El Beso De Hielo

La esquina, las manos, el frio en el calor, levantarse, abrazo, lágrimas, que no suyas, los murmullos, y el rincón como mágico imán, su refugio buscando la soledad imposible.

              La gente, la familia, los amigos, los que no son llamados ni queridos, pero siempre presentes, los del “qué dirán”, y el dolor, la pantomima, y el cristal, duro, grueso, separando el cuerpo de su madre de aquellos que la velaban, las flores, el olor.

              ¿Por qué huelen diferente cuando forman una corona?, se preguntó, y no supo la respuesta, pero era la realidad, ¿o quizás no?

              Su padre, agotado, caído, derrotado, sin nada, con toda la vida en soledad que le quedaba, ¿se podría levantar de nuevo?, no lo sabía, y su corazón como una extraña fruta adquirió una capa más de dolor.

              Y su alma que se sentía morir, el dolor, ¡que solo estaba!, que solo estaría, ya no vería su hijo crecer, tendría que hablarle de ella, de su amor, de su simpatía, pero desde el recuerdo, otra capa más de dolor.

              Y ni una lágrima, el corazón seco de dolor; quizá los demás pensaran que estaba entero, nada que se pareciera, era un sueño imposible de soñar, una realidad que no podía existir, el golpe final, lo inesperado, ayer su madre, hoy, tras el cristal carne muerta…, hoy nada… nada, apenas nada.

              La vida sigue, era el relato, “lo siento”, “que bella persona”, ¿Qué sabían de su sonrisa, de sus abrazos, de su protección, de la vida que era vida porque ella estaba?, soledad repleta de gente, y el rincón, y los abrazos, los quejidos, el dolor ajeno, el vacío propio.

              Los susurros, los murmullos, ¿quién era, quien sería, el que hablaba?, ¿el que murmuraba?, le gustaría saberlo, le gustaría callarlos, echarlos de allí, pero… y que solo estaba.

              Ni su esposa ni el hijo que esperaba, nada, solo nada, en ese momento nada, era egoísta, insensible, anonadado, casi muerto en la soledad, ¿quién lo entendería? ¿y que le importaba que nadie lo entendiera?

              Se levantó, y se acercó al cristal que lo separaba de ella, miró el cuerpo durante un rato en el que el tiempo apenas si importaba, era inconmensurable, intranscendente.

              Abrió la puerta que daba acceso a el interior, volvió a mirar el cuerpo, hacía frio, pero allí estaba, incluso allí, muerta, sentía su calor; sin pensar siquiera se acercó al cuerpo y beso la frente de la que había sido su madre.

              ¡El frio, Dios, ¡el frio!, le entró en el cuerpo como si fuera un rayo, y una higuera le agarró en el corazón, sintió como cada una de las raíces se clavaba en su interior, y sintió el frio, el dolor, en ese preciso instante se dio cuenta de que la que estaba allí no era su madre.

              La última vez que había llorado se perdía en la bruma de su memoria, pero en aquel momento, imperceptiblemente, sin voluntad, sintió como una gota, una lágrima caía sobre la frente del frio cadáver, y sin darse cuenta lloró, todo lo que no había llorado antes, y la higuera desentraño sus raíces, el frio comenzó a irse como si los tibios rayos de sol del amanecer comenzaran a calentarle, y comprendió, que aquel cadáver no llevaba a su madre, que ¿Dios sabe cómo?, le había penetrado en el corazón, y le hablaba de los momentos felices que vivió con ella, del despertar sin miedo, de las heridas curadas, de los abrazos sentidos, y supo, sin saber cómo, que eso era su madre, amor, y que moraba en él, en su corazón, libre de la tenaza de las raíces del dolor, y supo que tenía que transmitirlo, que aquel que nacería tendría el calor de la que se había ido, que iría con el mientras viviera y que él no dejaría que nadie de los suyos la olvidara.

              El dolor no se fue, no se mitigó, ni siquiera ablandó su duro semblante, pero una ligera brisa de esperanza, hizo que su alma supiera, que ahora, a pesar de todo, nunca estaría solo.