El Río

El río, el río, siempre el río, ahora con su lento fluir, casi de cansado, viejo, y con el atardecer la lejanía del pasado conocido, del devenir incierto.

Rio, río, siempre rio, fluir de lágrimas y de quejíos, río, río, siempre río.

Murmullo muerto de calmadas aguas, lamentos de almas vividas, rio, rio, siempre rio.

El sol cansado de agostar la tierra, se deja caer rendido sobre el rio, y allí pierde su color, su calor, en el rio, dentro del rio.

Y el murmullo de la brisa, flota sobre la silente corriente, intentado levantar una ola, un sentimiento, un rizo, pero no quiere el rio, triste rio.

Y los árboles que riega con desgana lo miran, y ven como se pierde el agua en la lontananza, el agua del rio.

¿Vas camino de Sevilla, rio?, pues llévate tu agua, que aquí de poco ha servío, muerto rio.

Y las piedras viejas, que han visto de todas las crecidas, de las menguadas, lo miran, si, miran al rio, como si superan que viene, que ya se ha ido.

Viene la luna, la amante perdida, la que se lleva las lágrimas, la que olvida el pesar y mira al rio.

Y el rio, como si quisiera tocarla, refleja en sus aguas el blanco desvaído de la amante secreta, del secreto sabido, y riela el rio, maldito rio.

Y en la balaustrada de un puente olvidado, de piedras muertas en el olvido, una cara mira al rio, a lo que queda de corriente, y le pregunta… ¿y quién sabe que le ha pedido?

Y sentado en la Albolafia, donde ya no moja el rio, y la orilla se deja tocar, condenado al eterno desconsuelo, mi alma llora, sueña, sufre, maldito, maldito rio.

Maldito verde, maldita maravilla que te ofreces como alcahueta esquiva cuando mi alma llora, maldita seas, malditas tus flores, maldito tú, rio.