La Leyenda de las Jinetas Negras

La época más gloriosa del Califato cordobés, el personaje de Almanzor, la Ciudad Brillante (Madinat Zahara), personajes conocidos en nuestra historia común, al lado de estos, el desconocido creador de las Jinetas Cordobesas, las célebres espadas, de las que nacerían tiempo después las espadas cristianas.

Todo ello en un ambiente de Aceifas (razias), sobre los reinos cristianos, cuando Córdoba, Al Ándalus, dominaba el mundo, y era el faro más potente de Occidente.

Conoce a Abdel el joven armero, el porqué de sus aventuras, como se desarrollan y como concluyen. Sheiks(sabios), Adalides, Alfaquíes, Visires, Cadis, personajes que rigieron los destinos de un Occidente bajo el dominio musulmán.

Sumérgete en un mundo olvidado, del que solo nos quedan referencias de su enorme esplendor, el de un reino que no existe, pero que dejó su huella a través de los siglos.

Cabalga a lomos de los caballos que hicieron historia, en uno de los ejércitos ecuestres más poderosos, y camina por la ciudad de las mil mezquitas.

Aquí tenéis un par de capítulos para hacer boca, si os gustan, al final, Amazon, que todo lo puede.

LA LEYENDA DE LAS JINETAS NEGRAS

Pedro Casiano González Cuevas 2.018

Capítulo I

Tras el calor de un día de verano

Cuando atardece, en la hora que se confunde el día y la noche, cuentan, saben, que la brisa del rio, habla, susurra historias que puedes escuchar si te acercas lo suficiente a las viejas piedras de la Mezquita.

Incrédulo, una tarde de verano, en solitaria vigilia, buscando el fresco en las estrechas callejas, oí como me llamaban, y sin pensarlo siquiera, como si fuera simple y corto de mollera, pegué mi oído a las piedras de la fuente, y sin quererlo, sin creerlo, me hablaron, me comentaron, me contaron esta historia.

Esta es la historia de Al-Quibir, (el grande), que a su vez era un mote, pues su nombre real era el de Abdel Jabbar (Sirviente del poderoso), pero desde pequeño había crecido más y más, y ya con diez años, aparentaba tener quince.

Su padre era un herrero forjador de espadas, pero sobre todo, de utensilios de labranza, que por eso era más conocido; eran muladíes[1]y tenían a su orgullo, el descender de los antiguos visigodos, que nuestros tatarabuelos vencieron tan fácilmente.

Eran los fabulosos tiempos de Al-Mansur[2], cuando en Córdoba se ataba a los perros con seda, y la comida se pudría en la casa del más pobre de tanta como tenía.

Pues bien, a los catorce años, Abdel, era más grande que su padre, que ya de por sí era enorme, y tenía la fuerza de dos caballos, músculos que había afinado en su trabajo diario, pues desde muy pequeño realizaba la labor de cualquier hombre, con solo esos años, ya efectuaba el trabajo de dos.

Su padre, de nombre Ahmed, sólo había tenido un varón, por lo que Quibir se hallaba rodeado de hermanas; este, era un hombre piadoso, qué todos los días rezaba sus oraciones, daba limosna y escuchaba al imán toda la tarde, de hecho, toda la comunidad le respetaba como hombre juicioso, pues, además, todos sus hijos eran de su única esposa, sirviendo las esclavas solo para los trabajos de casa, como tiene que ser.

Pero, todos sabemos que nadie respeta eso.

Pues bien, Quibir, tenía el cuerpo de hombre mayor, pero la cabeza de un chiquillo, además era bastante pillo con las mujeres, su padre lo vigilaba como un halcón, impidiendo que se relacionara con las malas compañías que en el arrabal abundaban.

A pesar de todo ello, la vitalidad de Abdel le hacía meterse en peleas y provocaciones, de las que siempre salía bien parado, no así aquellos con lo que se enfrentaba, de tal manera que no pocas veces los alguaciles aparecían por la casa, trayendo a un Abdel lleno de moretones y con la ropa ajada.

No eran pocas las veces que tenía que ir al Consejo para poner en orden las reclamaciones de daños de los lesionados y llegar a un acuerdo para impedir que la pelea llegara a mayores.

Llegó la cosa a tal punto, que Ahmed padre no sabía qué hacer con su hijo, incluso pensó en alistarlo en una de las milicias que Almanzor llevaba en sus aceifas[3], pero era su único varón, eso se lo impedía, tenía que cuidar de su madre y de sus hermanas.

De tal manera, que harto de devanarse los sesos, fue a ver a uno de los imanes de una Mezquita cercana, que decían que era muy sabio, más que él de la suya, que era persona piadosa, pero de pocas luces.

Este era un hombre mayor con una barba blanca que le llegaba a la cintura, este, le pidió que se sentara sobre una de las alfombras en una de las separaciones de la Mezquita.

Ahmed le contó el problema, el Imán escuchó toda su preocupación sin interrumpirlo, cuando hubo terminado, calló, pero tanto tiempo que Ahmed no sabía si estaba ocupado en su asunto o se había quedado dormido.

Cuando empezaba a perder la esperanza, el Imán le habló con una voz suave, bien formada y casi celestial.

-Querido Ahmed, es la voluntad de Ala, el Misericordioso, el Poderoso, que determinados hombres tengan la constitución fuerte, de tal manera que las actividades normales no le son a ellos sino tareas sin consistencia que realizan con facilidad, sin que les cueste el esfuerzo necesario como para que lleguen a la cama con la necesidad de un sueño reparador.

El imán calló un buen rato, Ahmed creía que se había dormido, pero no era así, volvió a hablarle.

-Tu hijo, se aburre con la labor que tiene ahora mismo.

-Pero Imán, -contestó Ahmed-, no para en todo el día, hace la labor de dos hombres, es un trabajador incansable.

-Sí, pero eso no basta, ¿cuál es la labor en la que hay que estar más pendiente, la más dura, la más ingrata, la que exige paciencia, tenacidad y precisión?

-La forja de espadas, Imán.

– ¿Quién la hace ahora?

-Nadie, Imán, yo estoy muy ocupado, además mis espadas no son ninguna maravilla, son normales, y su pago no es suficiente para el trabajo que requiere, por eso trabajamos casi todo para los aperos de labranza, son fáciles y se pagan bien.

– Pero, ¿tú sabes?

-Sí, Imán, mi padre me enseñó, y con el tiempo, lo perfeccioné, pero reconozco que no soy fino en ese trabajo.

-Bien, enséñale la técnica a tu hijo, y que trabaje en ella sin descanso.

– ¿Con eso bastará?, Imán, -preguntó Ahmed esperanzado.

El imán volvió a caer en una ensoñación como las anteriores, Ahmed esperó, esta vez nerviosamente, sabiendo que estaba pensando en la solución de sus problemas, y le dio gracias a Alá, el Misericordioso, el Poderoso por poner en la tierra a personas tan inteligentes e indulgentes como el Imán.

-Y creo que, con tal tarea, no es suficiente, Ahmed, – le habló el Imán sorpresivamente -, tu hijo, a pesar de su edad, tiene el cuerpo de un hombre, además de un hombre fornido, más que tú, siendo tú grande.

-Sí, imán, con su edad me saca dos palmos, y su pecho es mucho más ancho el mío.

-En ese caso, todo irá en consonancia, de tal forma que tendrá las apetencias de los hombres con su fortaleza, ¿tienes esclavas?

-Sí, Imán, pero no hago uso de ellas, solo tengo hijos con mi esposa.

-Lo sé, pero esa no es la pregunta, ¿tienes?

-Sí, imán, cinco mujeres que ayudan en la casa.

– ¿Hay alguna joven y que sea agraciada?

-No, Imán, las compré para trabajar en casa, no buscaba su belleza, sino su fortaleza y fue hace muchos años.

El imán volvió a caer en la ensoñación, pero esta vez fue poco tiempo.

– ¿La más joven que edad tiene?

-Más de treinta, señor, y es fea.

-A diente joven no hay pan duro, convéncela, sin obligarla, a que yazca con tu hijo, de esta forma, se aplacará su genio, eso y el trabajo duro y con responsabilidad, cambiarán a tu hijo.

Ahmed besó la mano del imán; antes de que se marchara, éste le pidió.

-De aquí a un año, vuelve y me informas, quiero saber, sí Ala, el Misericordioso, el Poderoso, ha hablado por mi boca.

Ahmed inclinó la cabeza, y se retiró, el camino hacia su casa era largo, pero le vino escaso con los pensamientos que le había provocado la conversación con el Imán.

Nada más llegar, Zuleima, su esposa, intentó hablar con él, también ella estaba preocupada, pero Ahmed no tenía ganas de comentarlo, sólo le ordenó.

-Tráeme a las muchachas de servicio.

Su mujer le miró extrañado, pero le obedeció, no se podía imaginar otra costumbre en la casa.

Ahmed se sentó en el salón, cerca de la chimenea, ahora apagada, era la primavera, y esperó pacientemente a que aparecieran las mujeres mientras su cabeza no dejaba de dar vueltas como una peonza.

Llegaron al poco, y se colocaron frente a él, su esposa, como correspondía en las decisiones, se colocó a su lado, el derecho, el correcto.

Les dio una mirada, pero por primera vez las vio como mujeres, y no sintió nada, las había escogido por su corpulencia, dos nervudas y tres grandes y macizas, de treinta y tantos hasta los cuarenta; se habían arreglado un poco al saberse llamadas por el señor, pero se notaba por la suciedad de sus vestidos. que habían estado en sus labores hasta ese momento, a pesar de todo, pensó que ninguna era digna del harén del más pobre de los hombres.

-Todas conocéis a Abdel, mi hijo, algunas habéis ayudado en la crianza del mozo, así como en la de sus hermanas, y creo que nunca he abusado de ser vuestro señor, os he cuidado con severidad, pero a la vez no os ha faltado nada.

Todas callaron con la mirada gacha, no sabían si era bueno a malo, pero creían que una reunión así significaba que las cosas en la casa no iban bien y que iban a ser vendidas, todas sintieron un nudo en el estómago; la que menos, llevaba sirviendo más de quince años en la casa, lo único que las sostenía en que eso no fuera así, era que veían que se vendían muchos aperos, señal de que por economía no sería, pero el amo es el amo, era el pensamiento unánime.

-Ahora me toca pediros un favor, muy a mi pesar, pero son cosas que ordena alguien que es más sabio que yo, por el bien de mi hijo.

Calló unos instantes, no sabía cómo decirlo, él no era sino un creyente a quien todo esto le venía largo, muy largo.

-Pues bien, – carraspeó intentando aclarar una garganta a la que no le sucedía nada -, pues, – hizo un silencio -, tenéis que yacer con mi hijo, cuando él o yo os lo pidamos, es por su bien, y sé que le tenéis cariño, solo es por eso, no albergo otra intención, pero si alguna no quiere, lo comprenderé.

Sintiéndose aliviadas al saber que no iban a ser vendidas, todas suspiraron, aquel era un mal menor, lo conocían de pequeño, pero ya era un hombre, además un hombre apuesto, sería un sacrificio, pero mayores habían hecho. Todas callaron por lo que Ahmed padre creyó que todas estaban de acuerdo.

-Tú, – señaló dirigiéndose a Usul, que era fornida como una vaca, aunque la más joven -, esta noche lo esperarás en su cama, aséate y espéralo, haced…, lo que tengáis que hacer, – y miró hacia otro lado, mientras que con la mano las despedía.

Apenas habían salido de la habitación cuando su esposa exclamó.

-Ahmed, ¿te ha poseído un djinn (diablo) del desierto?, ¿cómo va a yacer tu primogénito con una de esas vacas viejas?

-No es mi voluntad, créeme, pero alguien más sabio que yo me lo ha indicado por el bien de nuestro hijo, y por ello, ni yo, ni tú, mujer, podemos oponernos a la sabiduría de un Imán.

Zuleima calló, no podía hacer otra cosa, pero sintió asco al pensar en su hijo yaciendo con las esclavas.

-Ahora dile a Abdel que suba, – le ordenó Ahmed a su esposa.

Volvió a quedarse absorto en sus pensamientos, aquello no le gustaba, pero…

Tan absorto estaba que no se dio cuenta de la presencia de su hijo, que le miraba frente a él sin pronunciar palabra, respetando su pensamiento.

-Querido hijo, – le explicó su padre -, he hablado con una persona a la que tengo un gran respeto, y me ha ordenado una serie de cosas, que tendrías que hacer aun sin comprenderlo.

-Sí padre, – inclinó la cabeza Abdel.

Capítulo II

Decisiones

Ahmed miró a su hijo, que no parecía un niño, sino un hombre, pues ya la barba incluso comenzaba a señalar su cara, lo contempló de nuevo, era como él, blanco de piel, y con los ojos verde oscuro como la oliva, se sintió triste, pues yacer con una mujer de aquellas edades y corpulencias no era precisamente lo que él hubiera querido para su primogénito.

-Bien, la primera noticia, es que te enseñaré a trabajar las espadas, desde hoy mismo, de tal forma que la forja de aperos para ti se ha acabado.

Una sonrisa se esbozó en la cara de Abdel.

-Veo que te gusta, me alegro, pero que sepas que es uno de los trabajos más difíciles de un herrero, de hecho, el que más, pero, confió en ti.

-Gracias padre, – Abdel volvió a inclinar la cabeza.

-La segunda, es más difícil, y será de menos agrado, pero es recomendación del santo hombre, lo que para mí es más que una orden, deberás de yacer con las esclavas.

-Pero padre, – le preguntó Abdel -, son casi como mis madres, me conocen desde que nací.

-Lo sé, por eso sé también, que, aunque te repugne, tendrás que hacerlo, recuerda que yo sólo pienso en tu bien. Esta noche te esperará Usul, haced lo que os plazca, déjate llevar por ella, eres muy joven, mañana, comenzaré a adiestrarte en la fundición de las espadas.

-Se hará tu voluntad, padre, – Abdel agachó la cabeza sin saber que pensar, le daba vueltas.

La fabricación de espadas era algo que deseaba con todas sus ganas, pues ser maestro espadero no era ser un simple herrero de aperos, no era el título, siempre le había gustado la forma, la fortaleza, la belleza de las armas, en cuanto a lo de las mujeres, por un lado, en cierto modo le repugnaba, bien que no sería la primera, ¿pero yacer con gente que lo había visto nacer?, sintió un escalofrío.

Aquella noche cenó frugalmente, mientras el resto de las mujeres de la casa lo miraban con ojos picarones, sonreían cuando él no las veía, pero no les hizo caso, estaba nervioso, lo que buscaba siempre lo lograba, pero solo eso.

Cuando llegó a su habitación, el rollo de dormir estaba preparado, y tapada con una sábana, el gran cuerpo de Usul, que se ocultaba con ella la cara, dejando solo los ojos visibles.

Abdel se desnudó, dejó solo el sayón, que le cubría hasta casi las rodillas, pero, aun así, su juventud demostraba, elevándolo, que, a pesar de todo, no estaba tan asustado o repugnado como parecía.

Se metió dentro de la sábana, apenas si titubeo unos instantes, y la poseyó, vio que a ella también le gustaba, y cuando terminó, ambos jadeaban como perros, la mujer se levantó cumplido su cometido, pero Abdel la cogió del brazo impidiéndoselo, la matrona sonrió y volvió a meterse en la cama, así hasta que amaneció.

Apenas si pudo dormir, pero cuando se levantó, cansado, como un buey en arado, se sintió bien, se aseó, y bajó a desayunar. Comió de todo lo que le pusieron, su apetito, que de por si era grande, ahora era insaciable, dátiles, pan frito rebozado, carne, de todo, incluyendo unos dulces en miel que su madre hacia como nadie.

-Abdel, -le comentó su madre, que, aunque nunca había sido una persona expresiva, aquella mañana, lo era aún menos -, tu padre te espera en el patio de los limoneros, no le hagas esperar.

-No, madre, -contestó Abdel, mientras se levantaba limpiándose la boca con una de las servilletas de la mesa.

Abdul corrió por los estrechos pasillos de la casa, estaba deseoso de empezar con la espada, pasó como una centella el patio principal, la parte de atrás de la herrería, y llegó al patio de los limoneros, donde descansaban y comían los obreros, la mayoría hombres libres, que dormían cerca del patio también.

Cuando llegó, vio a su padre, que sentado en el suelo, tenía los ojos cerrados, como si estuviera rezando, no hizo ruido y se colocó a su lado.

-Buenos días, Abdel, – le saludó sin abrir los ojos.

-Buenos días, padre.

-Bien, comencemos, – exclamó levantándose, después se quitó la parte de arriba del sayón que llevaba, quedando solo en pantalones, Abdel se sorprendió al ver la cantidad de cicatrices y raspones que adornaban el pecho de su padre.

– ¿Qué miras?, hijo.

-Las cicatrices.

-No son cicatrices, son recuerdos, para que no se me olvide que debo de seguir el camino de Alá, el Misericordioso, el Poderoso, pero de eso hablaremos otro día, hoy es un día especial, vas a empezar el camino de la espada.

Su padre levantó un gran trapo, y sacó de ella una espada fea como el diablo, de cuerpo negro y empuñadura apenas liada en trapo, parecía el arma de un pobre. Abdel se desilusionó.

Su padre sonrió.

-Estas espadas las hice yo, hace muchos, muchos años, son espadas para entrenar, no tienen filo, pero si das con fuerza puedes reventarle la cabeza a cualquiera.

La blandió en el aire como si no pesara.

La cogió con las dos manos y la puso delante de Abdel.

-Es una garra curva de león, una shamsir, aquí la llamamos cimitarra, cógela.

Abdel la cogió y sintió su peso, era como si estuviera viva.

-Mira cómo se dobla en la punta; a diferencia de las cristianas, no es recta, está hecha para que no se quede clavada, sino para que raje, ¿por qué?, porque normalmente las usamos a caballo, si se clava cuando estás montando, te quedas desarmado, la cimitarra con la curva lo impide, ¿lo entiendes?

Abdel la blandió, su padre sonrió. Le señaló un tronco que descansaba sobre unos apoyos de madera, tendría unos diez centímetros de diámetro, pero seco como el ojo de un tuerto.

-Golpéalo con todas tus fuerzas, a ver si eres capaz de partirlo.

Abdel le dio un golpe con todas sus fuerzas, el tronco se partió, pero uno de los extremos salió disparado dándole un buen golpe en la cabeza.

-Ves, si no sabes usarla, hasta un tronco es un enemigo respetable, – y su padre sonrió, le apoyó la mano en el hombro.

-No desesperes, todo en esta vida es cuestión de paciencia y esfuerzo.

-Pero, -continuó su padre-, no vamos a fabricar cimitarras, sino la que es un orgullo de los cordobeses, la Jineta, la que llevan los caballeros de nuestros gloriosos ejércitos, la que se lleva a jinete, y que es recta, de la que nacen las cristianas, pero que tiene algunos trucos que mi padre me enseñó, y algunos que yo aprendí.

Cuando llegó la noche, Abdel encontró, no a Usul, sino a otra de las esclavas, una enteca y dura como la piel de camello, una vasca, de mal carácter y fea como un demonio, pero al final, la operación fue la misma, el amanecer le sorprendió.

Al día siguiente, su padre le comentó.

-Vamos a hacer una espada, para ti es la primera, así que no será la mejor, pero siempre ocupará un lugar especial en tus recuerdos.

Fueron a la fragua, en la que sorprendentemente no había nadie a pesar de ser hora de trabajo.

-Lo que te voy a decir, es secreto de los maestros armeros, cofradía a la que pertenezco, así que nada puede salir de tu boca, o en ese caso serás repudiado para siempre, se te castigaría por el simple hecho de fundir un clavo, además te enseñaré mis secretos, que a partir de ahora son los tuyos, los nuestros.

-La mezcla para conseguir el acero, la tienes que hacer siempre tú solo, que te ayuden después, pero la mezcla será tu secreto, un secreto que ha pasado de generación en generación, además de aquellos que yo he aprendido.

-Mira esto, – continuó, y cogió un puñado de algo negro como el alma del diablo -, es carbón, solo una pequeña cantidad, que conseguirá que el material sea duro como pocas cosas en este mundo, – cogió otro puñado de un polvo brillante -, esto es cristal molido, lo añades en la cantidad que te diga, eso hará que las impurezas salgan fuera, pues una hoja con la más mínima de ellas hará que se quiebre como si fuera de yeso, y después el hierro. Haremos una colada para jinetas, para gente grande, no tan grandes como tú, ponte de pie.

-Deja caer los brazos, – le pidió el padre, Abdel así lo hizo. Su padre midió desde su puño hasta el suelo.

-La jineta se usa con una sola mano, así que debe de caer de tu puño al suelo sin rozarlo.

-Casi cuatro palmos, comprobó su padre, (el palmo son 22, 8 centímetros), le añadiremos dos palmos más, ya te explicaré, hemos de hacer la misma longitud, pero de grosor, el doble de altura y la mitad de anchura, nuestros brazos se encargarán de hacer que sean de la anchura adecuada.

Su padre se quedó ensimismado mientras calculaba las proporciones de los distintos ingredientes para realizar la colada, sin saber por qué, Abdel, del montón de negro de carbón, cogió casi la mitad y la guardó en un bolsillo, no sabía por qué, pero le parecía demasiado, siempre se preguntaría que le vino a la cabeza para hacerlo.

Una vez que hubieron cargado la fundición, la taparon con arcilla, y encendieron el carbón debajo de ella, a partir de ahí solo quedaba crear los moldes de fundición para las varillas de acero, y mantener la temperatura del horno, y de eso se encargarían los obreros, así que, durante dos días, casi tres, se dedicó a entrenar con el padre, y a yacer con las criadas, las cuales se turnaban, en lo que ya no parecía tan desagradable para ellas.

Cuando abrieron la colada, los moldes se llenaron del líquido acero, con sibilantes sonidos, los operarios los sacaron y los dejaron enfriar una noche, al día siguiente, su padre le terminó de explicar cómo hacer que aquello se convirtiera en una espada.

-Mira, Abdel, – y cogió cuatro de las varillas que habían salido de la fundición -, ¿ves el color?

Abdel asintió, sin saber que tenía que mirar.

-Es el color, ha salido demasiado clara, – su expresión denotó que no era de su agrado -, pero para lo que vamos a hacer tampoco creo que sea inservible, en todo caso, la usaremos para degollar carneros, – y sonrió -, nada sale bien a la primera. – Y miró a los haces de gavillas de acero, suficientes para hacer más de veinte espadas.

-Bien, he mandado traer agua de la Fuente del Camello, es agria[4], lo que le dará buen temple.

Ahmed cogió las cuatro gavillas que había seleccionado, y las metió en la fragua, mientras que Abdel le daba al enorme soplillo que hizo que el carbón se volviera rojo como el rubí, cuando comprobó que estaban a la temperatura adecuada, le dio martillazos con el enorme mazo de hierro, hasta que se unieron, después las introdujo en el agua del cántaro, lleno de agua de la Fuente del Camello.

-No olvides cambiar el agua cada treinta o cuarenta veces que hayas templado, si no, irán bajando sus propiedades, poco a poco, hasta hacer la espada inservible.

Ahmed calentó cerca de donde había unido las gavillas, después con un guante de piel de camello, doblo una de ellas cruzándola con las demás, seguidamente la martilleó con fuerza, templó y volvió a calentarlas doblándolas unas sobre otras.

-Este es uno de los secretos, es hacer como una trenza de mujer, eso la hará flexible como una caña y dura como el alma de un diablo.

Una vez que había retorcido varias veces, pasó el haz a Abdel, y fue indicándole como doblarlas.

El yunque retumbó ante la fuerza del muchacho, Ahmed sonrió satisfecho de la fortaleza de su vástago, que no solo era fuerte, sino que aprendía sin esfuerzo ninguno.

Día a día siguió forjando espada tras espada, era un trabajo pesado y Abdel estaba delgado, casi no dormía por el ajetreo de sus noches y el esfuerzo diario, pero todos los días no fallaba en su trabajo, hasta su padre se admiraba, pues su deber era estar informado de lo que pasaba en casa, y sabía de las noches ajetreadas que pasaba su primogénito.

A la vez se admiraba de como su hijo había pasado de ser un díscolo muchacho a estar pendiente del trabajo diario, y se sentía satisfecho de haber hecho caso al sabio Imán.


[1] La palabra muladí (pl. muladíes) puede designar a tres grupos sociales presentes en la Península Ibérica durante la Edad Media:

1.-Población de origen hispanorromano y visigodo que adoptó la religión, la lengua y las costumbres del Islam para disfrutar de los mismos derechos que los musulmanes tras la formación de al-Ándalus.

2.- Cristiano que abandonaba el cristianismo, se convertía al Islam y vivía entre musulmanes. Se diferenciaba del mozárabe en que este último conservaba su religión cristiana en áreas de dominio musulmán.

3.-Hijo de un matrimonio mixto cristiano-musulmán y de religión musulmana.

[2] Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, ​ (en en árabe, أبو عامر محمد بن أبي عامر ابن عبد الله المعافري), llamado al-Manṣūr (المنصور), «el Victorioso», más conocido como Almanzor (c. 939-Medinaceli, 9 de agosto de 1002), ​ fue un militar y político andalusí, canciller del Califato de Córdoba y hayib o chambelán del califa Hisham II.

[3] En la península ibérica, las razias musulmanas recibieron el nombre de aceifas, del árabe al-ṣayfa: “Expedición bélica sarracena que se hace en verano”.

El nombre árabe ṣayfa se relaciona etimológicamente con ṣayf (verano) e inicialmente significaba “cosecha”, pero a lo largo del tiempo se utilizó como “expedición militar”, debido a la “cosecha” de bienes en los saqueos, y a que también solía realizarse en periodo estival.

[4] Es un agua con un sabor férrico, que bien fría es refrescante, además, tiene algo de gas.

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Esta es en formato digital, también la tenéis en papel.