3. Pablo y Rosa. La Profecía

Se sobresalta, Montes lo ha cogido del brazo, no ha notado como se acercaba, “esto no es propio de un buen policía”, pensó.

-Inspector, hay material en la otra esquina, olvide usted el puesto este, que podemos hacer una buena detención en el otro lado.

– Vamos, -Pablo salió de la abstracción, volvía a ser el Policía entrenado.

– Dime, ¿hay mucho?, -Pablo continuó hablando mientras estudiaba a Montes, interrogándolo con la mirada.

-Un buen lote, -Montes sonrió con satisfacción.

– Bien, – asintió con la cabeza.

Se acercaron como si fueran a comprar algo, apartando gente que lo manoseaba todo, que los miraban con caras asesinas, pero eso era así allí, orden ninguno, “incivilizados” pensó, y como si fuera uno más de la turba gritó alto, tan alto, como para que pudieran escucharlo en el bullicio del mercadillo.

– ¿Cuánto por el Gant?, -preguntó al muchacho del puestecillo, haciéndose el interesado.

– Once euros, y es lo mejor que hay aquí, ropa «güena«, «güena», -le contestó un gitano menudo, bien vestido, moreno y de nariz ganchuda, poniendo la mejor de sus sonrisas.

– Gracias, -le respondió Pablo, y pasó de largo como si no le interesara.

Se vuelve a Montes y ordena.

– Llama a Santos, vamos a proceder.

– ¿Nos esperamos un momento?, -le respondió Montes con cara de asombro.

– ¿Para qué?, has visto la furgoneta, hay un montón de cajas, ¿no?, -la cara de Pablo no dejaba ninguna duda.

– Sí, Inspector, -Montes abrió los brazos, como preguntando.

– Pero, podemos esperar a ver si traen más.

– La avaricia rompe el saco, llama a Santos y vamos al lío, -le contestó.

La conversación se terminaba, que para algo era el que mandaba… por primera vez.

             Montes se alejó en dirección a Santos.

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