La Viuda Fantasma

Moraba en Córdoba un joven llamado D. Fernando de Cárcamo, rico y tan ilustre como su apellido demuestra; mas no guardaba armonía con su nobleza la conducta seguida por el mozo en unión de otros de su edad y tan calaveras, como en el dia se les dice: las noches, principalmente, eran dedicadas á sus empresas amorosas ó á las báquicas orgías, que en mas de una ocasión le hicieron andar á cintarazos con gentes de las mismas costumbres y conducta, llegando á ser temido hasta el nombre de D. Fernando. Cierta noche salió á buscar á sus amigos y compañeros, y no encontrándolos en los puntos en que solían reunirse, llegó á la Puerta del Osario, advirtiendo que entre una de sus hojas y el muro había un gran agujero; salióse por él al campo, y sea que embriagado quedóse dormido ó que su conciencia lo abrumara con crueles remordimientos, ello es que al amanecer se presentó en el convento de la Arrizafa pidiendo con lágrimas de verdadero arrepentimiento que le diesen el hábito en aquel santo asilo, porque aquella noche le había mostrado Dios el castigo que merecía por sus muchas liviandades: entonces refirió que, al llegar la noche anterior cerca del convento de la Merced, oyó unos lamentos de mujer que se quejaba de la desgracia que sufría é imploraba socorro con gran desconsuelo: deseoso de prestarlo, quiso saltar la tapia, mas viendo que no podía, valióse de su daga, con la que hizo unos puntos de apoyo, logrando de este modo su intento: aquellos lamentos salían de uno de los tejares, al qué pudo llegar andando algunos tejados y paredillas; ya en el lugar de la desgracia, penetró en cierta habitación escasamente alumbrada, donde encontró una mujer que estaba amortajando á un cadáver: por ella supo que era su marido, el cual acababa de espirar sin amparo alguno, puesto que ella, además de estar sola, se aturdió de tal modo que no acertaba ni lo que se hacía. Condolido D. Fernando ante aquel cuadro de dolor, la ayudó á sacar el cadáver al patio y la aconsejó fuese á la parroquia de San Miguel á dar aviso, que él entretanto se quedaría guardando á su marido; acogió la mujer la idea y salió del corral, quedando D. Fernando sentado en un banquillo; mas á poco vio levantarse el muerto é irse para él en ademan hostil, trabándose entre ambos una desesperada y silenciosa lucha en que el joven llevaba la peor parte, puesto que llegó á sentirse medio asfixiado por la mano que lo tenía agarrado por el cuello sin dejarle valerse de la daga que llevaba á la cintura: de pronto lo dejó, quedándose otra vez tendido, al tiempo que llegó la mujer con un cura y un médico, quiénes testificaron que aquel hombre estaba realmente muerto; despidióse D. Fernando cortesmente de todos, guardando silencio sobre lo ocurrido, y emprendió su marcha al convento, como antes dijimos. Fr. Fernando de Cárcamo fué uno de los religiosos que mas han engrandecido aquel convento, donde murió en buena opinión, acudiendo un gran número de personas á recoger como reliquias algún objeto que le hubiese pertenecido ó á tocar los rosarios en su santo cuerpo.