Compañera

Mi cabeza, que algunas veces se pasa a lo ancho y a lo largo, me hizo una reflexión que me lleno de zozobra. ¿Tú quieres a tu compañera?

              Largamente debatí conmigo mismo, adversario cotidiano y temible. Después de una larga reflexión, llegue a la conclusión, sorprendiéndome a mis mimos, de que no, de que realmente no la quiero.

              Dureza extrema la que se planteó en la duda, pero en el proceso, no emerge lo esperado, sino lo cierto, y ciertamente es así, no cabe duda, no la quiero.

              Desarrollemos el tema. No la quiero, ya a años de convivencia con el amor apasionado de los veinte años, donde no nos despegábamos ni con agua caliente. Ni tan siquiera el lejano amor de los veranos.

              Es otra cosa, es distinto, no es amor, ni tan siquiera cariño, es algo diferente, algo que no veo a mi alrededor, y sin embargo en nosotros a contra todo, existe.

              Somos caracteres fuertes, más que fuertes acerados, con el acero con el que se construyen los sables más afilados, pero lejos de chocar, tras templarnos en un fogón, a golpes de vida y tiempo, hoy tenemos dos filos, pero en una sola arma.

              Es difícil de explicar, incluso de vivirlo, pues hemos tendió una vida dura, llena de vicisitudes más que de premios. Pero a contra de lo esperado, esa espada no se ha roto, sino que, a cada golpe, se ha vuelto más afilada.

              Ella era y es bella como el más azul de los cielos, ojos verdes de pantera, esmeraldas encontradas cerca del centro de la tierra, femenina, casi coqueta, arreglada, con estilo, siempre educada, siempre distinguida, con un alma bella que sabe distinguir entre el malvado y el bueno.

              A cualquiera pudo escoger, pues la rodeaban mil lerdos, sin embargo ella, me escogió entre todos ellos. Siempre me he preguntado porque, y no he hallado respuesta, y mira que mi cabeza le da vueltas a ese hecho.

              Yo soy de basta arpillera, ella como la seda, yo bestia como pocos, ella bella y distinguida, yo vengo de gente pobre, ella casi de la realeza, yo me perdía en sus ojos, ella me llevaba al cielo.

              Yo he sido, soy como el león, que a cualquiera asusta y amedrenta, y ella es la que mi espíritu salvaje frena, la que me apoya cuando tras de una cruenta pelea, mi alma cansada de rendirse habla.

              Mil veces he luchado, vencido muchas de ellas, y cuando casi muerto el cuerpo y se me acercan las hienas, ella enseña los dientes, y sin importarle nada a todas se les enfrenta.

              Que más le puedes pedir a esta vida cruenta, que cuando caigas al suelo, tu amada se convierta en una fiera, que no huya, apoyándose en excusas, que no te abandone cuando el sol ya no calienta.

              Por eso digo que no la amo, que no la quiero, porque la llevo dentro, porque si de mí se fuera, perdería mi esencia, la que me da fortaleza, la que me hace vivir por mucho que yo no quiera.

              Nos enseñamos los dientes, pues vivimos como fieras, pero no nos dañamos, solo gruñidos y voces, que poca gente interpreta, pues ambos somos cortados casi por la misma tijera, y chocamos como los trenes, de frente y con mucha fuerza.

              Pero al final de la gresca, cualquiera de los dos agacha su cabeza, y al final la reconciliación casi merece que haya habido pelea.

              Cien vidas hemos vivido a pesar de la marea, que nos quería llevar directos a la miseria, ella, yo, los dos, nos hemos opuesto a ella, y con todas nuestras fuerzas, a punto de reventarnos las venas, hemos vuelto una y otra vez a la tibia arena.

              Y ahora yo, león de los de gris la melena, abatido en el suelo, mientras se oye en lo lejos aullar a las hienas, oigo a mi lado latir el corazón de mi leona. Y a todos enseña los dientes, explicando sin decir nada, que al que me quiera morder va a tener una buena pelea.

              Abandonado por todos, herido de mil peleas, solo espero que me libere la muerte de mi dolor, de mi pena, dejarme abandonar sobre esta mísera tierra, pero miro hacia arriba, aunque le cuello me diga que no merece la pena, y la veo allí erguida, con sus ojos esmeralda, sabiendo que dejará si es necesario su alma, para que a este viejo león, desesperanzado y apenas viviente, no le suceda nada, confiando, quizás sabiendo, que me levantaré de nuevo, que volveré  a la lucha, más temprano que tarde.

              Y solo por eso, por verla luchando con esperanza, es por lo que aguanto, cuando quisiera que me llegara la parca, y día a día, hora tras hora, aguanto el dolor y el espanto, porque sé que ella, siempre me estará esperando.

              Y ahora comprenderás amigo, que las palabras que al principio he desechado, lo han sido por un motivo, el de que es de recibo, no intentar describir tanta pasión, con un vocabulario vacío.

              Inventar una palabra nueva, alejada del diccionario, que expresar pudiera, lo que yo siento en mi alma por mi compañera.

Dedicada a la de siempre, a la que siempre jura que no le dedico nada.