Don Rodrigo de Vargas

Los Vargas fueron en Córdoba una de las familias más conocidas, tanto por su nobleza como por los diferentes cargos ejercidos por ellos en diferentes ocasiones : en el último tercio del siglo XVI moraba en ésta D. Juan de Vargas, quien tuvo por hijo a D. Rodrigo, uno de los jóvenes que más figuraban por su gallardo aspecto, sus modales finos y su tratoafable y bondadoso : muy jóven aún, cuando todavía no habían empezado a mitigarse los ardores de su juventud, obligóle su padre a contraer matrimonio con la hija de otro noble cordobés y que hasta la muerte guardóle con su cariño la fidelidad propia de toda esposa buena y honrada : pasados pocos años después de su enlace, empezó D. Rodrigo a galantear a otras mugeres, tomando tal afición a ellas que no perdonaba medios por difíciles que fueran para conseguir sus deseos; esto le atrajo multitud de lances con los padres o maridos de sus predilectas, y bien pronto la fama de Vargas llegó a tal grado que todos le temían, haciéndole el blanco de sus odios y rencores.
Entre los muchos lances contado [sic] de este aventurero jóven hay uno ocurrido en la antigua calle de las Platerias, hoy parte de la Carrera del Puente [Cardenal González]. En [sic] platero estaba escondido huyendo de la justicia por haber causado una muerte; cerca de su casa vivía una dama a quien D. Rodrigo requeria de amores, y no hallando otros medios, se entraba en la casa de aquel para hablar con la vecina sin hacer caso de las observaciones hechas por la mujer del platero; una noche llegó éste, enteróse del motivo de tales visitas y, cortesmente primero y después hasta con amenazas, le dijo buscase otros medios de comunicación con aquella mujer, toda vez que la suya perdería en su buen nombre si veian entrar y salir a un caballero que tal fama de libertino había alcanzado; ofreció hacerlo, mas esto no tuvo cumplimiento, y volviendo en [sic] platero a encontrarlo en su casa, arremetió contra él con tal ímpetu y con tanto fué rechazado, que se trabó una horrible lucha en la cual resultó muerto el industrial y Vargas con más de treinta heridas, saliéndose arrastrando a la calle, donde casi desangrado lo recogieron el Marqués del Carpio y sus hermanos, quienes lo llevaron al Sagrario de la Catedral, costándole no poco el curarse tantas y peligrosas heridas; por último, arreglóse el asunto y quedó libre después de hacer grandes donativos a la viuda y cuantos intervinieron en la causa.
Cuando parecía que el escarmiento fuera el resultado del lance referido y otros de igual índole, D. Rodrigo continuó en sus desaciertos, indisponiendo matrimonios, desconcertando casamientos y llevando la alarma a todas las clases de Córdoba, puesto que a nadie respetaba, por elevada que fuera la persona a quien ofendía. Cierta noche encontró en la calle del Baño, hoy de Céspedes, a otro caballero, amigo suyo, a quien preguntó por qué paseaba tanto por aquel sitio, puesto que lo había ya visto tres o cuatro veces pasar a la misma hora; de buena fe confesóle que con el mejor fin dacía [sic] el amor a la hermana de D. Pedro de Mesa, a la que pensaba unir su suerte; ingénua conversación que le sirvió a Vargas para uno de sus enredos; díjole, estrababa [sic] mucho que un caballero tan principal se prendase de una mujer descendiente de raza judía, con lo cual mancharía su honra y el buen nombre de su familia; creyose en sus palabras, y el caballero se retiró de la casa, donde se estrañó mucho su conducta, que al fin aclararon, demostrándole la falsedad de la noticia, con lo que se concertó de nuevo y realizose el casamiento, declarándose enemigos de D. Rodrigo, quien ya contaba con muchos y muy temibles.
Los Señores de Femán-Núñez moraban en aquel tiempo en la casa de la calle del Paraiso [Duque de Hornachuelos], que al pasear por ella citamos; estos tenían varias hijas y una huérfana que habian recogido y educado como una de las primeras; era hermosa y D. Rodrigo fijóse en ella con su mala intención acostumbrada; sedujo a uno de los sirvientes, consiguiendo al fin sus impúdicos deseos, entrando de noche sin ser visto de persona alguna; descubriose al cabo por otra de las criadas, y cuando una noche estaban más descuidados en su entrevista, aparecióse la respetable señora de la casa acompañada de dos sirvientas con hachas encendidas: la pobre joven desmayose; más D. Rodrigo oyó con calma los apóstrofes que se le dirigian y, vistiendose con cachaza contestó a señora, que lo había hecho porque le placia así, y que agradeciese a las canas el que no hubiera pretendido hacer con ella lo mismo, marchándose en seguida como si nada le hubiese sucedido. La pobre huérfana fué al dia siguiente a acabar su vida en un convento, y la ultrajada y orgullosa señora de Fernán-Núñez junto al otro dia a todos sus parientes y amigos, casi todos ofendidos por las liviandades de Vargas, y convinieron en acabar con él, llevando la dirección en el asunto el racionero D. Pedro Cortés, que ya hechos [sic] dicho vivía en la calle de Pedregosa [Blanco Belmonte].