Sobre la Época Hispano Musulmana

Muy Sres. míos, más bien a quien corresponda.

              Harto he, de que los eruditos y sabedores del conocimiento de nuestra amada ciudad, menosprecien el legado hispano árabe de esta, la Córdoba de todos.

              Loados son aquellos que hablan del latín y del mármol de lo que, a fin de cuentas, era solo una colonia romana, colonia, próspera y fecunda, pero, a fin de cuentas, perro con amo.

              En mi ánimo no está menospreciar nada que ennoblezca el blasón de nuestra villa, pero voto a todo, ¿Por qué aquellos que estudian el período en el que fue casi capital del mundo, donde solo Constantinopolis, podía hacerle sombra, son siempre segundones?

              ¿Por qué aquellos que, orgullosos de nuestro pasado como capital de un imperio, somos, son, pues yo apenas si empiezo, tratados como de corto entendimiento y relegados a esa segunda categoría?

              Qué es, ¿que el mármol romano relucía más que el que adornaba la Ciudad Brillante?

              Por cotidiano, lo hispano árabe es relegado, por cantidad, por calidad, por repetición, y sin embargo la letrina romana más deslucida, ocupa portadas de periódicos.

              Lo romano es más antiguo, por supuesto, pero por suerte, jalona Europa, parte de Asia y de África, con variaciones que no son cambios esenciales en sus propias raíces.

              Sin embargo, aquí, donde se menosprecia, el arte andalusí, nace como propio, distinto de todo lo conocido, aglutinando distintas formas de crear arte, de construir, de crear, pero…

              Y lo más curioso, ¿Dónde existe este tipo de arte?, aquí, respondo, solo aquí, después te alejas unos kilómetros, y todo es distinto, más moderno, cambiado, no menos bello, pero sin el sentir propio de lo creado por una nueva concepción de las cosas.

              Haciendo sangre, ¿Qué harían los sevillanos si tuvieran lo que nosotros?, no respondo la pregunta, que cada uno la conteste en su opinión.

              Y henos aquí, con Itálica al lado, buscando teselas romanas como si fueran el mayor de los tesoros, cuando las piezas únicas, irrepetibles, originarias y originales, yacen a nuestros pies o son corroídas por el tiempo.

              Pidamos que nuestros descendientes no nos maldigan por olvidarnos de un patrimonio, único en el mundo, y que dejamos como escoria, una vez atesorado el de otras épocas, aunque tampoco sea tratado como se merece, seamos sensatos.

              Córdoba es la maldición de los constructores, y el paraíso de los investigadores, de los arqueólogos, de cualquiera que sueñe con redescubrir el pasado, pues los conquistadores, se encargaron de que todo fuera destruido.

              Ninguno tiene sangre de aquellos hispano musulmanes, por nuestras venas corren otras distintas, pues aquel pueblo fue expulsado, cuando no exterminado, pero lo que no nos podremos raer nunca, es el legado del espíritu de la Córdoba capital del mundo, del orgullo, la mayoría de las veces soberbia, de la chulería mal contenida del que se cree superior a los demás, y por supuesto la de aquel que denuesta su tierra, pues sabe que nada, nada, es mejor que aquella que vilipendia.

Muy Sres. míos, más bien a quien corresponda.

              Harto he, de que los eruditos y sabedores del conocimiento de nuestra amada ciudad, menosprecien el legado hispano árabe de esta, la Córdoba de todos.

              Loados son aquellos que hablan del latín y del mármol de lo que, a fin de cuentas, era solo una colonia romana, colonia, próspera y fecunda, pero, a fin de cuentas, perro con amo.

              En mi ánimo no está menospreciar nada que ennoblezca el blasón de nuestra villa, pero voto a todo, ¿Por qué aquellos que estudian el período en el que fue casi capital del mundo, donde solo Constantinopolis, podía hacerle sombra, son siempre segundones?

              ¿Por qué aquellos que, orgullosos de nuestro pasado como capital de un imperio, somos, son, pues yo apenas si empiezo, tratados como de corto entendimiento y relegados a esa segunda categoría?

              Qué es, ¿que el mármol romano relucía más que el que adornaba la Ciudad Brillante?

              Por cotidiano, lo hispano árabe es relegado, por cantidad, por calidad, por repetición, y sin embargo la letrina romana más deslucida, ocupa portadas de periódicos.

              Lo romano es más antiguo, por supuesto, pero por suerte, jalona Europa, parte de Asia y de África, con variaciones que no son cambios esenciales en sus propias raíces.

              Sin embargo, aquí, donde se menosprecia, el arte andalusí, nace como propio, distinto de todo lo conocido, aglutinando distintas formas de crear arte, de construir, de crear, pero…

              Y lo más curioso, ¿Dónde existe este tipo de arte?, aquí, respondo, solo aquí, después te alejas unos kilómetros, y todo es distinto, más moderno, cambiado, no menos bello, pero sin el sentir propio de lo creado por una nueva concepción de las cosas.

              Haciendo sangre, ¿Qué harían los sevillanos si tuvieran lo que nosotros?, no respondo la pregunta, que cada uno la conteste en su opinión.

              Y henos aquí, con Itálica al lado, buscando teselas romanas como si fueran el mayor de los tesoros, cuando las piezas únicas, irrepetibles, originarias y originales, yacen a nuestros pies o son corroídas por el tiempo.

              Pidamos que nuestros descendientes no nos maldigan por olvidarnos de un patrimonio, único en el mundo, y que dejamos como escoria, una vez atesorado el de otras épocas, aunque tampoco sea tratado como se merece, seamos sensatos.

              Córdoba es la maldición de los constructores, y el paraíso de los investigadores, de los arqueólogos, de cualquiera que sueñe con redescubrir el pasado, pues los conquistadores, se encargaron de que todo fuera destruido.

              Ninguno tiene sangre de aquellos hispano musulmanes, por nuestras venas corren otras distintas, pues aquel pueblo fue expulsado, cuando no exterminado, pero lo que no nos podremos raer nunca, es el legado del espíritu de la Córdoba capital del mundo, del orgullo, la mayoría de las veces soberbia, de la chulería mal contenida del que se cree superior a los demás, y por supuesto la de aquel que denuesta su tierra, pues sabe que nada, nada, es mejor que aquella que vilipendia.