Desde La Atalaya

Llega el verano, con el calor, la amenaza.

Todo se pudre.

Tengo miedo a morir en verano.

El frio, conserva, mata, pero no huele lo muerto.

El calor, no perdona, todo huele a podredumbre, a quemadura y muerte.

Perros atropellados en la carretera, huidas en caravana.

El sol se ceba.

Como focas, varadas en la arena, se queman cuerpos frágiles.

Esculturas inanes, temporales y quebradizas.

Cuerpos acabados, rufianes de grasa, de piel arrugada y contrita.

Miles.

Como si no fueran nada, asomados a la plata, como si fuera la fuente que todo lo cura.

Y piensan, no estamos hechos para pensar.

Hasta el más lerdo se da cuenta, del camino, del final.

Y el miedo vuelve.

El más fuerte, se da cuenta de su mortalidad.

El débil lo sabía ya, pero ahora le atenaza como si no quisiera dejarlo escapar.

Orgias de sexo, alcohol y tocino, como si la realidad no nos volviera a atrapar cuando volvamos… ¿a qué lugar?

Cada uno a su nicho, a su soledad.

Noches estrelladas, felicidad, ¿de qué te ríes imbécil?, ¿crees que vas a escapar?

Mañana, quizás no mañana, pero pronto, volverás, te atrapará la rutina.

Pobre hormiga, muerta laborando para una reina a la que nada le importa.

Fuego fatuo, cuando desaparezcas, nada de ti quedara, desaparecerás, solo eso, nada más.