
Y subió a echar la llave al cuarto de las niñas.
Se tumbó al suelo y allí durmió, trabando con su cuerpo la salida del dormitorio.
Con toda la calma del mundo cogió el móvil de Ange, comprobó que no estaba protegido, y se bajó un programa troyano, lo instaló, y le introdujo el número de su teléfono, comprobó que quedaba invisible. Tomó su móvil, puso el suyo en su programa de rastreo, e inmediatamente parpadeó una luz roja que indicaba la posición del teléfono que había pinchado, salía al lado de la de su posicionamiento. Funcionaba. Por si acaso.
Volvió a colocar el teléfono de Ange en su mochila. Se dejó caer de nuevo en el sofá y se quedó frito.
Capítulo XI
La Trampa
La de San Quintín, la que se había liado, con lo bien que empezó todo, pensó Rosa, que si lo de los niños, las miradas, y llega el gilipollas del Yayi…, lo hubiera matado ella, pero Pablo, ¡cómo lo manejó!, como un muñeco, y menos mal que llegó tío Ricardo, sino se hubiera liado aún más parda. Temió la salida del Yayi, con la mala folla que tenía él y su familia.
Y después, la imbécil de Ange intentando escaparse. Ya cuando volvieron, empezó a meterse de gordo con Pablo, y ahí la paró, ¡hasta ahí podíamos llegar¡, el pobre Pablo, que lo único que ha hecho desde que estaba allí eran cosas buenas. Se mosqueó, pues que se mosquee, pero de Pablo solo podía hablar mal ella y no lo hacía.
Lo que faltaba para el remate del tomate, la escapada, ¿en qué cabeza cabe?, ¿qué esperaba?, ¿que el Yayi se casara con ella?, desvirgada y averigua donde acabaría, con el rabo entre las piernas volviendo, pidiendo perdón con la vergüenza, o perdía, o de p… en cualquier agujero, porque la familia del Yayi sabía que son unos auténticos hijos de p….
Menos mal que su Pablo estaba al quite, ¡que listo es cuando quiere!, la cazó como un conejo, ¿y lo del móvil?, así se explicaba ahora como se conectaba con el Yayi, a ella se la pegó bien pegá, pero a su Pablo, no, ni muchísimo menos, es que es listo, y guapo… y se lo comía, pero cuando se casaran, ni un momento antes. Ella lo sabía y creyó que el también, no lo creía, lo afirmaba con la seguridad de haberle mirado a esos ojos verdes y no ver nada más que amor.
Ahí estaba la susodicha, roncando, hartita de dormir después de haber llorado más que María Magdalena, y ella allí estaba, velándola, que se desveló, y con la preocupación no se puede dormir.
– Hija de la gran p….
Jueves, y ya apalabrado, y si eso es en una semana, en un mes…, sonrió Pablo, no sabía cuánto era en serio, cuanto era broma, pero cómo Rosa quisiera, él querría, no sabía lo que le pasaba, pero estaba coladísimo, había tenido tonterías con nenas, como cualquiera, pero esto era totalmente diferente, era algo físico, se quedaba sin respiración, le dolía el estómago, sólo pensaba en ella, era como si se hubiera enganchado a una droga, no podía estar lejos de ella, su cabeza lo intenta poner todo en su sitio, pero el corazón no la dejaba, y ganaba el corazón por goleada. ¿Qué podía a hacer?, “lo que sea, será”, pensó, pero creía que sería lo que él quisiera y él, la quería a ella.
El día de hoy estaba siendo un poco espeso, apenas dos palabras con Rosa, y si las miradas mataran, estaría muerto mil veces, Ange estaba fina, pero fina, seguro que no le ladra, porque la prima le habrá leído la cartilla, si no, conocería ya, todo el espeso vocabulario de Ange.
Llamada.
– Buenos días, Señor.
– Ayer no nos contactó.
Al Comisario se le oía enfadado.
– No me fue posible, era el día libre de la familia Valdivia.
Que fue como para tranquilizarse, no mentía.
– Ya hablaremos de eso, ¿o cree que somos idiotas?
– No, señor.
Supuso que lo habían pillado, no esperaba menos.
– ¿Algún problema?
– No, señor.
– ¿Alguna novedad?
Vuelve a insistir, si no lo saben…
– No, señor.
– Bien, manténganos informados, le paso con Montes.
– Hola, Boss.
Oye su voz con algo de guasa.
– Hola, Montes, dime.
– La documentación está lista, junto con algunos datos de interés, y un móvil.
– De acuerdo, ¿cómo me lo entrega?
– Intente salir, tuerza a la derecha y siga todo recto, verá en una esquina un estanco, enfrente, justo a la derecha, al lado de la señal de stop, hay un bareto pequeño, los Infantes, entre y pregunte por Paquito Flores, siga al dueño, y me encontrará.
– ¿Le parece bien sobre las nueve, nueve y media?
Pregunta Montes, solo un escueto “si”
– Allí le espero.
Responde Montes, finalizando la comunicación.
Cuelga, el día continuo plácidamente, si quitaba las voces de las primas, el público, el movimiento de cajas y el sudor, que le hacían oler como un animalito del campo. Lo de siempre. Algo bueno, Rosita pasaba, lo miraba y sonreía, de vez en cuando le ponía los labios en forma de beso, y ella sonreía más, haciendo lo mismo.
De vez en cuando pasaba algún conocido de las primas y decía lo de «que buena pareja», «que seáis felices», y cosas similares, Rosita tenía unas palabras para todos, el parecía el Papa, un saludo, un estrechar manos, y pare usted de contar.
Aquel día el moreno daba de lo lindo, cuando comió, se bebió un litro de gazpacho casi de un tirón.
Todos lo miraron extrañados.
– ¿Qué?
Preguntó Pablo que no sabía el por qué.
– Madre del amor hermoso, antes le compro un traje con charreteras que tenerlo otra vez en casa.
Afirmó Ester. Fue la tónica general, salvo Ange que le echaba miradas venenosas.