento, además no era ciudadana, cometería una falta grave si llegaba a algo íntimo con ella, y él sabía que con eso no se jugaba, no se perdonaba.

Un tipo desde la entrada interior del local hizo una señal a Maxer. Este se acercó a la puerta seguido de Lur, al pasar por la misma allí estaba Bauer, cogido como una mosca por la araña, pegado contra la pared, Maxer le hizo seña al guardaespaldas de Mor de que se marchara.

Bauer aprovechó para separarse de la pared y sonreír, solo le duró un instante, Maxer lo estrelló de nuevo contra la pared, sacó la pistola y se la puso en la cara, la sonrisa de Bauer desapareció como por encantamiento.

-Para mí no vales nada, -afirmó Maxer- te vuelo los sesos, y no tengo ni que rellenar un informe, una basura menos, incluso me lo agradecerían, -apretó la pistola contra la cara del individuo.

-Maxer, ¿qué te he hecho? sabes que tú eres el número uno, mi número uno.

– ¿Por eso me mandas a que me mate una bomba?

-Te lo juro por mis muertos, no sabía nada, fue la Rata el que me lo contó, yo solo tenía las orejas abiertas para darte información, era buena, yo no sabía que era una trampa.

Maxer lo soltó.

– ¿Dónde está la Rata, quien es realmente?

-Es Frane, -aseguró Bauer- un tirado, pero que le gusta fardar de pistola, se junta con gente chunga, normalmente cobra las deudas de Car, el chino.

– ¿Car cien por cien? -preguntó Maxer.

-Sí, ese, un auténtico hijo de puta.

– ¿Dónde puedo encontrarlo?, – Maxer aún no había guardado la pistola.

-En la trastienda del restaurante de comida china de la Veinticinco, entra por el callejón, aunque sé que hay cámara, y no podrás verla.

– Tú, ¿cómo lo sabes?

-He ido alguna vez a ponerme algo en el sitio ese, es tranquilo, y siempre me han echado.

-Lárgate -le ordenó Maxer dándole una patada a Bauer.

-Mi pasta, -pidió el tipejo mientras caía.

Maxer sacó un billete de cincuenta créditos.

-Un adelanto por la siguiente, porque por ésta, me debes media vida, lárgate de una vez.

– ¿Y ahora ¿, CD, preguntó Lur.

-Ahora, esperemos que haya aparcamiento cerca de Cien por Cien, en otro caso, vamos a pasar frío.

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