De Los Impuestos Y Otros Males Seculares

Cuando hablo de impuestos, recuerdo los dibujos animados en los cuales se veía a un pobre labrador al cual, el Recaudador acompañado de dos esbirros, con coraza, bigote y mal encarados, le quitaban lo poco que tenía para dárselo a un malvado sheriff, alguacil o Delegado del Gobierno del que trataran los citados dibujos, pero, y aquí venía lo que a todos nos encantaba, aparecía un Robin Hood, o cualquier personaje inmune a las injustas leyes, decretos Ley o Reglamentos que asaltaba a los malvados personajes, devolviéndoles el dinero, el cerdo o cualesquiera elemento enajenado a los pobres granjeros.

              Hoy, hemos de reconocerlo, todo ha cambiado radicalmente, el granjero con el cual te identificas, porque al fin del cabo, eres tú, que trabajas y pagas, sabes que al final te van quitar gran parte de tu cosecha, por no decirte toda, pero lo que te molesta realmente es que veas en la cerca de la granja, mientras plantas patatas, gramíneas o cualesquiera de los cultivos en los que es necesario dar el callo, a un tropel de individuos, reconoces a unos marroquíes, uno de ellos está mirando una de las filas que tu aras mientras de tu frente brota el sudor incesantemente.

-Mira Fátima, tú ves, esa línea de patatas, esa va a ser para nosotros, dice mientras se apoya en la cerca que tanto te ha costado construir.

              Unos sirios, mirando varias de las plantas que empiezan a germinar dicen unos a otros.

-Mira, las patatas que saldrán de esos brotes, serán para comer nosotros.

-También hay que guardar para el imán y para construir Mezquitas, el alimento del alma, le replica el marroquí al sirio.

-En el nombre de Ala, le contesta, sabias palabras.

              Tu casi no los escuchas, piensas que es mentira, además estas demasiado ocupado procurando que la filas queden rectas, que no se desvíe mucho tu mula Lucero, que esta vieja y casi en los huesos.

-Mira, dicen unos subsaharianos que se han unido al grupo, de ese animal saldrá buena sopa, no nos faltará de comer gracias al amable granjero.

              Das la vuelta con la pobre Lucera que casi no puede con el alma, un perro flauta se une a la reunión, apoyándose también sobre la cerca, casi para romperse del peso.

-Hola, hermanos, le dice al resto, ved como la clase opresora nos tiene esclavizados, mientras él tiene donde guarecerse y señala a tu casa, que está a punto de caerse por el simple peso de la gravedad, y miran a tu hija, delgada y desnutrida que va echando las semillas en el arado.

-Chica guapa, dice el marroquí, ya puede casarse. Eso decía mientras sus once hijos, gordos y bien cuidados, todos varones, correteaban cerca suya.

              Tu aparentas no oírlo, solo tiene once años. Sigues con el arado intentando hacer líneas rectas, que cada vez son más difíciles, y perdonas al perro flauta, a fin de cuentas, el hijo de tu cuñado, tu sobrino, es uno de ellos.

              El calor aprieta, y todos los que miraban se marchan a comer, a rezarle a su Dios, o a tocar liricas canciones en flautas o similares, pero tú sigues, sabes que habrá cosecha, que reventarás pero al final, cuando saques las matas, la vista de los tubérculos te alegrará el corazón.

              Y sigues, afilas el rejón, buscas cualquier cosa verde para que Lucero aguante unos días más y te sientas a la mesa para ver como un puchero de agua con agua calma tu vacío estómago, pero sigues, cada día es un reto, cada día un esfuerzo supremo, te escondes cuando viene el señor que te vendió el grano, que de vergüenza te mueres, pero no puedes pagarle, lo mismo con el veterinario, con el del abono, con todos, y miras a tu familia, y aun el estómago gritando, le sonríes a tu esposa y a tu famélica hija que te sonríe confiando en ti, y se te viene el mundo encima.

              Pero al día siguiente te levantas, y piensas que tu padre no tenía tierras ni casa, que por muy destrozada que esté, medio embargada y con goteras, es tuya, y continúas con férrea determinación, sin importarte nada.

              Y llega el día en que recoges la cosecha, no has terminado de recoger el último tubérculo, cuando el alguacil con dos agentes ahora de otra forma vestidos, pero con bigote, más músculo, pero mal encarados, te piden que les des la parte que corresponde a las autoridades.

              Tú ya habías hecho el cálculo, apenas la cosecha te sirve para pagar lo que debes y poder comprar semillas, pero ellos te piden casi toda, aun sabiendo que el precio de la patata ha bajado, se basan en cabalísticas fórmulas que tú no logras entender, preguntas y te amenazan con poner toda tu vida patas arriba, con una complementaria, con una inspección salvaje, en definitiva con quitarte todo lo que tienes, lo que tendrás, y lo que pudiera ser que tuvieras; ves cómo se lo llevan todo, como desaparece el fruto de tu esfuerzo, como el dolor de espalda, el hambre, las vicisitudes, se multiplican mientras la carreta a punto de reventar se aleja por el horizonte.

              Te sientas a la puerta de tu casa, y miras en el horizonte como se eleva la Mezquita rápidamente a golpe de subvenciones a fondo perdido, como una terrible melodía emanada de unas manos torpes que tocan una flauta recorre el aire, y hueles la comida que comparten todos lo que se apoyaron en tu cerca, piensas en lo que cuesta, a ti te cuesta, ser políticamente correcto, y miras al horizonte al fin y solo te preguntas.

“¿Dónde coño está Robin Hood?”