Recuerdos de Córdoba

Hoy, quizás ayer, no lo recuerdo bien, alguien dejó un comentario en uno de mis reportajes “parece un pueblito bonito”, y no sé por qué, no era mal intencionado ni muchísimo menos, pero me sentí mal, sin saber porque, pero sabiéndolo, esa era mi Córdoba “un pueblito bonito”, y tenía razón, cuando aún resuenan los cascos del caballo de Gonzalo Fernández de Córdoba, el rumor de los cautivos de las aceifas de Almanzor, cuando el almuecín, llamaba a la oración desde la Mezquita Alhama, los altivos piconeros.

              Cierro los ojos y veo el esplendor de Abderramán I, el emirato de Córdoba, el Califato de Córdoba, el reino de Córdoba, ¿hoy que queda?, en mi alma no es recuerdo, pues no lo conocí, pero si el sentimiento, oropeles al viento, enormes ejércitos que regían el mundo, la victoria de Pompeyo, su derrota, la Ciudad Brillante, engalanada, blanca y un poco de almagra, deslumbrando al mundo, aun sin romper, sin que la vida la expolie, efímera vida, pero esplendorosa como pocas.

              El olor de los azahares en las riberas del gran rio, los jardines de Al Quasar, la Albolafia, los largos paseos por murallas almorávides, las iglesias fernandinas, el loor a Dios, sea este Yahvé, Alá. La fe de los creyentes, las torres arañando al cielo, fueran campanarios, o alminares, qué más da, todas eran cordobesas, y solo querían llegar al cielo, cantar a lo más alto a la campiña y al rio.

              Oriflamas olvidadas de banderas gallardas, gritos de muchedumbres a la gloria de ejércitos triunfantes, barrios de saber, de conocimiento, donde se ensalzaba la cultura, el saber, fuera, celta, godo, romano, hispanoárabe o cristiano, desde Seneca, Osio, Góngora, Lucano, Averroes, Avicena.

              Mujeres bellas, valientes, descollando entre la pléyade de barbarie, Wallada, la cantora del amor, en tiempos de cólera, Ana María de Soto, vestida de marinero, matando ingleses, ¿qué fue de ellas?, solo se perpetua, en las cordobesas, su voluntad, su belleza, su carácter, fuerte como el amor de una madre, ¿te parece poco?

              Olvidados, hijos de una madre que agoniza, a la tenue luz de un progreso que nos olvida, abandonados en la cola del desamparo, cuando ya solo quieren que muramos, callados, agonizando en ambulatorios esperpénticos, cuando la esperanza se pierde en la juventud que marcha lejos, y la tristeza en la noches de invierno, nos hace verlo todo aún más negro, a pesar de todo eso, del dolor, de la tristeza, no cambiaría ni un momento de mi vida que he vivido, buenamente, malamente, en mi Córdoba, dura como una piedra, amante díscola y ubérrima, la olvidada Puerta Nueva, la calle empedrada que daba a la Magdalena, ni un solo momento cambiaría, ni uno solo.