Liberales y Absolutistas

Sabida es la repugnancia conque Fernando VII juró en 1820 la Constitución del Estado, y que tanto él como sus parciales, hacían cuanto les era posible por abolir el nuevo sistema y tornar al absolutismo, única forma de gobierno á que tenían apego sus rutinarios y obsecados adictos: estos eran muchos en Córdoba, figurando entre ellos en primera línea, el capitán comandante interino del Provincial de Córdoba D. Francisco Valdelomar, muy querido y respetado por los individuos de aquel cuerpo. Con tal motivo, se puso de acuerdo con D. Juan Espinosa de los Monteros, comandante de una brigada de Carabineros, residente en Castro del Rio, conviniendo ambos en dar el grito de viva el Rey absoluluto [absoluto]; mas, sabido por las autoridades de esta capital, suspendieron al primero en el mando del Provincial, poniendo en su lugar, y también en clase de interino, al capitán D. Francisco de Paula Domínguez, fundándose este cambio en que habiendo dado algunos individuos de tropa gritos sediciosos, no había tomado el jefe determinación alguna: á la vez se acuarteló el batallón en el convento de San Pablo, donde podía ser vigilado mas de cerca por su comandante, autoridades y Milicia Nacional, que tenía su cuartel en la Corredera, y daba un reten en el Ayuntamiento.
Espinosa, creído en que á la vez se efectuaba el pronunciamiento en Córdoba y en Madrid, por los Guardias que pocos dias despues lo hicieron, se declaró en completa rebelión, desarmando á los Nacionales de Castro, y mandando una exposicion al Gobierno, diciendo con arrogancia, que permanecería en aquella actitud hasta que se le asegurase solemnemente que no se trataba de disolver la brigada puesta á sus órdenes, lo cual no era mas que un frivolo pretesto. El 22 de Junio de 1822, se supo en Córdoba la noticia y se añadía, que el intento era venir sobre la misma para pronunciar la guarnicion: entonces fué la separacion de Valdelomar; se cerraron las puertas sencillas, se pusieron guardias de la Milicia en los fielatos, y se repartieron veinte mil cartuchos á los Nacionales y tropa, con escepcion de los Provinciales, demostrando todos gran entusiasmo, principalmente los primeros, á quienes mandaba su comandante D. José Cabezas, abuelo del actual Sr. Conde de Zamora. Valdelomar, decidido á pronunciarse, resistió la entrega del mando de aquel cuerpo, y para ello fué preciso arrestarlo en su casa: entre tanto los Carabineros, aumentado su número con una partida del regimiento de caballería de Alcántara, que se les unió, abandonaron á Castro y se aprestaban al fin á venir á Córdoba, donde creían ya seguro el Provincial; mas en éste quedaron los oficiales D. Pedro y D. Andrés Cuellar, ardientes defensores del absolutismo, y estos soliviantaban á los soldados en contra de su nuevo jefe, de los demás oficiales y de todo cuanto pudiera contribuir al sostenimiento del régimen liberal, logrando al fin que el dia 27 de espresado Junio, empezaran á reclamar la vuelta de su comandante. D. Francisco de Paula Dominguez acudió al cuartel, cerraron la puerta llamada del Galápago, y reunieron la tropa en sus respectivos dormitorios, donde cada capitán exortaba á los suyos á la obediencia, siendo todo inútil, porque aquellos, ebrios en su mayor parte, nada oian, ni cesaban en sus gritos y alboroto: entonces cometieron la debilidad ó imprudencia de llamar á D. Francisco Valdelomar para que los aquietase, viniendo éste á seguida, acompañado de D. Pedro Cuellar, sin ofrecer otra cosa que el aconsejar á los amotinados que cumpliesen con su deber, palabras para ellos con un sentido opuesto al que las autoridades deseaban. Conforme entraron en San Pablo, los gritos fueron aun mayores ; pasearon en triunfo á su jefe, pidiéndole cartuchos para defender al Rey, y aun cuando delante de todos se les negaban, se le dieron cuarenta á cada uno, porque todos estaban decididos á pronunciarse y marchar en busca de los Carabineros. En este estado, los oficiales D. Pedro y D. Andrés Cuellar, aconsejaron á sus compañeros y á Dominguez que abandonasen el edificio, porque iban á ser víctimas de la soldadesca, la que ya ni ellos podían contener; y siguiendo aquellos el consejo, se marcharon al cuartel de la Milicia, donde se refugiaron.
Mientras esto sucedía en el convento de San Pablo, los paisanos, en su mayor número absolutistas, formaron grupos en la plaza del Salvador y calle del Ayuntamiento, tanto, que la autoridad civil publicó un bando mandándolos retirar, y estableció un reten de Nacionales en el Ayuntamiento, mas para aquietar los ánimos que otra cosa, pues no creian que los Provinciales se decidiesen á salir á la calle, ni hacer mas demostraciones, teniendo ya otra vez á D. Francisco Valdelomar de comandante; sin embargo, continuaban algunas precauciones, como las guardias en los fielatos y otras, para impedir la entrada de los Carabineros.
En la zozobra y ansiedad consiguiente, se pasó la noche, y por la mañana, sintiendo el reten del Ayuntamiento que el Provincial venía hacia la puerta del Galápago, y creyendo que iría al egercicio, se formó en la puerta, casi descuidado por completo, cuando al salir aquel le hizo una descarga, resultando muerto el cabo de cazadores que mandaba á los Nacionales, D. Manuel Martinez y Contreras, y herido el miliciano D. José Ruiz, viéndose sus compañeros en la necesidad de refugiarse en el portal, cerrando la puerta. Los Provinciales, sin mas jefes que D. Francisco Valdelomar, D. Andrés y D. Pedro Cuellar, siguieron dando gritos subversivos, por la cuesta de Lujan, Santa Victoria y Santa Ana, á la Catedral, hacia la puerta del Puente; mas, sintiéndolos el cabo de granaderos de los Nacionales D. Francisco José Bastardo de Cisneros, que mandaba la guardia, cerró lo puerta y se volvió á ellos para darles la voz de alto, á la que contestaron con otra descarga, que le causó la muerte, quedando salpicado de su sangre el marmolillo que hay en la esquina de la casa que fué oficina del Portazgo: sus compañeros se refugiaron en la posada, y aquellos abrieron la puerta y emprendieron su marcha en busca de los Carabineros. Los desgraciados Martinez Contreras y Cisneros, fueron en Córdoba las primeras víctimas de esa lucha que desde entonces vienen sosteniendo los partidos liberal y absolutista: sus nombres, en letras de oro, en union de los Nacionales muertos en 1836, están en la sala capitular del Ayuntamiento, como eterno y digno recuerdo á su memoria.
La muerte de dos personas tan conocidas y apreciadas en Córdoba por su posición, pues ambos pertenecían á familias distinguidas, hizo que la poblacion quedase como aterrada, y aumentase aun mas la division y los odios de los dos partidos políticos militantes: por otro lado se esperaban mayores males, en la creencia de que los sublevados vendrían á ésta, donde los liberales habrían de rechazarlos: con esta idea, se tapiaron los portillos y se mantuvieron retenes en las puertas, Triunfo, Catedral, San Lorenzo, Santa Marina y otros puntos; dióse cuenta al Gobierno de todo lo ocurrido; se avisó al regimiento de Alcántara para que apresurase su venida, pues con este objeto estaba en camino; se dio orden al de la Constitucion para que desde Lucena se trasladase á ésta, y se ofició al General del Distrito, para que mandase el completo del regimiento de Mallorca, del cual había parte en Córdoba; al mismo tiempo se escitó el patriotismo de la Milicia Nacional de muchos pueblos, para su concentracion en esta capital, á fin de hacer frente á los sublevados, si se acercaban á ella.
El dia 28 de Junio aumentaron aquellos temores, y nadie había venido en socorro de las autoridades y Milicia, seriamente amenazadas, no solo por los pronunciados, sino por los mismos vecinos, en su mayor parte absolutistas y fanáticos, capaces de acabar con el último de los negros, como vulgarmente llamaban á los liberales. Celebróse una junta para decidir, si defenderse ó nó á la venida de los pronunciados, y confiados en que llegó el regimiento de Alcántara , decidieron la resistencia ; mas el jefe de este cuerpo manifestó que si venian fuerzas superiores, dejaba la ciudad, situándose en el campo á una distancia prudente; esto desanimó á todos, y entonces acordaron no oponerse á la entrada, y sí encerrarse en el Alcázar, hoy Cárcel, como lo hicieron, con sus familias, fondos públicos y muchos particulares, procurando aumentar la seguridad de estos, llevándose en rehenes á una porcion de canónigos y otras personas de viso y responsabilidad, conocidas por sus opiniones absolutistas; sin embargo, continuaron todas las puertas cerradas y recogidas las llaves de las cadenas de los barcos de la Rivera, para que no facilitasen el paso del rio, si bien se retiraron las guardias de las puertas, las que dejaron custodiadas por ocho ó diez vecinos honrados.
El dia 30 se cobraron nuevas y animosas esperanzas, con la noticia de que los pronunciados eran perseguidos por numerosas fuerzas, y el 1.° de Julio se realizaron aquellas, recibiéndose el parte de que el Conde de Valdecañas con el regimiento de la Constitucion los había batido en las calles de Montilla, dejándolos casi dispersos: desde allí se marcharon hacia Bujalance, de donde era el jefe Espinosa; mas teniendo que salir otra vez en precipitada fuga en direccion á la sierra, fueron derrotados por segunda vez en Adamúz, cogiéndoles los equipages y algunos prisioneros. Con tales descalabros, cundió entre ellos el desaliento, que se completó con la noticia recibida el dia 10 de haber fracasado en Madrid la sublevacion de los Guardias, lo que se celebró en Córdoba con repique general é iluminaciones. En dicho dia llegó á ésta el Conde de Valdecañas con sus tropas, entre ellas muchos Nacionales de diferentes pueblos, y lo alojaron en la casa del Conde de Gavia, cerca de la puerta de Baeza: muy corta fué su permanencia, pues á seguida salió para continuar la persecucion de los insurrectos, los que acosados se iban rindiendo, concluyendo de este modo aquellos acontecimientos. El dia 21 regresó el espresado Conde, siendo objeto de mil demostraciones de alegría por parte de los liberales cordobeses, quiénes le regalaron un magnifico reloj de repetición, que le fué entregado en nombre de la Ciudad por una comisión compuesta del Sr. Duque de Rivas y D. Benito Pariza.
Esto es, aunque muy en estracto lo ocurrido en Córdoba en aquella época, vengado en 1823 por los realistas, con multitud de insultos y una implacable persecucion á todo el que había figurado algo durante el régimen constitucional.