Pablo y Rosa. La Profecía. Capítulo V

Capítulo V

Inesperado

Rosa se arregló, para ella apenas, un antiguo trajecito negro y una trenza, su cadenita con la cruz de oro, la que le regaló su madre, por lo demás, ni pintura siquiera, y pensó, “¿para qué?”, seguramente vendría algún amigo de su Tío o del Ayo, una tarde aburrida. Ange y ella podían haber salido a dar una vuelta con las amigas, pero eso era lo que había.

Cuando bajó las escaleras casi se cae de la impresión, allí estaba el padre de sus hijos, en su casa, envuelto para regalo. Había que mirarlo dos veces, casi no cogía en la silla, que daba pena del agobio que tenía, lo remiró, una mandíbula casi cuadrada, pero sin hacerlo basto, un pelo corto que resaltaba sus facciones, unos ojos verdes de película, de galán de cine americano, y el cuerpo de Tarzán.

             El codazo que le dio Ange casi le rompe una costilla.

– Tu pollo está aquí, -Ange la miró con socarronería, arrugando los labios.

– Vete a la mierda, -le contestó Rosita sin mover los labios, ellas siempre con una educación exquisita, o quizás escasita.

             Cuando se levantó para presentarlas lo pudo ver mejor, una camisa entallada, no de confección, sino del pecho musculoso que se marcaba en la camisa, unos ojos verdes de caerse de espaldas, la sonrisa de un querubín y un pelo rubio…. para comérselo, y ella que no le llegaba ni al cuello, pero eso le daba igual, “ese es pa mi”, pensó en su inocencia, pero con la convicción de que seguro que lo conseguiría.

             Pensó que, si no bebía, mejor, ¿que no fumaba tampoco?, más mejor, vicio ninguno, ella tenía que ser su vicio, ¿qué quiere naranja? todas las de Valencia le traía, Mirinda, Fanta, aunque haya que pintarlas.

             “Y que si se entera de sí tiene novia”, se fijó en su mente, aunque el Ayo no la dejara salir nunca más, que, si se enteraba, que se enteró, y que si se tenía que enterar de que no era una niña y no tenía novio, pues eso, lo mismo.

             Rosa lo mira con cara de “que tonto es”, pues no va y asegura que no las salvó, será payo.

             A ella se lo va a decir, que no se fijó, seguro.

             Lo llenó de comida, con la certeza de que a ella no se le moría de hambre, ¡que no ha “matao” gente la educación!, pensó, “cuchará viene cuchará va”, que hay que mantener ese cuerpo.

Pablo contempló como bajaban por una escalera que comunicaba al patio, encalada y blanca, pasaban en ese momento un arco grande de ladrillos naranja; la morena lucía guapísima, con un traje crudo, mostrando la figura de toda una mujer, pecho proporcionado y caderas amplias, pero sin exagerar, un bello óvalo de cara, unos atrayentes ojos destacados con un rabillo exagerado y del color de los de su abuelo.

Pero la otra, lo supiera o no, todo lo atrapaba, todo lo absorbía, su perfección, su sobriedad, sin ningún tipo de pintura, era lo más bonito que nunca se hubiera imaginado; sobre unos exagerados tacones, un traje negro, que embutía un tipo digno de las mejores pasarelas, un trenza rubia engarzada en una cola romana que le caía sobre el hombro, resaltándose sobre el negro del traje, un talle de avispa, una boca perfecta, una sonrisa mágica, y unos ojos azules, que parecían resplandecer a la luz del atardecer.

             Se quedó embobado, casi se le cortó la respiración, no entendía el poder de aquella muchacha; cuando la veía, todo lo demás desaparecía, su corazón latía más que cuando corría, y le parecía que los colores subían a su cara, diciéndole a todos lo que sentía. Quería salir del embrujo, pero, a la vez, desesperadamente, deseaba poder seguir mirándola más tiempo.

             Se acercaron y Pablo seguía embrujado, sintiendo el dolor en el corazón de algo maravilloso que no se puede tener, de lo prohibido y anhelado.

– Estas son mis nietas, las niñas de mis ojos, la alegría de mi vida. Esta es Angelita, -señaló Tomás mirándola con satisfacción.

– Ange, Ayo, -una preciosa sonrisa.

– Encantado, -y Pablo no mentía.

– Esta es Rosita, -le señaló a lo más bonito que podía existir en la tierra.

– Rosa, Ayo, -le corrigió Rosa luciendo la más encantadora de las sonrisas.

– Encantado, -respondió, pero estaba, no encantado, más bien embelesado, un gran imbécil. Ya sabía que la diosa se llamaba Rosa. Su hechicera Rosa.

– Sentémonos, -le indicó Tomás.

– ¿Que le gustaría tomar?, ¿Usted bebe?, -preguntó Ester acercándose a él.

– Agua, gracias.

– ¿No le apetece un vinito?, -insistió la mujer.

– No bebo alcohol, gracias, -le respondió Pablo, sin quererla ofender.

– Eso lo cura el tiempo, ¿una coca cola?, -preguntó Ricardo.

– Algo de naranja, si no es molestia, -se dejó convencer.

– Rosita, tráele al señor algo de naranja.

– Si, Ayo.

             Fue hacia una puerta que imaginó que era la de la cocina, y su figura se dibujó en el contraste de la luz.

             Recortada entre las flores, estas parecían avergonzarse ante su belleza, asemejaba un cuadro de algún pintor de luces y colores, pero él sabía que ninguna mano podría dibujar esa magia, y volvió a sentir como su corazón latía con más fuerza. La figura de una diosa.

– Entonces, ¿de dónde es usted?, -le preguntó Ricardo.

– Del Norte, de Santander.

– Mucho frio, -comentó Ricardo inclinando la cabeza.

– Es donde lo fabrican, -le contestó Pablo sonriendo.

– Tiene gracia, Don Pablo, -respondió Ricardo, quizás por cortesía.

– Pablo, por favor.

– ¿Y cómo Policía?, ¿de familia? – Le volvió a preguntar Ricardo.

– No, mi padre es Médico y mi madre Maestra, pero es mi vocación de siempre.

– ¿Y cuántos años tiene?, -preguntó Rosa que se había colocado detrás de él con el refresco de naranja. No podía ver su cara, pero la voz denotaba determinación y picardía a la vez.

– Niña, -la intentó corregir Tomás.

– No pasa nada, soy joven todavía, el mes pasado cumplí veintitrés.

Ella se puso a su lado y le colocó la naranja en la mesa.

– ¿Y ya Inspector?

Volvió a preguntar Rosita, que no se callaba a pesar de las miradas del resto de su familia, salvo Ángela que tenía una sonrisa socarrona.

             Y a él se le caía la baba mirándola. Se le había puesto de frente.

– Si, mi primer destino, aquí, a más de ochocientos kilómetros de mi casa, -se le escapó un suspiro de añoranza.

– La novia no tiene que estar muy contenta, -comentó Rosita inclinando la cabeza.

Si los ojos mataran, la habrían matado cuatro veces, pero a ella parecía importarle muy poco esas miradas.

– No, no tengo, hasta ahora solo estudiar, la Academia, las prácticas, y ahora mi destino, una vida aburrida, -comentó con cara de tedio, y era real.

– ¿Aburrida?, -responde Rosita.

-Pero si lo tiene usted todo, -continuó hablando, después afirmó lo dicho poniendo cara de asombro.

– Rosita, cállate, no agobies al Señor.

Tomás le hizo un gesto de la cara para que se callara.

– Si, Ayo.

Agachó la cabeza, pero dejando ver, a la vez, que no estaba muy convencida.

             Le sirvió el refresco y se sentó con un mohín que a él me pareció encantador, como todo en ella.

– Disculpe usted a mi nieta, es ya una mujer, pero algunas veces se comporta como una chiquilla, -Tomas lo miró buscando comprensión por su parte.

– No se preocupe, son preguntas que yo haría, -le contestó Pablo intentando disculparla.

– Pues yo cumplí diecisiete hace cuatro meses, ya tengo casi dieciocho, no tengo novio, nací aquí, y trabajo con mi familia, ves Ayo, es fácil, -puso una cara de redicha que en otra menos bella hubiera sido hasta feo.

– ¡Rosita…!, -intentó callarla Tomás, cansado del interrogatorio.

– Si, Ayo, me callo, -agachó la cabeza sin estar del todo convencida.

– Mira que es burra, Ayo, -afirmó Angelita que estaba riendo casi a carcajadas.

– Burra tú, que inventaste a los burros, -le contestó a Ange con un mohín de labios.

– Niñas…, -volvió a regañarlas Tomás, cansado de la pelea.

-Y ante una visita.

             Agacharon la cabeza las dos y se callaron.

– Discúlpelas Pablo, son muy jóvenes, -pidió Ricardo.

– No se preocupen, es una bendición oír sonrisas claras después de estar todo el día trabajando en tierra extraña, -Pablo lo comentó, era verdad.

– ¿Tierra extraña?, -Preguntó Tomás, acuérdese de lo que le digo Pablo, esta es ya su tierra, lo veo aquí, cualquier otra tierra si le será extraña, siempre volverá aquí.

Volvió a repetir Tomas aseverando, y con gesto de no tener la más mínima duda.

– Don Tomás, la vida da muchas vueltas.

A Pablo le parecieron cosas de un anciano.

– Si Pápa lo afirma, yo le haría caso, tiene algo que ve en los demás, que nadie es capaz de ver, -afirmó Ricardo, que no hablaba mucho.

             Lo que no sabía es que se acordaría de esta frase toda su vida.

– Déjalo Ricardo, -Tomás movió la cabeza levemente, indicando que lo dejara.

             Una mirada más del anciano.

-El motivo del que le hayamos invitado es agradecerle de corazón todos los que estamos aquí.

Apoyó la mano en su brazo.

-Por el aviso que dio a mis nietas, que además estaban solas, les evitó el susto, se lo agradecemos de todo de corazón.

– No sé de qué me está hablando.

Pablo puso media sonrisa, ambos sabían el porqué del agradecimiento.

Tomás sonrió, afirmando con la misma expresión pícara lo que él tenía en su cara.

– ! Pero si fue usted ¡, a mí se me va a olvidar esa cara, -se encendió Rosita que parecía presta a saltar en defensa de lo que decía.

– Rosita, cállate, -ordenó Tomás, le echó una mirada de esas que matan.

– Pero…, -intentó responder, no daba su brazo a torcer, aunque esta vez con menos ímpetu.

– Que te calles, -le repitió a Rosita, y volviéndose a él, se excusó-, le vuelvo a pedir que disculpe a mi nieta.

– No hay nada que disculpar, -Pablo negó con la cabeza, verla, estuviera enfadada o no, era un placer para sus ojos.

– Cenemos, -pidió Tomás, hizo un ademán señalando los apetitosos platos.

             Delante de ellos, colocados militarmente, se mostraba toda una degustación de platos típicos, salmorejo, rabo de toro, boquerones en vinagre, croquetas, flamenquines, una delicia para los ojos, hambre traía, pero al ver aquello no supo cómo no lee gruñeron las tripas.

             ¡Y él, que no tenía apetito!, y Rosita su ángel, a su lado.

– Pruebe los boquerones, -le pidió como si fuera un niño pequeño.

             Ni se lo planteaba, comía boquerones.

– Están buenos, eh…

Y ella le sonreía, y Pablo asentía, sintiendo que ponía cara de idiota.

             Le acercaba una cuchara llena de salmorejo, y como los niños, se la colocaba en la boca.

– Esto sí que está bueno.

Lo miraba con los ojos muy abiertos, esperando que diera su aprobación.

             Pablo volvía a asentir.

             De vez en cuando el Ayo.

– Rosita, no agobies.

Lo hacía aun sabiendo que ella no iba a parar.

– Sí, Ayo.

Agachaba la cabeza un segundo, e instantes después…

             A los cinco segundos igual, y ella comía al ritmo de Pablo, con la misma cuchara, probaba algo, se relamía, cogía otra palada y se la volvía a colocar en la boca. Incansable, como si él no supiera comer, y Pablo se dejaba hacer, embelesado.

– Prueba esto, que mira que mi tía tiene una mano.

Y se le olvidaba el usted, y le limpiaba la comisura con una servilleta, era una situación cómica, Pablo estaba encantado.

             Cuando terminaron, eran ya las diez de la noche, habló Tomás y mandó.

– Niñas, traednos unos cafés, que tenemos que hablar de cosas de hombres.

Aquello no admitía otro tipo de interpretación.

             Obedientes, todas se levantaron, al poco trajeron una cafetera, y cada uno se sirvió a su gusto.

             Pablo, el café no lo perdonaba.

– El otro asunto por el que quería conversar con usted es otro, ¿no le importa que esté aquí mi hijo Ricardo?

Miró a su hijo, y después a Pablo, pidiendo su aprobación.

– No, en absoluto, -negó moviendo la cabeza.

– Bien, -prosiguió Tomás.

-El asunto es que han detenido a Antonio Calero, ¿es correcto?

Miró a Pablo intentando que lo validara.

– No tengo ningún problema en confirmárselo, pero nada más puedo decirle.

Pablo lo miró a los ojos fijamente, para que supiera que de ese asunto nada más obtendría de él.

– Lo sé, pero he hablado con Fuentes y estoy al corriente de todo lo del Antoñín, eso no es lo que me preocupa.

Cogió el bastón que descansaba a su lado, y colocó la barbilla en la empuñadura.

-Lo que realmente me preocupa es su padre, Antonio Calero, ¿lo conoce?

– No, -le contestó Pablo, se quedó intrigado, ¿que tenía que ver el padre del detenido?

– Bien, -le comentó-, a Antonio padre le tengo aprecio, pero es muy “nervioso”

Movió la mano como si le temblara.

-Ni él ni su hijo van a contarles nada de nada, se comerá el marrón y si tiene que entrar en la trena, entrará, y saldrá sin abrir la boca.

– Es su derecho, -contestó Pablo con seriedad.

– Lo sé, pero no quiero que Antonio padre cometa una tontería.

Movió la cabeza despacio hasta inclinarla.

-Y esto lo pone en el filo de la navaja, y no creo que aguante mucho.

– ¿Sobre qué?

Pablo no comprendía nada.

– Yo me entiendo, perdóneme que sobre esto no le cuente más, lo que quiero que sepa, es que ninguno de mi familia es un chivato.

Puso la mano con la palma hacia él.

-Pero si ustedes quieren hacer una detención, digamos, más arriba, podríamos, quizás, indicarles cómo hacerla.

Movió la cabeza de un lado a otro muy despacio.

– Y en condiciones; todo esto, por supuesto, si ustedes están dispuestos a pasar la mano con Antoñín.

– Tendría que consultarlo, -respondió Pablo, mirándolo de lado.

– Pero más importante aún, no puede parecer que Antoñín o Antonio padre han colaborado.

Movió las manos de un lado a otro.

-Que se pierda la ropa, no lo sé, cualquier cosa que no les haga parecer tontos, pero que no le indique a nadie, ni de afuera ni de adentro, que han colaborado con la policía.

– ¿Cómo?, -volvió a preguntar Pablo mirándolo a los ojos.

– Hay ojos y oídos donde nadie cree que puedan colarse, -inclinó la cabeza, y torció el labio.

– ¿Hay un soplón en comisaria?, -la cara de Pablo cambió por la inesperada noticia.

– Nadie ha dicho eso, pero el que evita la ocasión evita el peligro, -volvió a poner la mano con la palma hacia Pablo.

– Tendría que consultarlo, pero en caso de que aceptáramos, ¿de qué estamos hablando?

             Levantó la barbilla, todo le sonaba extraño.

– Fabricante e Importador, en una caja y con lazo.

Corroboró Tomás, asintió con la cabeza y sonrió.

– Bien, oído. Estaremos en contacto, -asintió Pablo también.

– Y por favor, Pablo, pónganos bien en el informe, pero si puede hablarlo en vez de escribirlo, sería mejor.

Movió la cabeza de un lado a otro, indicándole su preferencia.

             Se despidió, y no volvió a ver a Rosa aquella noche, eso le entristeció, pero el haber estado con ella, dio un poco de paz a su alma.

Recién llegadas al dormitorio, charlan como cotorras, la de siempre, Ange, comenta las jugadas más interesantes.

– Pues sí que está bueno, yo le hacía un favor, -Ange mira a Rosa levantando las cejas, sonríe, sabe que a Rosa le puede.

– Y yo te arranco las tripas a bocados, mío y sólo mío, -Rosa le enseña los dientes, la hubiera mordido.

– ¿Te ha dado fuerte?, -le pregunta Ange con socarronería.

– Fuerte, eso no es “na”, ese es “pa” mí, y tú me conoces, -la miró a los ojos, estaba decidida.

– Sí, hija mía, como se te meta algo en la cabeza, malo, pero como se te meta en el…, apaga y vámonos, -Ange puso su mejor cara de hastío.

             Empezaron a reír como locas.

– Tú lo que estás es muy salía, -Ange le dio un manotazo en toda la entrepierna.

– Pues anda que tú, -le respondió Rosa abalanzándome sobre ella.

– Si, pero yo sólo con él, tú con cualquiera, -le contestó Rosa agarrándola de los brazos.

– Serás guarra, -respondió Ange sin cortarse.

             Y así hasta que se durmieron.

             Y a pesar de la boca que tenían, seguían siendo vírgenes.

El comisario mira el expediente de Pablo, quiere saber quién es, en profundidad el nuevo de la Comisaría.

Ficha Inspector 3707 Maldonado Robles, Pablo Manuel.

Pruebas Físicas. Excelente.

Pruebas Psicológicas. Carácter fuerte, emprendedor, dedicado, obediente, pero no dócil, de profundas convicciones. Valido con aptitudes.

Morfología:

Ojos: Verdes

Altura: 1.94 centímetros.

Peso: 118 Kilos.

Constitución: Atlética

Campeón Esgrima Academia General.

Segundo Dan Taekwondo.

Subcampeón Academia general 100 metros Braza.

Campeón Academia General 100 metros mariposa.

Especializaciones:

– Derecho.

– Informática

– Criminología.

Nota media cursos: 7.34

Puesto Promoción 2017: 3 de 46

No se hace notar mala aptitud en ningún extremo.

Oficial de confianza en curso academia.

Recomendaciones:

Puesto de mando, dirección de grupo, motivación de personal.

Curso Subinspector

-Puesto Promoción 2015: 7 de 126.

Nota Media: 8.10

Practicas: Comisaría de Policía de Ponferrada

Observaciones: Medalla al Mérito Policial Bronce. Expediente 1457/PO

Curso Agente

– Puesto Promoción 2014: 11 de 423

– Nota Media: 8.23

– Practicas: Jefatura Superior de Policía de Galicia

-Observaciones: Apto

             Buen elemento, pensó mientras releía el expediente, llegaría lejos si no metía la pata, sólo esperaba que no se quemara pronto, lo había visto demasiadas veces, pero merecía la pena apostar a este caballo.

– Pase, Maldonado, estaba leyendo su expediente de nuevo, excelente, pero quiero ver como lo mejora, esperamos grandes cosas de usted, -lo miró intentado sacar una opinión más acertada de Maldonado.

– Muchas gracias señor. Lo intentaré, -Maldonado seguía derecho como un palo.

– Eso espero, ¿y el informe?, -le preguntó autoritariamente.

– Si me disculpa, creo que es mejor que se lo dé de viva voz, -no se encogió por el mandato.

– ¿Por qué?, -preguntó el Comisario Jefe algo extrañado-, ¿y el Subinspector?, no me gustan las sorpresas.

– No sabe que estoy aquí, -respondió Pablo sin moverse un ápice.

– ¿A qué viene todo esto?, me está confundiendo y no me gusta, -algo empezó a olerle mal, ¿y si se había equivocado con Maldonado?, lo estaba sacando de sus casillas.

– Es delicado, señor, me gustaría que lo que voy a decirle no se malinterpretara, sólo voy a repetir lo mejor que recuerde las palabras de Valdivia, y quiero que las oiga usted primero de mí, después me ordena lo que debo hacer, y ni una sola pregunta más.

– Continúe, -indicó con la mano.

– Algo gordo está pasando con los Valdivia.

– ¿Cómo qué?, insistió el Comisario Jefe.

-No me gustan tantas vueltas, -continuó hablando.

– No lo sé, pero intentaré explicárselo lo mejor que pueda.

– Hágalo, no se deje nada, -se estaba cansando.

– Ayer, como usted me mandó, fui a casa de Valdivia, me recibió estupendamente, me presentó a toda su familia, cenamos, y después nos quedamos solos su hijo Ricardo, Tomás y yo. Aquí viene lo interesante, sin muchos rodeos me indica que sabe todo lo que pasa con Antonio Calero hijo.

– ¿Hijo?, -sorpresa al canto.

– Sí, es que también tiene algo que ver el padre.

Pablo lo miró, asintiendo.

– Continúe, -al Comisario Jefe le parecía interesante.

– Bien, pues me explica directamente que Céspedes, el abogado, lo tiene al día de todo, y que sabe que ahora Antonio Calero hijo, al tener antecedentes, va a ir a la cárcel de fijo, no sé por qué, el padre de Antonio Calero está descontrolado, no me indican nada más, sólo eso acerca de Antonio Calero padre.

– Es que Antonio Calero padre tiene historia, todo un ejemplar.

El Comisario Jefe mueve la cabeza, ¡vaya si sabía de quien estaba hablando!, pensó.

-Bien, pues me cuenta que, si perdemos las pruebas o cualquier otra cosa que pueda llevar a la liberación de Antonio Calero hijo, que nos sube de nivel, y que nos entrega al fabricante e importador, y repito sus palabras “en caja y con lazo”, con todas las pruebas necesarias para hacer un gran arresto.

– Interesante, -sí que lo era, pensó el Comisario Jefe.

– Aquí viene, lo que yo creo que es más intrigante, que no puede aparecer por ningún lado, que nadie de ellos ha colaborado de ninguna forma.

Maldonado abrió un poco los ojos y movió la cabeza.

– Eso va a ser difícil.

El Comisario Jefe juntó las manos intentando hallar la forma mientras continuaba hablando.

– Pero, lo que me viene a indicar, que no me dice, es que aquí hay alguien que sopla información afuera, vamos, un topo.

Estudiaba la expresión del Jefe.

– ¿Usted lo cree?, -le preguntó el Comisario Jefe con la mirada, lo que afirmaba era serio.

– Yo soy nuevo, no puedo opinar, -Maldonado volvió a la postura de esfinge.

– Bien, Montes es de confianza, de momento, ningún informe, pero si Valdivia lo pide, su motivo tiene, démosle tiempo, ¿en que ha quedado?  

 “Aligere hombre de Dios”, que me va a matar, pensó el Comisario Jefe.

– Espero su decisión, -se echó hacia atrás, todo estaba en sus manos, el Comisario Jefe, suspiró.

– Bien, llámelo y vaya a su casa, busque un motivo, el que sea, que va a comprar ropa o algo similar, pero sólo converse con los dos que ha hablado, el viejo y su hijo.

El Comisario Jefe paró un momento, intentando darle forma.

-Dígales que la cosa tiene sentido, pero que necesitamos más información para poder dar el siguiente paso, que es hablar con el fiscal, el asunto está en manos de la Fiscalía como bien sabe.

             Maldonado asintió con la cabeza.

– Puede retirarse, -el Comisario Jefe miró hacia arriba, le parecía un buen asunto.

– Con su permiso, -Pablo se retiró tieso como un palo.

Pablo salió del despacho de Delgado y buscó a Montes, no taró en encontrarlo sentado en su mesa, absorto en la pantalla del ordenador.

– Montes, ¿puedes venir a mi despacho?

Estaba justo al lado.

             Se levantó y lo siguió, una vez allí, Pablo le comentó la parte que debía contarle de lo que le había relatado al Comisario Jefe Delgado.

             Por supuesto, en ninguno de los casos comentó nada acerca del aviso a las nietas de Valdivia, por eso estaban aún más extrañados de su relación con el viejo.

– ¿Qué te parece?, -le preguntó Pablo, esperando que comentara algo nuevo.

– Interesante, -se quedó un momento pensativo.

-Pero aquí hay algo raro, más bien gordo, esto no va sólo de darnos a un falsificador, aquí hay algo más.

– Yo también lo pienso, sigue con lo de las joyerías, voy a llamar a Valdivia, -Pablo cogió el móvil.

– A sus órdenes, -se levantó y se marchó con desgana, le hubiera gustado quedarse. Salió del despacho de Maldonado.

             Pablo miró el móvil y marcó el teléfono que aparecía en la tarjeta.

             Respondió una voz joven.

– ¿Diga?

– ¿Tomás Valdivia?

– ¿De parte de quién?

– Pablo Maldonado.

– Un momento, -se oyó un ruido, y en un susurro “el poli”

– Pablo, amigo, ¿cómo está?

– Bien, Tomás.

– ¿En qué puedo ayudarle?

– Me gustaría comprar ropa de mi talla, es difícil de encontrar, me han dicho que en su casa podría tener.

– Por supuesto, ¿cuándo le viene bien?, -el viejo lo había pillado a la primera.

– A última hora de la tarde, como ayer.

– Perfecto, -le respondió.

– Una cosa más, Tomás, ¿estará usted allí?, -no confiaba en que lo hubiera captado, por si acaso, lo repitió.

– Sí, me acercaré para estrecharle la mano.

– Bien, gracias.

– A usted, Tomás.

             Tocó la pantalla del móvil para desconectar, y la luz que indicaba que la conversación había sido grabada con éxito y enviada a la central, parpadeó en la esquina superior izquierda.

             Se quedó pensativo, en apenas dos días su vida se había complicado en muchos sentidos, unos más agradables otros menos, y en ese momento sintió inquietud ante la velocidad con la que se sucedían de los acontecimientos; no le gustaban las cosas tan rápidas, prefería controlarlas, y aquí solamente se tenía que dejar llevar por el cúmulo de situaciones, se sentía como una pelota de pingpong, y eso no le gustaba, aunque se sentía seguro de que estaría a la altura…, por la cuenta que me traía.

             Intrigado por esa historia, introdujo su clave en el ordenador y buscó “Tomás Valdivia”. En unos instantes aparecieron varios con el mismo nombre, se fue al que buscaba.

             Apareció la ficha con una foto de un Tomás Valdivia más joven. Obvió la morfología, lo conocía personalmente, avanzó hasta llegar al historial.

             Restó los años, y con la fecha de nacimiento, le salieron sesenta y cuatro. Aparentaba menos el puñetero.

– Viudo de María de los Dolores Tordesillas López.

– Hijos dos, Ricardo y María Dolores (Fallecida).

– Antecedentes: No tiene.

             Buscó “María Dolores Valdivia Tordesillas”

             Apareció la ficha de carnet de una mujer joven de apenas 20 años, morena pero muy guapa con unos ojos verdes parecidos a los de Tomás Valdivia.

– María Dolores Valdivia Tordesillas

– Nacida en Córdoba, el 17 de Febrero de 1982.

– Fallecida causas naturales (parto), 15 agosto 2.000

– Hijos: uno Rosa Lupei Valdivia.

– Antecedentes: No tiene.

             Buscó Rosa Lupei Valdivia.

– Nacida el 14 Agosto de 2.000

Padres: Aurel Lupei y María Dolores Valdivia Tordesillas.

              Buscó Aurel Lupei

             Apareció la foto de un hombre de ojos azules, guapo, pero con las facciones duras y un aspecto carcelario.

– Aurel Lupei

– Nacido en Honedoara (Rumania)

– Estatura: 185 cm

– Ojos: Azules

– Complexión: Atlética.

– Casado con María Dolores Valdivia Tordesillas (Fallecida)

– Hijos: Rosa María Lupei Valdivia.

– Marcas: Tatuaje de lobo en brazo derecho, sin leyenda, tatuaje en brazo izquierdo, corazón con la leyenda Lola/Rosa.

– Estado: En busca y captura. Peligroso.

– Sospechoso. Asalto Joyería Hermanos Mendoza (Madrid), dos heridos. 22/11/1996

– Sospechoso: Muerte violenta de Juan Rastrojo Muñoz y Alberto Rastrojo Muñoz.  10/01/1999

             Seguía una lista interminable de delitos, pero aquellos, por las fechas y los protagonistas se le quedaron en la mente.

             Supo de dónde venían los ojos azules de Rosa. Y su madre muerta en el parto, una triste historia, una vida dura.

             Lo que no entendía ahora, era por qué Tomás quería ayudar a Antonio Calero, otro misterio más.

             Salió del despacho y se sentó al lado de Montes que continuaba con la lista de joyerías.

– Demasiadas, -le contestó Pablo con hastío.

– Sí, ¿cuántas podemos intervenir a la vez?, -le preguntó, no sabía de los medios de los que podía disponer.

– Tenemos dos agentes, Santos, yo mismo y usted, digo tú, -le respondió con cara de resignación.

– ¿Y con eso pretenden que paremos la falsificación?, -se quedó sorprendido.

– Ya sabe el lema de la policía, pocos medios, muchos resultados.

Como todos los agentes, se mostraba desesperanzado.

– ¿Tenemos información más específica de alguna joyería que tengamos la certeza de que mueve ese material? -preguntó intentando buscar más posibilidades de acierto.

– No ha habido tiempo, -abrió las manos expresando su impotencia.

– ¿Al azar?, -preguntó pensando que era más acertar que escoger.

– Sí, -afirmó Montes.

– Planchazo seguro, ¿No tenemos ningún confite?

Le extrañaba que nadie los ayudara.

– No, y no queremos que narcóticos ni criminal metan los hocicos, ellos sí tienen, pero ya sabe, es nuestro problema. Departamento nuevo, viejos problemas, -eso era lo que tenían, expresado claramente.

– Añádale nuevo Inspector, dos subinspectores adscritos a la vez…

Perfecto, era lo de siempre ¡los nuevos!

– Tenemos que ganarlo a pulso, pero…con suerte, aunque, Maldonado, me parece que la gastaste ayer toda.

Eso le decía que cualquier cosa que obtuvieran sería fruto del azar.

– Seguro que sí, -respondió con desgana.

– ¿Ester?, -el viejo Tomás llamó a su nuera.

– Sí, Ayo, dígame.

– Esta tarde la Rosita se queda aquí.

Cara de sorpresa de Ester.

-Ange va a ir sola a comprar, y que Rosita atienda a Pablo cuando venga. Déjalos que hablen a solas.

– Pero Ayo, no lo veo conveniente.

Ester levantó las manos.

-Es una niña, y a solas con un hombre.

– Tú vas a estar ahí.

Tomás la señaló con el dedo.

-Y no le vas a quitar ojo de encima, sin que se den cuenta, pero te lo digo con mi certeza, de que nada malo le deparará a la niña mientras ese hombre este a su lado.

– Ay Ayo que miedo, ¿qué ha visto?, -Ester se puso las manos en la cara.

– He visto a esos dos, felices, es el futuro.

El anciano intentó tranquilizarla.

-Y si te opones al futuro sólo traerás desgracias.

– Ay Ayo, que es mi niña, ¿cómo se la vamos a dejar a un payo?, que la quiero tanto como a mi hija, -Ester empezó a llorar.

– No llores mujer, ¿tú me has visto equivocarme alguna vez?, -le preguntó cogiéndole con su mano la barbilla.

– No, Ayo, -Ester agachó la cara.

– ¿Tú crees que le voy a entregar a nadie la niña de mis ojos, sin que se lo haya merecido mil veces?, -le levantó la cara y la miró a los ojos.

– No, Ayo, -Ester lo miró queriendo leer en los viejos ojos.

– Anda, belleza, tráeme un café al patio, y dile a mi hijo que venga.

Ester no las tenía todas consigo, la mujer le besó la mano.

– Bendito sea, Ayo.

– Bendita seas, Ester, -el viejo Tomás le sonrió.

             Se alejó caminando hacia el patio con paso lento. Durante un momento paró, se sentía aún más viejo, durante un instante elevó los ojos al cielo, y trató de mirar con sus cansados ojos a Dios, pensó “Señor dame vida para que pueda protegerlos de lo que viene”.

             Se sentó, y esperó el café y a su hijo.

– ¿Qué quería usted?, Pápa, -preguntó Ricardo.

– Tengo que hablar contigo, – Tomás lo miró seriamente.

– Dígame usted, -Ricardo podía esperar cualquier cosa, extraños días.

– He estado con Antonio Calero, -Tomás puso cara de preocupación.

– Y ¿qué?, -Ricardo le pidió, moviendo la mano, que le contara.

– Un problema, está como loco.

Tomás movió la cabeza, mostrando su preocupación.

-No solo por lo de Antoñín, ahora con lo del nene, quiere correr más en ese asunto que tantos problemas nos puede traer.

– Está loco, nos va a destruir.

– El sólo ve el dinero, tenemos que cortarlo de raíz, no hay otra posibilidad.

– Pero, ¿con la Policía?

– No con la policía, con Pablo, sinceramente, hijo, hace tres días no sabía cómo parar al Calero sin que reventara todo.

– Pero si es un chaval con placa, muy grande la placa, pero es un imberbe.

– Tiene corazón, la primera vez que lo vi fue como si lo conociera y muy bien, ya sabes que hay cosas que sé y no puedo explicar, un “barrunto”, como decimos, pero sé que podemos confiar en él, Ricardo, yo te pido que confíes en él, ¿lo harás?

– Pápa, usted sabe que lo que me pida, para mí, es sagrado.

– Lo sé hijo mío, y me siento orgulloso de eso.

– Pero ¿y lo de la Rosita?, -Ricardo seguía sin estar convencido.

– A ti no tengo que explicarte nada, es como tu hija, ¿no?

– Sí, Pápa, -Ricardo agachó la cabeza, asintió.

– Pero no eres su padre, ella es de aquí, y a la vez no lo es, se siente nuestra y extraña, su aspecto no es el nuestro, tú sabes que tiene muchos pretendientes.

– Y no dan más por culo porque nos conocen, -Ricardo pensó en lo dicho por su padre y se sintió mal.

– ¿Sabes hijo mío, como la llaman?

Tomás acerco su cara a la de su hijo.

– No, la llaman de muchas formas, Pápa.

Ricardo sabía algunas.

– La Joya.

Tomás levantó la barbilla.

– Joder, un problema.

– Nieta mía y guapa como una Virgen, con posibles, además de lista y trabajadora. Pero te hago una pregunta, ¿si la damos en casamiento a alguien?, ¿tú crees que será feliz?

             Ricardo agachó la cabeza pensativo, al momento la levantó.

– No Pápa, tiene usted razón, y ¿por eso el payo?

A pesar de todo seguía sin verlo.

– No hijo mío, no es el payo, cuando vi juntos a los dos, lo sentí natural, como cuando ves que algo se completa, que no comprendes como han podido estar separados, pues eso supe en ese momento, y te lo digo hijo mío, que sentí como si una tarea estuviera hecha, y por unos instantes me pareció que me pesaban menos los hombros, sabía que Rosita nunca estaría sola e indefensa.

– Sí, Pápa, -Ricardo no lo veía, pero si su Padre lo decía era santa palabra.

– Vamos a tomar el café que se enfría y así no me gusta.

– Sí, Pápa.

Nada más quedaba por decir.

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