Mi Viejo Amigo

Miró a su viejo amigo, como si fuera la primera vez que lo viera, paso su mano por las estropeadas, ajadas, anticuadas líneas, y se marchó a otros lugares, a otros tiempos, cuando altivo e imponente fue su ilusión, su inalcanzable meta.

Y recordó, las veces que lejos del camino tomó un largo recorrido por verlo tras el cristal, por ver detrás de él sus brillos, de las preguntas, de los números que hizo, y se sintió como cuando sin dinero, sin futuro, aquello fuera lo mejor que podía pasarle nunca.

Y lo que parecía imposible, ocurrió, un golpe de suerte quizás, una locura, seguro, pero al final aquel hermoso animal metálico era suyo.

Del orgullo, del amor, de la pasión, de los sitios recorridos, de la ventanilla abierta a la primavera, de los paseos de pasión, de los asientos traseros, de los recuerdos del amor pasado, casi siempre perdido.

Las sinuosas curvas, las rectas interminables, la libertad alcanzada, los kilómetros sin sentido, del tiempo pasado que no perdido, de su inseparable amigo.

De las mil locuras, de los pasados momentos, de la vida vivida, y ahora, para siempre perdida, volvió a tocar sus líneas, y vio, que no quiso ver, sus abolladuras, hoy el corcel, las riendas caídas, como su pintura.

Pasó la mano sobre esa misma pintura y sintió que dentro lloraba, oía un quejido, era el alma que se iba, nadie sabe dónde, y con él se marchaban sus años vividos.

Vio como lo llevaban, sintió la alegría de lo nuevo, de lo bello, de lo moderno, de algo con más brío, pero se preguntó dentro, si nadie, como él había sentido, ahora que se iba, el primer coche que había tenido.

Pedro Casiano González Cuevas 2.018