5. Pablo y Rosa. La Profecía

Pablo, sin saber por qué, se alejó de su objetivo y se acercó al puesto de las chicas, las que le daban pena. Sin saber que le impulsó a hacerlo.

             Entró por la parte trasera del puesto, pasando entre la parafernalia de hierros y unos mostradores de madera. Se acercó a una de ellas, a la rubia de los ojos de muñeca de porcelana, y cogiéndola del brazo, hizo que lo mirara.

Durante apenas un segundo se quedó estupefacto, a unos metros de distancia era bella, pero de cerca se dio cuenta de que era la perfección de mujer hecha carne, la niña más bonita que había visto en su vida, ¡esos ojos azules!, Dios, pensó, y le volvieron a quitar el aliento, se quedó impresionado.

– Largaros de aquí ahora mismo, -puso cara de tipo duro.

-Rapidito.

– ¿Que chamullas?, payo, que me sueltes.

Ojos Azules puso cara de gata enfadada al responderle, mostrando un semblante más adorable si podía ser, una belleza que no parecía de este mundo, sintió un nudo en el estómago.

– Payo y Policía, -volvió a repetirle empinándose para parecer aún más grande,

-Largo.

Volvió a ser el policía. Ya estaba cada cosa en su sitio.

El muchacho gitano los miró con unos ojos que parecían platos, y apenas si logró articular un «yo…»

             Santos ya cubría la puerta de la furgoneta, y Montes apartando a la gente que estaba moviéndose cerca del puesto. Se acercó al muchacho.

– ¡Documentación!, -le ordenó Pablo con la voz más grave que tenía.

             El muchacho titubeó.

– Dame la documentación, pero despacio, -exigió moviendo los dedos, pidiendo rapidez.

             El chico sacó una ajada cartera, y abriéndola cogió un DNI.

             Se lo entregó.

– Antonio Calero, -se paró a leer el nombre unos instantes, después lo miró durante unos instantes.

– ¿Este eres tú?, -preguntó.

– Sí, señor Policía.

La cara del muchacho estaba descompuesta, quizás no fuera la primera vez, pero era joven, demasiado joven.

– De acuerdo, -Pablo le señaló un punto concreto-, ponte en esa esquina y no te muevas, -miró a Santos-, dime que hay en las cajas.

Pablo se las indicó con el dedo.

– ¿Y tú que tienes, Montes?, -Pablo se volvió hacia él-, no dejes que la gente se arremoline.

Apenas llevaban cinco minutos esperando, cuando se montó un follón de narices, a Antoñín de los Caleros, lo habían «ligao» y de gordo, en ese momento se imaginó Rosa a su futuro marido leyéndole la cartilla chunga al Antoñín.

             Llegó la furgoneta con su tío Ricardo, se bajó rápido, miró el percal y oliéndose algo preguntó.

– ¿Cómo habéis desmontado tan rápido?, -preguntó mirándolas con sorpresa.

– Pápa que nos ha “avisao” un madero.

Ange miró a su padre con cara de angustia.

– ¿Un madero?, -Ricardo puso de cara de no creérselo.

– Uno “mu” grande, Pápa.

Ange movía la cabeza de arriba a abajo rápidamente, aseverándolo.

– Vámonos, -Ricardo movió la mano para que aligeraran-, ya recogeré el otro coche.

– Y tú, ¿cómo lo sabías? -su tío se volvió hacia Rosa, ¿Por qué el madero os ha avisado?

– Tito, que ya estaba mosquea, -Rosa puso cara de penita abriendo los brazos-, ¿tres tíos dando vueltas sin comprar nada?

– Desde luego eres un bicho, -le respondió su tío.

Ricardo miró a Ange y la señaló con ambas manos.

– Angelita, a ver si aprendes de tu prima que es una vieja “achicá”

– ¡Pápa!, -Ange agachó la cabeza enfadada y triste de que su padre la menospreciara.

– Vámonos, -Ricardo movió el brazo con rapidez, señalando la furgoneta.

Aquí está el libro.

2,99 y un Autor feliz

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