Hoy

Por fin, por desgracias, quizás por fortuna, abandono mi casa, mi hogar de tanto años, se aleja lentamente como si fuera una gran nave a la que le cuesta arrancar en el agua.

              Era grande, es grande, con el transcurso del tiempo, en la memoria lo será más, y quedará como un recuerdo.

              Solo un problema, quizás una anotación al margen, no me voy, me tengo que ir con la dignidad del que se entrega cuando está acorralado.

              Por última vez la miro, por última vez la veo como dueño, ya no será mía. La risa de mis seres queridos resonará como un fantasma, apagada por las de los nuevos dueños, y la vida sigue.

              Viejo, maldito viejo, resígnate, no queda nada, lo perdiste todo, hasta la dignidad, tu sustento, tu fortuna, y ahora tu hogar.

              Se acabó, y no es otra vez, es la final, el desagüe de la vida, al que todos, aunque no lo crean o quizás no lo imaginen, estamos abocados.

              Éramos invencibles, caíamos y nos levantábamos, con más fuerza, con el saber adquirido por el dolor del fracaso, y continuábamos… ahora no, el cuerpo no puede, la mente esta pesada, solo piensa en alejarse del dolor, pero por mucho que quieras alejarte, su aliento te sigue como si en ello le fura la vida, si la tuviera.

Lo hiciste todo bien, no fallaste, hiciste lo correcto, y ahora acabado, casi destruido, quitemos el casi, no te dan nada, te dejan en una esquina, como lo que eres para ellos, un perro.

              Malditas hienas, pagando toda una vida, y ahora te agotan con el tiempo, y dejas todo lo que tienes, lo malvendes para poder comer, y ellos solapados en la prepotencia y la majestad del tiempo, esperan solo que desfallezcas para que se lancen sobre ti, pues son tan cobardes, que mientras muevas un solo músculo no se estarán quietas.

              Tu perro que te ha servido como guardián, como cancerbero de tus pobre demonios, ha muerto por tu propia mano, y tu corazón sangra, pero no podías dejar a otro anciano para que lo golpeara un nuevo amo, ojalá alguien hiciera eso por ti. ¿No sirves?, el viejo a la nada y se acabó, si existiera esa ley seria quizás la más justa en esta situación digna de un relato de Orwell.

              Miras a tu compañera, y sonríe, la risa de “quiero ser fuerte por ti”, y sonríes, aunque en el alma se forme un nudo que amenaza con estrangularla, y “no pasa nada”, y vuelves a sonreír, aparentando una fortaleza que hace ya mucho tiempo que desapareció, junto con todo lo demás.

              Ella no sabe que, si no te has ido ya, y sabes cómo hacerlo, es por no dejarla, porque no esté sola en estos momentos de adversidad, en otro caso… se saldrían con la suya, alguien menos a quien pagarle… algún día.

              El fuego de la barbacoa se apagó, no vendrán más, no sonreirás, no como en aquellos tiempos, que fueron caóticos, cuando tenías tanto que no podías disfrutarlo, porque estabas todo el día guerreando, ahora, con el cuerpo muerto… no queda nada.

              Hay que saber retirarse cuando se está ganando, es fácil de decir, pero para alguien de nosotros, de aquellos de carácter, ¿Cuándo es el momento?, y sonríes de nuevo, sabes que seguiste que seguirías, y al final… estarías, de una forma u otra mirando a la que fue tu casa, tu hogar, giras el cuerpo, agarras la mano de tu compañera, que sienta que aun está caliente la tuya, y tomas el camino hacia ningún sitio.